Discordia.
Al principio solo quieren tomar café. Siempre es agradable charlar e intercambiar impresiones. Intentar llegar a los puertos salvajes de otra mente ajena a la tuya. Después optan por querer tomar una cerveza juntos. Nunca objetas nada, el alcohol siempre fue otra de tus pasiones más acérrimas. Después, muchas más. Les confiesas que es lo único que se te da bien. Beber. Nunca una verdad es repudiada con tanto ahínco por desgracia. Quieren ver más allá de tu estela, cuando realmente nada excepcional atesoras en tu interior. Muchas historias fundidas con el humo del pasado. Mucho vivido en tan poco tiempo... Ven como te autodestruyes con estética sensibilidad y eso las atrae más aún de manera incomprensible. Creen en la remota posibilidad de salvarte y que dicho acto merece verdaderamente la pena. Te hacen creer que la vida tal vez merece la pena. Juras que no eres fácil de llevar. Haces un esfuerzo por convencerlas de que tu veneno no le conviene a nadie, y menos a ellas. Luego quieren acostarse contigo. Lo consiguen y te sientes reforzado, aún deseado, con un atractivo que creías perdido a pesar de las cicatrices y los golpes de la vida. Piensas. Piensas sobre ello. Y vuelves a pensar. Es algo inherente a tu naturaleza. Te sientes violento, como dominado inauténticamente por algo que nunca habías previsto. Dudas sin aparentes razones. Empiezan a odiarte por ello, por como eres realmente. Odian tus manías persecutorias, tus resacas, odios irracionales y tu miedo al compromiso. Te odian. Crean un club apenas de dominio público al que todas se unen al unísono. Toman el té a sorbitos en el segundo piso de un café bohemio todos los miércoles y mitifican tus carencias como amante. Coinciden en tu patetísmo y escasa fe. Te sientes dolido por el resentimiento que has engendrado. Te deshaucian y convienen en que realmente no eres nadie especial, algo que recuerdas a diario cuando pisas mierda de perro o meas fuera de la taza del váter. Otro niñato más con labia del que tienen suerte de haberse desembarazado. Saben que las advertiste de como terminaría todo antes de tomar aquel estúpido café. Es por lo que acaban odiándote. Por no mentirlas nunca, por no construir ese refugio ilusorio al que el resto de los hombres las intentan transportar con falacias y embustes. Por no jugar a ser otro que nunca quisiste ser. Por tener la oscura fijación de que alguien llegue a quererte tal y como eres. Difícil e imprevisible, un ente arrojado a esta existencia de dementes. Acabas por sentirte culpable. Mucho. Bajas al bar de nuevo a intentar que aquel infarto te lleve por delante de una vez por todas y poder ahuyentar así muchas voces que pululan en tu cabeza. Poner fin a al trama y aliviar al público de sermones postreros y bises inmerecidos. Y en el momento en el que empiezas a sentir el guiño perecedero de la muerte cercano de nuevo, otra mujer entra en tu vida. Te llena el desecho que tienes por corazón de... de falsas esperanzas. De que será al fin la definitiva. La chica de tus sueños. Quiere tomar café contigo. Te sientes cansado, siervo de la molicie y engullido por la desidia. Hagas lo que hagas, acabaran odiándote, te dices. Pero como decía Bukowski:
Es milagroso
envejecer
a través
de las guerras y las
mujeres.
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