lunes, 4 de noviembre de 2019

10:36


Me desperté temprano
y aún no había amanecido.
Era un lunes de Noviembre y
toda la casa apestaba a vómito ajeno.
Me duché reprimiendo la náusea y
me dirigí hasta la frontera para buscar trabajo.
Sin saber muy bien porqué,
surcar lentamente la lluvia,
la irrespirable verde humedad,
adquiría un sabor diferente para mi.
Aquel mismo día,
Mou acababa de volver de la mar
tras cuatro largos meses.
Meses atado a la bodega,
meses de engrasar
8 horas al día,
las insaciables,
masticadoras,
ensordecedoras,
máquinas del barco.
Meses de compartir camarote con algún
pescador senegalés de coránica sonrisa.
Meses de trabajar para el Demonio.
Todo esto,
y lo que desconocemos,
para arribar con el petate lleno
de vainilla fresca,
pescado de estraperlo
y locas,
estériles,
ganas de
sentirse mareado
en tierra.
Y aquella vez
no volvía solo:
Traía consigo el invierno.