miércoles, 9 de octubre de 2013

He visto a GG Allin arrasado por las automutilaciones estrechando la mano de Johnny Cash en uno de sus conciertos mientras lucía un impoluto casco de la Wehrmacht en su cabeza.

Pronto comencé a notar como la sangre descendía sin rubor por uno de mis orificios nasales y que mis zapatos de fieltro, parecían haber visto ganar la guerra de Secesión a los estados Confederados del Sur frenéticamente una y otro millón más de veces sometidas al "repeat" de un reproductor VHS. Aquel si que era un auténtico triunfo de una burocracia internacional completamente caduca. El televisorparecía querer adueñarse de toda mi desértica expectación (juegos de luces y sonidos rimbombantes sin sentido ninguno) al observar de pronto y por azar en una cadena aleatoria, un anuncio que ofertaba cierto fármaco novedoso para potenciar la memoria y su perseverancia. Pensé que era triste no poder dirigirse hasta la farmacia de la esquina en la calle Little Victoria, donde la sombra era casi siempre persistente y la humedad sobre los adoquines perpetua, en busca de un fármaco que tuviera la capacidad selectiva de acabar con la memoria. Con ESOS recuerdos. LOS recuerdos. Claro que para eso, los hombres no íbamos a la farmacia... Nos aposentábamos con apatía en la barra de algún lúgubre bar. Nos arrojábamos entre los carnosos muslos de cualquier lasciva desconocida. Nos encerrábamos en el servicio de mujeres y esnifábamos la infame pulcritud de los últimos resquicios de un vomitivo postmodernismo; del que no queríamos ser, ni éramos partícipes. O finalmente... nos aventurábamos directamente hacia la tumba. Había donde elegir, pensé. Y aún así, aquello era lo peor de todo. Y a ellas... Bueno... en el peor de los casos siempre les quedábamos nosotros.

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