domingo, 4 de noviembre de 2012
"Bolis" de tinta negra y roja. Correciones ortográficas.
Estoy loco. El médico me lo dijo. Las enfermeras lo repitieron con insistencia cuatro veces por los pasillos. Una mujer gorda se asustó en el ascensor al oírlo y también un niño al mirar después con pavor dentro de mis ojos. Ya no hay vida en ellos, me dice Pandora en su diario. Es secreto, pero lo leo a escondidas. Ella lo sabe y yo lo se. Mantenemos el estúpido misterio que tal vez exista. Así, ella me dice todo lo que quiere que yo adivine y nos sentimos bien al destripar nuestras intenciones. Algo parecido pasa en el teatro de Chatelet, me dice, donde ella actuó. Solo en el teatro todas las cosas van acordes con su tempo, y hay imprevistos y sorpresas desagradables tan solo para el espectador. No como con todas las pastillas que me hacen tomar, que son cartón con sabores indescifrables y no me hacen nada feliz. Son cromos erradicados de baseball en píldoras y píldoras. Me convierten en cartón, pastoso, frágil, sin gracia ni atractivo. Yo quiero ser un lobo de carne y hueso, que mira desde la altura de las montañas los reflejos de la hierba; se deleita con ellos y se convierte en reflejo. Su mirada nace desde dentro, muy adentro donde no puedo llegar sin hacerme daño. Atraviesa los valles y desea para obtener; hace material su pasión con solo querer. No como en las calles, donde las miradas son mutilaciones, o torturas también; tienen siempre miedo de gritar o de callar. A esas las doy la espalda, me cubro la cara con las manos al olerlas escapar desde las alcantarillas como una colmena de abejas insolentes. Desaparecen y me siento tranquilo al poder continuar paseando sin rumbo. Sin embargo aquí, en el Refugio de la Calma, las luces siempre se apagan a cierta hora, pero nunca consigo saber cuando. Eso me asusta y descoloca, rompe mis esquemas de normalidad en las carreras de bólidos (llevamos muchos días sin accidentes, una empresa de seguros con sede en Ohio nos dará un premio seguramente). Eso pienso cuando no duermo. Y no duermo mucho desde que no soy ya ese "yo". No tan yo como recuerdo en las fotos. No tan yo como cuando me hablan de los viajes que vagamente se me hacen familiares. Pienso que son sueños, y que esos sitios de los que me hablan nunca estuvieron bajo mis pies. El apagón me coge desprevenido siempre. Como cuando en un día soleado, la playa no silba incómoda y parece sonreirte muy tranquila. Algunos de esos días las nubes terminan por ocupar los cielos, acaban por desvestirlo con una tormenta, usan una violencia que huele a muerte por un tiempo y empiezas a sentir de nuevo un frío que solo habitaba en tu alma. Entonces el cucurucho con helado deja de saber tan dulce. Y es inevitable entristecerse. Cuesta mucho volver a sentirte bien después sin llorar. Yo me siento mal; no se como alegrarme hasta que las luces se apagan y me retorna el hambre. Tengo la culpa de las nubes, pero no de estar loco. El doctor me lo dijo. Las enfermeras lo repitieron cuatro veces por los pasillos y todo el mundo lo oyó para mi vergüenza. Ellas son siempre un 99% de mujeres y yo soy cada día menos hombre, menos yo. No quiero traerte más negras nubes. Ni que digan que estoy loco. No quiero estar triste. Quiero volver a ser un lobo.
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