miércoles, 15 de febrero de 2012
Sorgen ertrinken nicht in alkohol. Sie können schwimmen.
En la vida se manifiestan algunas coyunturas en las que sientes la punzada de la ineptitud en tu nuca. Es inútil que te muestres impermeable a esta incómoda punción. Es exactamente lo que experimenté en el Oeste de Berlín. Aquella exposición era una auténtica bazofia. Una mierda de categoría eminentemente suprema. Cualquiera con dos dedos de frente y el mínimo conocimiento del devenir histórico sobre el gusto estético, hubiese sido capaz de atestiguarlo. Ni siquiera creo recordar que clase de éxtasis super potente debieron colocar en mi cerveza la semana anterior, pero ante todo pronóstico, había terminado por aceptar y acudir a Berlín. Iba para ser manieristamente presentado y exhibido cual titánico primate de circo experto en el arte del malabar, por el mostachudo jefe de pista ante las amistades comunes que compartíamos los chicos de la cantina y yo. Fue un verdadero alivio el ser advertido de que no cabía la necesidad de ostentar lo que eran capaces de hacer mis sanguinolientas heces por la mañana después de una noche de excesos. Siempre pensé que aquello representaba a la perfección un auténtico espectáculo digno de ser retransmitido por la televisión pública. Es importante saber seleccionar tus amistades y fijar con concisa definición el parentesco químico o aficiones análogas que os unen para no ejercer ningún tipo de ejercicio cinético hacia otros ámbitos. Este tópico ya ha sido tratado por Welsh en su novela más barata, pero reincido en la importancia del mismo. Los chicos de la cantina eran profusamente afables, generosos con la botella e incluso sabían al dedillo con que tipo de mujeres podías arrendar un buen rato de pasión sin desangrar por completo tus desgastados bolsillos. Yo únicamente salía a beber con ellos. A bailar sin freno ni indulto frente al "speaker". A comer costillas gratis en la cantina. A calcinar un barato papel de plata de cuando en cuando. Pero en aquella ocasión había cometido el craso error de extrapolar nuestras distracciones más comunes para trasladarlas a otros conjuntos. Debo de estar divagando de nuevo sobre lo obvio. Como iba diciendo, aquella exposición era una mierda supina y su autor, un "artista" andaluz y toda la expresión plástica que osara evadirse de sus testículos, era una genuina excreción inefable. Su obra culmen se reducía a mimetizar el semblante de su novia japonesa mediante el caótico uso de un intranspirable plástico para embalar equipajes en el aeropuerto de Berlín-Schönefeld. Lo cierto es que aquella tísica creación no me excitaba, ni siquiera provocaba, nada en absoluto. No así su compañera de ojos rasgados. Apática y sumisa debido al constante nihilismo artístico que se veía obligada a engullir, los incesantes onanismos freudianos que por allí pululaban y el insípido sexo sin preservativo antes de desayunar cada mañana la sosa mortadela oriunda del Este alemán. Era el vivo retrato contemporáneo de Yoko Ono. Pero en este caso, el inocente súcubo nipón no tendría que esforzarse a fondo para extraer todo el aura de su enjuto mancebo; atormentado por la remota posibilidad de ser penado con 3 meses de cárcel por negarse a ser suplente en una mesa electoral. No. Este tipo con el semblante propio de los personajes politoxicómanos que abundan en las novelas Bourroghsianas, ni siquiera olía un ápice al talento que rezumaba Lennon si es que realmente alguna vez llegó a tener alguno. Un hombre sensible y delicado como él no sobreviviría a un encierro de tres meses. O tal vez si en el peor de los casos. Lo estimularía de tal manera que volvería a la carga con otra exposición infumable que nos veríamos obligados a volver a digerir. Lo cual sin duda, no era nada preferible. La cerveza polaca consiguió entonarme por momentos, y pronto me vi hablando en tercera persona de mi propia persona con ascendente dificultad para pronunciar la totalidad de las vocales de mi discurso. Decidí hacer hincapié en las vanguardias una vez más, ese combate de artes marciales mixtas donde cualquier tipo de argucia parece estar lícitamente permitido. Duchamp, Dalí, Descartes, Dadá, Delacroix, Dubuffet.. y otra infinita sucesión de nombres que empezaban por D. Entonces llegué a la conclusión de que tan solo era un borracho frente a unos terroristas postmodernos decididos a acabar con la historia del arte (empresa del todo loable) desde la más peligrosa y detestable ignorancia sobre el medio. Rogué a mis camaradas de la cantina para que abandonáramos aquel infierno underground saturado de sofístas y charlatanes. Lo haríamos después de acabar con aquellas reservas de agrio guacamole y ensalada de patata que se ofertaban "kostenlos" en las inmediaciones de la barra. No opuse negativa al respecto a pesar de que nunca acostumbro a comer cuando salgo a beber y buscar la muerte de manera fortuita. Algo que nos sorprendería un tiempo más adelante después de que los chicos de la cantina probaran aquellos réprobos canapés.
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