jueves, 22 de agosto de 2019

Todo es Zoura

Juraría que es la segunda vez que escribo esta historia.

Tendría alrededor de 20 años, cuando nuestro amigo O se marchó de la ciudad durante un año para seguir sus estudios de periodismo en Santiago de Compostela. Lo cierto era que tras unos años en Bilbao, ese agujero que es incluso hoy día, a todos nosotros, chicos formales pero algo canallas, nos inquietaba la posibilidad de escapar durante un tiempo del seno materno y probar las amarguras y bonanzas de un riesgo mitigado con la certeza de que el billete adquirido se reservaba un trayecto de vuelta. A la postre y sin saberlo, en esencia pero sin tanto integrismo, un volatín similar al perseguido y descrito por H. Brusselmans en su efectista novela Ex Drummer. Tras varias semanas mascullando la idea, R, que acaba de obtener su licencia de conducir, nos propuso hacer una visita a O. A todos nos pareció una oportunidad estupenda para acabar borrachos en diferentes latitudes y de paso, conocer por momentos como le iba a O. Botamos un Honda recién adquirido por la madre de R un Viernes a la mañana y lo llenamos de chanzas, egos y buen ambiente. R, L, B, G y yo mismo conformamos a escote aquella lanzadera hacia el Oeste. El viaje no fue corto, unas 10 horas de carreteras sinuosas, ciclogénesis explosivas amenazantes sobre nuestras cabezas y Heavy Metal en estereo, nos hicieron desfilar hasta Santiago. O vivía en un piso compartido cercano al parque de la Alameda, lo que hizo aún más sencillo nuestro desembarco. Una vez desembarazados de los petates, nos encaminamos hacia aquello que mejor sabiamos hacer: emborracharnos. Entramos en tromba en una hamburguesería y comandamos una espesa cena. Durante la espera, los alfileres mentales de la ansiedad decidieron volver a visitarnos.

Galicia es conocida por su adhesión al tráfico de drogas. Su situación geográfica costera en el mapa la ha situado durante décadas en un enclave idóneo para el desembarco de sustancias psicotrópicas provenientes ocultas en barcos. Al principio se trató de la heroína traída de Asia y posteriormente la cocaína desde América, amén de cualquier otra droga sintética con origen en laboratorios holandeses o hachís, que evitaba acceder directamente por la frontera marroquí. Es un hecho constatado y extendido entre los mentideros, que la enjundia de la cocaína galega acostumbraba a ser de una calidad y pureza imbatibles en comparación al resto de mercancía adulterada que pululaba por la península. La conocida farinha galega ,constaba de renombre, más o menos justificado, entre todos los jóvenes canallas que andabamos experimentando con el uso de drogas. Por aquel entonces, nosotros nos considerábamos unos descendientes de la última camada de aquella ola punk norteña que tan solo podía acceder, por convicción o medios, a menudeos insignificantes con drogas económicamente más asequibles como el hachís o las anfetaminas. Por lo que aquel viaje, además de haberse erigido como la oportunidad adecuada para visitar a O, se revertía también en la excusa perfecta para ascender a priori hasta la posibilidad de experimentar una ficticia bacanal de cocaína de precio asequible y calidad nada despreciable.

Nada más haber probado la Estrella Galicia, me acerqué lascivo hasta O y le susuré;

-¿Dónde podemos comprar coca?-

En aquel tiempo O no acostumbraba a imbuirse en nuestras Cruzadas psicotrópicas. Por miedo o fe en un futuro que más tarde corroboró estaba muerto al nacer, se cuidaba de tener algo que ver con temas de drogas. Tonteaba, pero siempre sin tener el gusto estético y recreativo de saberse el motor de tales empresas.

-No tengo ni zorra idea, M-

-Pues llévame a los bares más oscuros. Yo hablo.- acuñé como farol.

Dejamos al resto del grupo allí, a la espera de la cena, con las las cervezas cuasi vírgenes en pos de una meta que santificaría nuestra visita a las tierras gallegas. Como cabe esperar, toda simbología, todo alarde estético, era una minucia para nosotros. Existía una abigarrada exigencia categórica por escribir el guión y vivir la película, nuestra propia experiencia; como homenaje a esa herencia performativa de la cultura de masas que nos había acompañado desde que comenzamos a tener uso de razón. Tal vez, se trataran de los últimos coletazos de una generación que ya había tomado consciencia de su propio fracaso, inautenticidad y condena a lo normativo. Que acababa de entrar de urgencia, corriendo sobre una camilla y evitando obstáculos en un pasillo aséptico y blanco del hospital hasta  la unidad de cuidados intensivos. Y nosotros, una vez más, llegábamos demasiado tarde, cuando el pitido final de dicha generación, hacía rato que había ejercido sus último doblar de campanas.

La búsqueda dejó mucho que desear: nadie sabía nada. Todos aquellos tipos duros a los que pregunté en los bares de suelo más pegajoso y serrín húmedo parecían sentirse avasallados y repelidos por mi interés. Pero en dicho lapso de tiempo, algo realmente importante estaba ocurriendo. No evidentemente en este plano de la historia donde O y yo atravesábamos el páramo gallego urbano de la escasez de camellos; pero si en cambio en la cafetería donde R, B, G y L habían quedado a la espera de la cena y nuestro regreso victorioso con droga de primera. G había reparado en la ingente cantidad de sobres accesorios de mayonesa y ketchup con la que la camarera había repartido la cena. Con simples ganas de romper la monotonía o de provocar una reacción, abrió un sobre de mayonesa y molestó a R:

-Oye R, ¿qué pasa si te echo esta mayonesa en tu cerveza?-

-¿Qué que pasa? Pues que como te atrevas, te doy por el culo, mamón.-

Travieso, con la sonrisa torcida que lo caracterizaba y haciendo oídos sordos a la advertencia de R, G acabó por verter la mayonesa en la cerveza de R, arruinándola casi por completo.
R agarró por la pechera a un carcajeante G y lo acercó bruscamente hasta su propia cara entre el jolgorio de los presentes.

-De esta noche no pasa que te acabo dando por culo- dijo completamente convencido con la mirada encendida mientras G no paraba de reir casi rendido ante la actitud violenta de R.

A nuestro regreso, informé al grupo de nuestro fracaso. No parecía tan grave. La comida nos esperaba tibia sobre la mesa. Antes de acabar mi ración, salí fuera a fumar un cigarrillo y sopesar una manera de revertir aquel sacrilegio. No podíamos marcharnos de allí sin probar la afamada cocaína gallega. Símbolo y obsesión banal. Tópicos y lugares comunes. Era fácil embrutecerse, retozar en un fango compuestos de clichés y resignificar ciegamente cada decisión ejercida.

Frente a la cafetería había un pub. Y junto a la puerta del pub, había un gorila. Al lado opuesto del gorila, mi cigarrillo humeante. Y tras el cigarrillo, yo mismo.

-¿Tienes farinha?- le dije de un lado al otro de la calle.

-¿Cuanto quieres?- me contestó tras una corta pausa para estudiarme en la distancia.

-¿Cuanto pides?-

-¿30 el medio y 60 uno, te parece justo?-

Asentí.

Siempre he sido bueno con los acentos y el gallego se me daba bastante bien. Si sumamos este matiz a que toda nuestra comunicación oral se había limitado a honrar la función apelativa, posiblemente aquel gorila pensó que yo era otro de sus paisanos. Un gallego de pro.

Volví a la mesa satisfecho. El postre se impacientaba en mis bolsillos.

Cambiamos de localización para entrar en una taberna irlandesa y pedimos una ronda. Todos menos O bajamos a los baños, y me encerré junto a L y B en uno para cortar unas líneas sobre la cisterna mientras R y G quedaban fuera a la espera de nuestras indicaciones y de un postrero relevo para probar aquella mandanga. Fue en ese momento, estando abstraídos, cuando una mujer salió del servicio de señoras ante la distraída mirada de G. Este, retomó su travesura y jocoso a la vez que desafiante le dijo a R:

-¿Qué? ¿Vamos ahí dentro y me das por el culo?-

R ante tal desafío no pudo si no recoger el guante lanzado y empujar a G con virulencia hacia el interior del baño de señoras.

-Te vas a cagar cabrón.-

G se bajó los pantalones y los calzoncillos. Arqueando su escuálida espalda sobre la cisterna, comenzó a mostrarle a R el camino a seguir. R, se cercioró en aquel momento de su heterosexualidad irrevocable. Hubo de masturbarse con los ojos cerrados pensando en su mujer con el objeto de obtener una erección capaz de proceder con lo pactado. G, al sentirse liberado por la dirección que tomaba la situación, recordó por dicha un brillante pasaje de Pink Flamingos del genial J. Waters donde un contorsionista sublime comienza a prolapsar con encomiable ritmo su propio ano al compás de la banda sonora. Seducido por la plasticidad de la escena, se propuso emularlo mientras R continuaba acariciando su pene con los ojos cerrados en aras de conseguir aquella mencionada erección. El resultado no fue el deseado por G. O tal vez sí. El hecho es que comenzó a cagarse encima con R aún calentando motores.

-!Ey R, dame por culo ahora!-

R contempló en aquel momento toda la catarsis y el derrumbamiento de un proyecto en el que había apostado muy alto. Asqueado por lo que veía y sometido por las carcajadas de G, guardó su pene mientras la hedionda mierda se amontonaba en el suelo del baño ante sus narices.

En el baño contiguo, habíamos acabado de esnifar nuestra parte de aquella cocaína de réproba calidad. Salimos del retrete al mismo tiempo en el que G y R huían apresurados del de señoras e invitaban a entrar a una chica que hacía cola.

-!Gracias!-dijo ella mientras se cruzaron.

El gesto de R era serio, pero aún conteniendo la risa por lo ocurrido. No reparó en palabras para nosotros y se dirigió seguido de G hacia arriba con muda presteza, casi escapando de un pasado reciente del que es mejor no hablar. El resto no entendimos nada, hasta que aquella chica que acababa de acceder al baño gritó:

-!QUE HIJOSDEPUTA!-

La noche se desdibujó un poco por lo inadecuado de nuestra indecisión y la escasa inclinación por las discotecas y el alcohol caro. R, B y yo perdimos al grupo en un momento determinado de la noche y acabamos en otra cervecería. Tras fijarnos en los carteles que había tras la barra, acordamos bautizarla secretamente como la Cervecería Auschwitz. Los carteles decían: PROHIBIDO CANTAR.

Nos pareció insultante a la par que absurdo. Preguntamos al ajado camarero cuanto costaba una cerveza. El precio nos sorprendió sobremanera: tan solo 1,5 la cerveza de mayor graduación! Los tres quedamos atónitos y confiados de que veríamos amanecer en aquella cervecería.

No paramos de beber hasta que comprendimos el porqué de aquel cartel.


miércoles, 21 de agosto de 2019

Lost but emancipated

Once,
I was
close
to got married
with a
German girl.

We met each
other, long time
ago, desire,
obstacles and stifled
stares of
our own impossible
attraction, dominated us.

Ruled by
the words of our games,
the language of
the undone, plausible
drowned thirst;
two common but
independent
fictions were built.

To each other
we made
a silly oath:
reserve the right
to fall in love
sometime.

Then,
I grabbed
my bottle
for months,
got it empty
and I left that place.
I returned to
my hole.
No words
were said.
Made to survive
maybe four more
miserable springs.
Couple of letters
sent,
the remembrances
still could hurt.

Then,
she called me;

-I am visiting you-

I almost had
forgotten who she was,
who was I,
the slinky smell of a
upcoming
warm meal.

Someone up there
close to the main office
decided
my bleed deserved,
a sweet garnish.

She knocked my door
a week later,
and everything started
to run frenzy
after three days.

Wine
laughter
nights.
Time
slaughter
insights.
Tenderness
caress
orgasms.

The oath
fulfilled
of two young
stares.

She said
after a week of sun:

-Let's go back to Dresden. It is my old grandpa's b-day. Could drink as much Riesling as you wish.-

I guessed, that was very much wine in that time, so in a half day, we were heading the highway, lifting up our thumbs in our way to eastern Germany. We slept on the road, drove with tough truck drivers, ate shit, shit wood, sweated together and spent a ridiculous fortune in awful petrol stations.
I did not understand France back in those times, so we moved quite slow. In two days we reached Stuttgart. The train station was an actual branding iron.

She said
victim of Dehydratation:

-You are
the perfect guy-

Something was permissively wrong in that point. Although I was young, I knew it. That meant that delusions had tear the fiction. That meant I was trapped again. No hole. No obscurity. No maternal womb nor way out. The anthropophagus magnicide was back, irrupting in my non paved paths of mental dysentery. The wardrobe reign of skeletons court, demand the captious embodiment of a thick tongue who would allow her immaterial and non-existent psyche the pleasure of knowing what meant the feel of a wet tongue against another insipid momentary fleshed tongue. Our own impossible. The fiction of a Grimm brother. Someone, loyal and hardworking, from the cellars found the mistake and wanted to demarcate the length, scope of my right to swim in pale skin, pink abundance, welcoming lips; that right to fulfill an oath that allowed me to drown in polar blue double-edged eyes. Who talked with silence and conquered the half of my will without casualties. The Grieschicher Wein. The charm and random revenge of a razed city by the planes, pondered adrift on the Elbe. Another notch in the Fürstenzug.

Then, I got
a bit scared and
anticipated the
entity of
the next week.

You are
nice.

You are
brilliant.

You are
perfect.


You are


over.





lunes, 19 de agosto de 2019

La moquerie

Estoy de resaca
y cachondo.
Todo es perfecto
camino de casa
tras largo tiempo.
Me siento cual
pirata sin barco
con los ojos de oro,
los ojos más comunes
del mundo:
una carcajada
venida a menos
siempre ávida de botín,
a toda costa.

Y por ello
estoy ya
acostumbrado
a recoger la verdad
y guarecerla en el
bolsillo pequeño de
mi camisa, junto
al motor de este cuerpo
aún tibio.

La ginebra de anoche
agita mi pluma
hoy. Es martes 13
y podría pasarme
todo el día
machacándomela
con esas eternas
ganas de vomitar
y seguir adelante
hasta que no
me queden fuerzas.

Cuasi enrocado
en la estacion de tren
de Zugzwang,
con los labios agrietados
sin agua dulce y
perdido,
en medio de un
océano cada vez
más inmenso.

Es árido,
un tren deslizándose
a duras penas
sobre raíles de óxido seco,
dientes apretados
insomnes, crispados
y rechinantes.
Todo ello es
algo parecido
a meterla apresuradamente,
sin amor,
en un coño seco.

Ese dolor mudo
del vendedor de Biblias
ambulante,
convicciones heréticas
8 horas al sol para
liquidar una Palabra
y un Principio
en el que no cree
ya.

Un hombre bien,
en un tren regional
camino a Vichy,
llamó a su perro
Napoleón,
abducido por la visión
de la aduladora,
vidriera ficticia en
la iglesia de Saint-Louise;
sin saber con certeza
si el bautizo humano
de su indolente bestia, era
un homenaje
al vehemente emperador
o al paria y fatigado
perro.

Doy cuenta de ello
al cruzar la frontera a pie
y respirar
la hediondez del mundo
que es
un lavavajillas
viejo e irremplazable.

Házme un favor:

agarra esta obsesión
infundada y esparcida
como confetti
y
dale fuego.

Te presto mi mechero.

jueves, 15 de agosto de 2019

Deliciosa porcelana sajona



Me encontraba en Lipsia

cuando la persona más

vieja que yo conocía

dejó de existir.




Semmelweis, ya había

de sobra fermentado sus vicios,

en voz de Céline,

y Churchill, estrechado

la mano del embajador boche,

97 años atrás.




Yo intentaba meterla

en cualquier agujero

constantemente,

pero sin esforzarme,

nada

con que aquello,

no daba resultado.




Bebía con miedo,

con miedo y el miedo

si no es asfixiado

en licor,

no te permite escribir

y decir lo que realmente

quieres decir.




Volvía a tener caspa

y a masturbarme

como un mongólico.

Volvía a estar perdido

de nuevo

y eso me permitía

volver a encontrarme,

volver a tener

una horrible resaca

y volver a sentirme

genial por ello.




Olvidé mi "Trópico"

de Miller en casa de Lena.

Sabía que no volvería a recuperar

aquel libro dedicado

con Verdad y después Amor

tan solo

para mí.




Así que le dije
por teléfono:

-Lena, joder! Pónlo

junto a tus diarios de

Anais Nin

escritos en alemán.-




Eso al menos

haría algo de justicia,

de una maldita

puta vez



en Leipzig.

viernes, 9 de agosto de 2019

"Das ist nicht mein Bier"

Ioanna hat
eine kleine Tochter
-Ich hasse sie, die Schlampe!-
lügt sie wenn
die kleine weint.
Ich dachte nicht,
dass mich etwas überraschen könnte,
an diesem Tag
nach der wütenden Leere
von Tempelhof.
Sie hat mir seduziert
mit seine romanisch Akzent
auf Englisch,
ihre Bücher von Bukowski,
ihre Brüste, fast grüne augen.
Wenn sie berührt mich und
sie sagt in Dussmans dass
viel Scheiss Literatur gibt es,
dass sie einer grünschnabel
Mexikaner typ in die Bilde
ficken will...
-Miller is nasty, but Charles...
He's so positive!-
Ich, ich, ich liebe auch
Matze, aber, aber aber...
Ich konnte nicht
Lucia Berlin einfach
vergessen,
Ioannas sarkazein, die
Berlinerin Zigeunermagie,
die in der Donau
nicht mehr schwimmen will
-Where's my gun, where
is my Nevadian fucking gun?-
Sie schertz...
Ich kann nicht
deine pistolette sein
Nicht jetzt. Leider.
Wo warst du dann?
Im die dunkelsten
Discos immer
verlorengehend
deine Jugend's
Zeit zu vergessen.
Die X Generation,
Die Red Hot Chili Peppers.
Die Ruhe. Auf der Suche
nach Stille
Scarface mit sechs
Jahre gucken.
Der bekannte Schmerz. Leider.
Ich habe mit
einem Wildschwein,
mit einer Raben und
mit einer Wespe,
moulin a vent,
zusammen,
in roten Sonnenuntergang
letzte Nacht
geträumt.
Ioanna.
Leider.

jueves, 1 de agosto de 2019

Falto de sexo en Leipzig

Hube de surcar la bahía en ferry
unas cuantas veces
antes de conseguir
entenderlo.

Aprender a vivir,
para saber cómo morir.

Miller en Brooklyn,
Camus desde Argel,
Isabelle en Vichy...
Todos aluden aún a Dios.

Su concepto.
Su importancia.
El miedo al miedo.
El no soportar estar perdidos.

Como si incluso Dios
estuviera condenado a existir
ineludiblemente,
contra su propia voluntad.

No son las ideas,
son los actos.

No es la máquina,
es su empleo.

Al igual que Francia es aburrida,
pero nunca insípida.
Igual que nada es tan barato,
como arruinarse en Nevada.

Aquel hombre ajado
sentado junto a mi
en la popa del ferry
destino a Vallejo,
no paraba de hablar
ofrecerme su pan
y escupir frenético
las migas que
escapaban horrorizadas
de su boca con pocos dientes.

"Toma.
Es un buen pan.
Caro.
Pero bueno.
Francés.
Lo compro en Embarcadero
al acabar de trabajar.
Es algo que no
abunda por aquí.
Siempre he pensado que
puedes juzgar a un país,
por la calidad de su pan"

Supe entonces que
la belleza
no está ligada
a la verdad.