martes, 6 de enero de 2015

De cómo hablar solo de mujeres, sin hablar de mujeres.

No era sencillo poder hablar con el señor Czech. Más allá de ser un hombre huraño, solitario y malhumorado por norma general; algunas de las pocas veces que me era posible conversar con él, la banalidad y lo "naive" corrían por su boca como un hilo de sangre desatado que partía de sus fauces lentamente. A pasos forzados, pero con calma, como diría Augusto en boca de Suetonio; queriendo adelantar la catástrofe inicialmente camuflada de una triste sinfonía de Mahler. Aquello simulaba una extraña aparición simbólica, como si una tímida úlcera comenzase a sajarse en el interior de su alma con el inicio apresurado de la propia conversación, y se viera incapacitado para culparme a mi, o a cualquiera de los demás presentes de aquel dolor interno. Intentaba nervioso desviar entonces la atención hacia cuestiones módicas. Comenzaba a sudorar y acababa por desaparecer en modesto silencio de nuestra presencia aprovechando cualquier despiste o distracción que tuviéramos los parroquianos en el "kneipe" o café de turno. La puerta del café se cerraba a sus espaldas y las calles hacían el resto con su tosca silueta. Una silueta que no era tal vez algo más que la sombra de un diablo menor, mal dibujado en la esquina del ornamento, desganado y aparentemente cansado; subordinado al frío imperante del invierno. Persuadido por algo de alcohol en las venas y empapado por la luz ámbar y decadente de los faroles que se derramaba densa cada noche sobre su capa.

Pensábamos que la razón de su malestar se ceñía tal vez, a que nada estaba a la altura de aquello que sus intenciones, expectativas y anhelos más profundos requerían. La muchedumbre, y sus mundanos actos, debían de acabar con el funesto y a la vez ideal sueño significante de la libertad del señor Czech. Él era, una de las figuras más inaccesibles de entre todos nosotros, de cuya compañía escasas veces se nos permitía gozar, pero de cuya presencia siempre nos parecía huir habiendo aprendido grandes y valiosas reflexiones.

Nadie era demasiado bueno, y nadie era lo suficientemente malo. Esto parecía destronar todas las aspiraciones que Czech había depositado a priori en la potencialidad del ser humano, sobre todos aquellos que lo rodeaban. Impotencia. Un nietzscheano puente en perpetua construcción hacia la nada más incontestable. Un juego espeso y redundante contra todos y si mismo, pues él también era parte del conjunto de la humanidad, del que era muy complicado salir victorioso... Una y otra vez. O al menos esto último fue lo único que conseguí sacar en claro de nuestra postrera conversación mantenida a finales del Diciembre pasado.

Lo cierto es que era muy tarde y quedaban ya pocos clientes en el antiguo café Thalia de la Sauerkaterstrasse. Los cristales empañados, hacían casi imperceptible lo que en la calle acaecía: tal vez una sangrienta guerra a la vuelta de la esquina, el cisma del odio entre las antiguas naciones en busca de una absurda escapada hacia el vacío, el hallazgo de la enésima galaxia del firmamento a la que nunca optaríamos poder visitar. Mientras tanto, en los calcetines de la humanidad, donde el olor aún sigue siendo nauseabúndamente humano y la enfermedad, cabalmente imperecedera; nada majestuoso podría extraer nuestra atención más allá de los cristales de la calle. Estábamos pues, más que inmersos en nuestras bebidas, el amor verdadero que nunca llegaba y el cálido ambiente reinante. Rezábamos inconscientemente porque el patrón alargase la hora de cierre del café y no nos condenase a regresar a casa prematuramente sobrios obligados a vérnoslas con todo el invierno reinante de nuestras amadas ratoneras exentas de calefacción. Si es que en algo coincidíamos con George Steiner aquella noche, es que Europa, con toda su metafísica antediluviana y su técnica moderna, su sublime arte "Entanterte" y sus letras canónicas, sus barbaries y ulteriores "paxes", su Roma, Judea y Atenas, sus putas vernáculas y su opio expoliado de las colonias; mucho debía a los cafés y a la actividad intelectual allí gestada. Una idea, una atalaya, un sucio continente pertrechado por un ejército de asquerosos borrachos desocupados, siempre a la vanguardia en el uso de una razón indigerible e impoluta.

Por designio de la causalidad o del propio Paracelso, la puerta se abrió con sigilo y la volatil sombra del señor Czech pareció unirse a las filas de la mermada tripulación. Tomó asiento cerca de la estantería de los libros antiguos de de medicina, un rincón suficientemente alumbrado para sumirse en la lectura, dar a luz a alguna idea molesta sobre el papel o por el contrario caer en ebrio sopor sin correr el riesgo de ser importunado. En el momento en el que discerní que había encargado algo de bebida, decidí desterrar mi cigarrillo y apresurarme en pos de su compañía. Pregunté primero si podía sentarme en su mesa, y al reconocer que se trataba de mi y consciente tal vez de mi incapacidad para lastimar por completo su tranquilidad, accedió. Parecía divagar entre un mar abatido de papeles y notas tras las que se ofuscaba por establecer un orden definido, sin poder por el momento, escenificar que parte pertenecería al prefacio, cual a la "peroratio" ciceroniana y cual de sus manuscritos correspondería al corpus del ensayo:

-¿Qué lo atormenta en este preciso instante Czech?- le indagué hundiendo súbitamente después mis labios en un largo trago.

-¿Y qué no lo consigue, amigo? ¿Acaso existe algo que no esté capacitado para turbar la cordura de cualquier hombre despierto? En ocasiones planteamos la pregunta desde el espectro opuesto del espejo, desde su interior; y el camino hasta la dama se torna así más arduo. En este fatídico caso el camino inmediato hacia el conocimiento, se demorará un poco más preguntando por el "ser", que por el "no ser". ¿Podrás recordar esto último?-

Asentí en silencio.

-Me alegra, -dijo- dudo mucho que yo lo consiga rememorar en el futuro. Bebo demasiado y duermo a duras penas. Me serás muy útil si consigues hacérmelo recapitular en un siguiente encuentro. Y yo un auténtico genio, si me inclino por creerte y por ende, creerme.-

-Mire a su alrededor. Todo invita a pensar que se ha ausentado usted de la ciudad durante un tiempo. Nada ha cambiado, en favor de Di Lampedusa, con su pasajero destierro. Cuénteme. ¿En donde se ha perdido sin llegar a encontrarse esta vez?-

-Para serte insultantemente sincero, te admitiré que hacía cinco meses que no pisaba el Este, de donde acabo de llegar. Pero para entonces, cuando marché ya acarreaba ciertos desengaños extras a mis espaldas y las imposibilidades tópicas de dos o tres amantes efímeras a las que me había sido imposible ofrecer nada propio. O tal vez, si me permites, a quienes me había sido imposible demostrar que al fin me había reconvertido en un ser rehabilitado y emocionalmente estable. Digno de mi mismo. Sin ir más lejos, y deseando explicitarme... Pocas personas muestran un interés exacerbado por el magnetismo animal, la posibilidad de un reverso idealista en la existencia telúrica de las almas fantasmagóricas. Y al parecer, ninguna de mis queridas pareció ser descendiente directa del mismísimo Arthur Schopenhauer.- 

Sonrió.

-Supongo que es duro ver como uno se va ahogando en el cieno paulatinamente sin encontrar la ciencia exacta, el apoyo ajeno para salir del atolladero, o aún mejor... aprender a respirar bajo el lodo.- 

-Estás en lo cierto. Es dura la soledad. Pero es libre también. En mi viaje, no tenía aparentemente una razón de peso para justificar nuevamente mi regreso al Este; tan solo la certeza de un bolsillo repleto de incandescente dinero dispuesto a ser dilapidado entre los pocos amigos que me quedaban ya al otro lado de esta porcina y vieja Europa.-

-¿De que escapa esta vez, señor Czech? Si es que puede saberse.-

-Supongo que tan solo se ha tratado de otra de mis huidas características, nadie extraña al diablo cuando hay falta de desgracia, ¿no es cierto? Una escapada de otras, conscientes o no, premeditadas o no; deserciones de uno mismo, sí, en busca de aquellos que una vez fueron mis amigos leales.-

-Pero en cambio se ve de nuevo sentado aquí, habiendo regresado, y sin aparentes respuestas que lo hayan convencido. ¿No es cierto?-

-Tu acierto empieza a asombrarme. Sí, así es. Algo parecía decirme que aquella iba a ser la última vez que nos veríamos. La última vez en la que reiría con ellos y bendeciría el día en que los conocí, allá por donde el sol osa nacer cada día. Digamos que... Una fuerza emanada del interior se manifestaba durante el viaje persuadiéndome de que pronto algo o alguien, cambiaría de un plumazo toda la lluvia de mi interior, por esta nieve fría y escasamente húmeda de la capital. Es sin duda, la irrupción del invierno y todos sus símbolos. Esta nieve amigo, que al menos y como apreciación preliminar, no promete ni un ápice de más que aquello que es capaz de ofrecer. Honrada facultad esta, ¿no crees?- hizo seguido una pausa para seguir bebiendo y continuó- Cuando nada parece tener sentido y nos es complicado asir explicaciones a los hechos incontestables que se nos presentan frente a los ojos, algunos desdichados sesudos nos resistimos con fervor a engullir el sinsentido aparente de la existencia. Nos refugiamos en analogías dispares, tu bien lo sabes, intentando despejar la esencia de algún componente sencillo si lo hay del que poder extraer una explicación convincente. Una explicación saciante, aunque sea a medias, para la conciencia de uno mismo. Y eso nos mantiene a salvo una jornada más de la siempre presente locura.-

-Es decir... Cambiar la lluvia por nieve.-

-Así es. De cómo uno ha de enfriar el interior como si eso sin duda ayudase en algo a uno. Tal vez, para esquivar la demencia. Tal vez no, para labrarla y perfeccionarla.-

-Pero... en ambos casos, uno está avocado o al menos bajo la amenaza de fracasar, de rendirse, de caer en brazos de la molicie y cesar al fin en la ascensión de las más ansiadas cotas. ¿No es así, Herr Czech?-

-Creo repetirme, pero la necesidad del fracaso se torna de nuevo vital. Eso es innegable. Pero intentar evitar la experiencia del fracaso volviendo al origen sin olvidar las coincidencias, la magia del misterio de la que continuamente, idealistas nosotros, echamos mano... eso es tan solo transitorio. Nos maniatamos si no, nos condenamos a algo... a la superstición estúpida, a los amuletos inservibles y baldíos. A lo buscado y no encontrado, pero en cambio a lo nunca buscado y encontrado. Otro sinsentido que se escapa de entre nuestras manos como arena seca en mitad de una correosa y severa ventisca.-

-¿Es absurdo entonces regocijarnos en la intuición plausible del destino?-

-Tan solo te diré de los sublimes caprichos del destino, que estos nada entienden de regularidad cósmica, de estabilidad gravitacional, de "ceteris paribus"... No me importaría acostarme con la Fortuna y maldecirme el resto de mi mortal tiempo por haber sido incapaz de haber interpretado mi singular papel en esta obra de arte que es la vida, por esa sola y concisa vez.-

-No adivino entonces como es posible que "lo esperado" acabe en algunos casos por congeniar con la magnificencia de "lo no esperado". ¿Cómo invertir la expresión sentirse realizado cuando la Fortuna nos concede lo tan arduamente buscado, mientras despreciamos lo que nos llega sin haberlo esperado y no hemos en un principio anhelado con ahínco?-

Entonces sonrió con embelesada gana.

-Compañero, como bien asienten los vedas y tú mismo serás consciente, el deseo es un compañero sanguinario y desollador a lo largo de nuestro viaje. Más que otro, peligroso, pernicioso, cuya contestación se presenta excesivamente complicada para los más débiles. ¿Cómo romper el bucle del deseo? Estamos diseñados para desear. ¿Cómo despreciar el idéntico retorno de lo mismo en cada nuevo ciclo vital?-

-Resulta todo un dilema. Lo reconozco.-

-Reconocerlo es tan solo una tercera parte del trabajo. La segunda es entenderlo. Y la tercera... solucionarlo. Si es que realmente tiene solución. Y tan solo una cosa, la cual llega a ser la más importante de todas para algunos tiene solución.-

-¿Cual es esa Czech?- pregunté intrigado.

-La vida.-

-¿Por lo tanto, es la muerte nuestra solución?-

-No estoy muy seguro hijo. Somos seres humanos, entes racionales nos dicen, que construyen sus categorías epistemológicas en relación a la similitud entre, conceptos, sucesos, sustancias u objetos. Pero que al mismo tiempo operan en consonancia a la disimilitud o la diferencia. O incluso, yendo más allá... ¿Es el camino del ser el empleado en la senda de cierta parte de casos particulares o concretos, y la vereda del no ser para el resto?-

Se hizo un silencio agradable entre ambos que nos dio tiempo para beber más aún. 
Tan solo después continuó con sus palabras Czech. 

-Muerte como solución a la vida, dando por bueno, que la vida, tal y como es ahora, supone para mi un problema...-suspiró- La idea de que ninguna genialidad sea capaz de surgir de entre toda la insoportable mediocridad reinante, te conduce a la idea del suicidio. A la idea de "no ser" tras haber sido. A esa imagen sin imagen de ti mismo. Que sobrevuela tu mente varias veces al día. A una ruptura soez, casi grosera para la propia inteligencia. Surgida de la eterna lucha desequilibrada de la ilusión propia enfrentada con el ínfimo valor de la realidad que te circunda. 
Dicen que cuando uno va a morir, lo último que siente es el frío apoderándose de su cuerpo. Un frío que debilita. Un frío inmovilizador que imposibilita incluso el acto de sacudirse y entrar de nuevo momentáneamente en calor. El problema, y aquí si que seré tajante, el problema acaece cuando dicha sensación se viene acomodando en el interior de uno durante los últimos tres años.-

Habiendo liberado su Ave Fénix, Czech comenzó a sentir que su sinceridad tal vez había llegado a cotas que no esperaba coronar en un principio, ni siquiera confiar temiendo que otra persona empezase a diseccionar las intenciones más ocultas que el interior de su mente albergaba en lo más profundo de su ser. Alegó después estar borracho. Juró estar cansado. Tomó la la calzada de lo banal de nuevo, intentando proteger su privacidad intelectual, sus ideas y apreciaciones auténticas retomando con bisoño verbo la sátira clueca a la que nos tenía acostumbrados cuando el loco, de veras, se hacía el loco. Tan solo para protegerse de los cuerdos. Pero habiéndoles enseñado más verdad en una charla que en ninguno de sus más lúcidos e insospechados sueños reveladores.



Pintura del genuino simbolista Max Klinger, perteneciente a la magnífica colección permanente del "Museum der bildenden Künste" de Leipzig.

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