sábado, 11 de febrero de 2012

Sin título


Pasea entre gruesos álbumes de fotos antiguas, lugares grises y anodinos a los que intenta anexar una historia diferente. La extraña posibilidad de un final alternativo como la que solo en el celuloile resultaría verosímil. A la luz vaporosa de un flexo congestionado de polvo, las sombras se simulan monumentales al verse siempre alimentadas por prerrogativa de algunos fantasmas nunca olvidados. Juega a las metáforas, escondiendo bajo una ardiente mirada el encanto misterioso de confiar en el tosco conjunto de ilusiones renovadas. Entre el verdor mortecino de la vegetación que rodea las montañas de azufre para sonreir intencionadamente después y su dulzura parece incesante. Cualquiera podría atestiguarlo incluso desde la distancia de un acantilado erigido en demencia, visionándola a través de unos sórdidos prismáticos de moneda. Cansada de la fría noche bajo el cielo del desierto y sus adversidades, de la soledad inescrutable de la más remota y perenne autopista. Esta parece otra noche que precederá al mismo alba de cada jornada, en el que despertar y abrazar con nostalgia ese vacuo lado de la cama. Vacío y templado. Impersonal y muerto. Desgarrador pero necesario. Solo cuando aspira a derrocar sin remisión las voces que transporta el viento, retorna a casa y relee aquellos versos:

En el recodo más
ameno de la tarde
bajo entrecortadas sombras
árboles de copas semidesnudas,
recordamos las diversas traiciones
del egoísmo, del subconsciente;
de la locura más dañina.

Había recorrido ya en soledad
cada una de las veredas del existir
tres largas edades sacrificadas
sobre el candor del camino hendido

De fuentes aureas abrevé
en cunetas malditas fenecí
y a cada paso recorrido
dos líneas de tinta por:
el deseo de arribar a tu cintura
de respirar con tiento tu matutino sudor,
acariciar tus lisos párpados
exentos por siempre de todo mi dolor.

Cadenas sempiternas
cuyo peso aumenta con
el enésimo purgante ayuno,
esas condenas de ficticios
barrotes oxidados, observando
como se desliza la arena
a paso perdido de nuevo
por las paredes de un reloj esclavo.

Pero la noche ebria no desoye,
mis aullidos indecorosos, despechados,
y me susurra a deshora, que solo,
no sufre, el que no siente.
Por morir...
en el hondo olvido..
ahogado.

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