miércoles, 23 de diciembre de 2015
Nutrirse de lo yermo.
El tiempo es decisivo.
El lugar decisorio.
Yo soy la faz de mi verdad,
portador de una expresión
medieval.
En mi interior se agita
una convulsa tormenta itinerante,
Por el bruto y romo naso
exhalo ese olor melancólico
a yodo.
Con la cefalea paseo,
las evidencias propias
de vivir atrapado: en mi invierno,
en un lorigón de tóxico, pero real
abedul ruso.
"Evolución:
cambiar la respuesta.
Revolución:
cambiar la pregunta." (*)
Empiezo a estar harto
de encontrarme frente a frente,
conmigo mismo en el sacro "zoco".
y que me consuma el atolladero de lo profano.
Imposibilidad, improbabilidad, la física, esa esclavitud y sus intuitivos
misterios.
Hiede a dogma,
"hólos",
nuestro aliento.
(*) Jorge Wagensberg.
sábado, 12 de diciembre de 2015
domingo, 22 de noviembre de 2015
33, por Atxuri.
Dirán que la conocen. Que la han visto. Pero no saben una mierda. Jurarán que saben cómo es la muerte. Pero lo único que hacen es masturbar sus egos internos. Excitarlos, en pos del atractivo afecto que surte la elegía, el recuerdo esteril; la reflexión póstuma. Pero no saben una mierda. Acaso el perverso Rimbaud, de cuyos exóticos viajes meridionales de arduas jornadas de contrabando desconfío. O tal vez el siempre hambriento Corbière, quién vivía en directa relación a ella, cual investigador privado desdichado y paupérrimo en contacto constante con las pistas que esta depositaba en su maltrecha cotidianidad. Cual beato estoico frente a su perseverada fe; cual fanático taciturno que habita dominado por su concepción irrevocable de la patria.
La muerte es rubicunda por momentos, dependiendo de la sombra o la luz que la asista, de barba poblada pero sin llegar al extremo de ser larga. De comedida sonrisa confiada y amarilla por efecto del humo inhalado. Con piel pálida pero sucia, salpicada por alguna que otra afección cutánea o rojez que delata su singularidad. Tiene una mirada común, pero profunda; amable pero conmovedora, ensamblada en una gabardina desgastada de color verde oliva que alcanza a besar sus rodillas. Habita en nosotros, no os quepa duda. Se sienta en los bancos de nuestros parques, meditabunda. Esconde y acaricia bajo su manto, la dulce miel y una afilada cuchilla. Y ambos objetos son el mismo. Lo ajeno le es propio por obligado derecho, y lo propio, por oficiosa generosidad, le es ajeno. Observa. Espera. Es de las pocas que verdaderamente entiende de tiempo. Comprende el tiempo con la suficiente perspectiva, de manera minuciosa como se ha de hacer en todas las disciplinas: tomando distancia, dejando de estar afectada directamente o personalmente por el objeto de estudio. En cambio, aprecia los desafíos. La postura adoptada por todos aquellos que la desprecian en mayor o menor manera, intentando personalizar su esencia y salir airosos confuso del baile. Considera sus intentos y se pregunta por qué tan solo unos pocos la tientan, si todos atesoramos en nuestros bolsillos, más profundos o superficiales, una cita necesaria con ella.
Yo no se mucho sobre la muerte. Escucho las interferencias abstrusas que emanan de la radio en la madrugada. Observo con detenimiento cómo se consume la luz de las velas y llega a extinguirse por momentos. Acaricio los escasos cabellos frágiles, ralos y canos del invierno encarnado, personificado en su lastrado cansancio. La ganada paz postrera, el silencio eterno, la nada envolvente; que sucede a las primeras guerras perdidas, la palabra puntual, a la contingente vida. Beso casi temeroso, por una mezcla de lástima y cariño sanguíneo, su frente suavemente perfumada.
Yo no se mucho sobre la muerte. Pero amanezco con la garganta seca por el sueño y respiro el frío húmedo de la mañana. Desayuno fantasmas, la liturgia de mis propias entrañas aún sin digerir. Me miro en un espejo. Y encuentro las palabras exactas para describirme.
La muerte es rubicunda por momentos, dependiendo de la sombra o la luz que la asista, de barba poblada pero sin llegar al extremo de ser larga. De comedida sonrisa confiada y amarilla por efecto del humo inhalado. Con piel pálida pero sucia, salpicada por alguna que otra afección cutánea o rojez que delata su singularidad. Tiene una mirada común, pero profunda; amable pero conmovedora, ensamblada en una gabardina desgastada de color verde oliva que alcanza a besar sus rodillas. Habita en nosotros, no os quepa duda. Se sienta en los bancos de nuestros parques, meditabunda. Esconde y acaricia bajo su manto, la dulce miel y una afilada cuchilla. Y ambos objetos son el mismo. Lo ajeno le es propio por obligado derecho, y lo propio, por oficiosa generosidad, le es ajeno. Observa. Espera. Es de las pocas que verdaderamente entiende de tiempo. Comprende el tiempo con la suficiente perspectiva, de manera minuciosa como se ha de hacer en todas las disciplinas: tomando distancia, dejando de estar afectada directamente o personalmente por el objeto de estudio. En cambio, aprecia los desafíos. La postura adoptada por todos aquellos que la desprecian en mayor o menor manera, intentando personalizar su esencia y salir airosos confuso del baile. Considera sus intentos y se pregunta por qué tan solo unos pocos la tientan, si todos atesoramos en nuestros bolsillos, más profundos o superficiales, una cita necesaria con ella.
Yo no se mucho sobre la muerte. Escucho las interferencias abstrusas que emanan de la radio en la madrugada. Observo con detenimiento cómo se consume la luz de las velas y llega a extinguirse por momentos. Acaricio los escasos cabellos frágiles, ralos y canos del invierno encarnado, personificado en su lastrado cansancio. La ganada paz postrera, el silencio eterno, la nada envolvente; que sucede a las primeras guerras perdidas, la palabra puntual, a la contingente vida. Beso casi temeroso, por una mezcla de lástima y cariño sanguíneo, su frente suavemente perfumada.
Yo no se mucho sobre la muerte. Pero amanezco con la garganta seca por el sueño y respiro el frío húmedo de la mañana. Desayuno fantasmas, la liturgia de mis propias entrañas aún sin digerir. Me miro en un espejo. Y encuentro las palabras exactas para describirme.
miércoles, 4 de noviembre de 2015
-Yo no maté a aquel hombre en Reno.
Para cuando sentí que tal vez yo había vivido bastante, pero sin pensar metódicamente si ese tiempo era suficiente, y también visto morir a otros cuantos; verles partir casi de improvisto sin grandes ceremonias, entonces sí, ya conocía a Miller, Verlaine, Cortázar... pero aún no tenía mi propio París. Es difícil, me percato, el escapar al embrujo totalitario de la posesión.
Tenía sí en cambio, la lengua bien metida en el culo y en los libros de contabilidad del mismísimo acecinado "ogro" corso. Comía con desenfreno y gula estéril por miedo a la detonación de la posible guerra del día siguiente, mezclándome entre otros vagabundos de alma bien vestidos, pedigüeños de diccionario en mano; todos perdidos en la ciudad de la ceniza donde "quince horas" y "cáncer" de trabajo se pronunciaban casi de la misma manera y con similar frecuencia.
Era aquel, un pasadizo hacinado y concurrido, sin panegíricos póstumos a la vista, pero tan mudo como un sueño baldío sumido en un butacón tallado con detalles jónicos de humo. La rutina parecía devorarlo todo sin excepción allí. Como un maltrecho teatro equinoccial a motor diesel, descascarillado por el óxido y el exceso del vicio. Famélico de olvido, incubado en el odio a si mismo y desmembrado a partes iguales por la humedad, el frío, un espeso vapor amarillo y los raíles; en cuya plaza erigieron un busto verdoso, ralo y calvo; al médico libertador de la indemne penicilina, allá por el mórbido 1962.
Y me dolían las muelas. Por experiencia sabía que eso solo podía significar tres cosas: que el amor volvería a arrastrarme por una autopista polvorienta hasta haberse divertido lo suficiente para deshacerse de mi después con el motor en marcha, que mis muelas del juicio volvían a inquietarse una vez más, o que la caries comenzaba a carcomer mi amarillento esmalte dental. En cualquiera de los casos, era la hora de dejar de beber hasta tenerlo del todo claro y darle al mundo el tiempo suficiente para mover ficha. Tiempo para organizarse y pesentir sus abruptas intenciones con mayor claridad. Para "pelear a la contra", una vez más, era necesario esperar. Enrocarse en la miseria de la reacción. Y después capear el temporal tan solo para poder jactarse de haberlo conseguido, de haber tragado el agua salada suficiente, pero sin llegar a ahogarse del todo. Absurda satisfacción que se atenuaría con la presencia acuciante de otro nuevo, o antiguo dolor.
Tenía sí en cambio, la lengua bien metida en el culo y en los libros de contabilidad del mismísimo acecinado "ogro" corso. Comía con desenfreno y gula estéril por miedo a la detonación de la posible guerra del día siguiente, mezclándome entre otros vagabundos de alma bien vestidos, pedigüeños de diccionario en mano; todos perdidos en la ciudad de la ceniza donde "quince horas" y "cáncer" de trabajo se pronunciaban casi de la misma manera y con similar frecuencia.
Era aquel, un pasadizo hacinado y concurrido, sin panegíricos póstumos a la vista, pero tan mudo como un sueño baldío sumido en un butacón tallado con detalles jónicos de humo. La rutina parecía devorarlo todo sin excepción allí. Como un maltrecho teatro equinoccial a motor diesel, descascarillado por el óxido y el exceso del vicio. Famélico de olvido, incubado en el odio a si mismo y desmembrado a partes iguales por la humedad, el frío, un espeso vapor amarillo y los raíles; en cuya plaza erigieron un busto verdoso, ralo y calvo; al médico libertador de la indemne penicilina, allá por el mórbido 1962.
Y me dolían las muelas. Por experiencia sabía que eso solo podía significar tres cosas: que el amor volvería a arrastrarme por una autopista polvorienta hasta haberse divertido lo suficiente para deshacerse de mi después con el motor en marcha, que mis muelas del juicio volvían a inquietarse una vez más, o que la caries comenzaba a carcomer mi amarillento esmalte dental. En cualquiera de los casos, era la hora de dejar de beber hasta tenerlo del todo claro y darle al mundo el tiempo suficiente para mover ficha. Tiempo para organizarse y pesentir sus abruptas intenciones con mayor claridad. Para "pelear a la contra", una vez más, era necesario esperar. Enrocarse en la miseria de la reacción. Y después capear el temporal tan solo para poder jactarse de haberlo conseguido, de haber tragado el agua salada suficiente, pero sin llegar a ahogarse del todo. Absurda satisfacción que se atenuaría con la presencia acuciante de otro nuevo, o antiguo dolor.
viernes, 9 de octubre de 2015
Y escupir dos monedas de un franco...
"Me digo que he de escribir
en un diario que no tengo,
premisas disfrazadas, aforismos sanadores,
el paso del tiempo, mutismos crueles...
todo lo que cuando cae el sol,
y se asoma la mañana, siempre es nada.
Así tener el suficiente arrojo para
romper ese espeso caparazón,
y jugar confiado con la quimera,
verter en calma de nuevo,
las sagradas lágrimas de cemento.
No tener a menudo sueño,
sea cruel otoño o terco luto añejo,
pero si constantes sueños:
que temer, entender y cultivar.
Mutables y fugaces, que vienen si van.
Lo importante es saber cuando objetar.
y jugar confiado con la quimera,
verter en calma de nuevo,
las sagradas lágrimas de cemento.
No tener a menudo sueño,
sea cruel otoño o terco luto añejo,
pero si constantes sueños:
que temer, entender y cultivar.
Mutables y fugaces, que vienen si van.
Lo importante es saber cuando objetar.
Lo importante es saber cuando callar.
Lo importante es saber cuando .
Al igual que N. Young,
yo mismo comencé a pensar
en lo que una vez me dijo un amigo.
Pero preguntándome en cambio,
si este aún seguía vivo o no.
A partes iguales es
agrío y refrescante,
recordar con entusiasmo
a quien dormía metido,
dentro de sus propias botas.
Al igual que N. Young,
yo mismo comencé a pensar
en lo que una vez me dijo un amigo.
Pero preguntándome en cambio,
si este aún seguía vivo o no.
A partes iguales es
agrío y refrescante,
recordar con entusiasmo
a quien dormía metido,
dentro de sus propias botas.
Quien se desafiaba y perdía,
todo, menos la sonrisa.
Tan vital es estar enemistado
con uno mismo,
como ser tu propio amigo."
todo, menos la sonrisa.
Tan vital es estar enemistado
con uno mismo,
como ser tu propio amigo."
lunes, 21 de septiembre de 2015
Sócrates, que no acudió a su siesta.
"Han regresado, mis sueños.
Como una revuelta dieciochesca
que trepa por el alcantarillado
y acaba por atentar contra mi descanso.
Tan equivocada.
Inseminando esterilmente.
Contaminando, sin alma, aquello que toca.
Privando de y persuadiendo con.
Todo recae, incluso en las insospechadas
bodegas de las naves portuguesas,
en una fútil meta cosmética.
Nunca ya, estética.
Imbéciles. Daréis gracias y
tendréis por tortura:
La pregonada hasta la nausea,
danza de la mediocridad.
Ahora voy, con más cuidado.
Sé que camino detrás de mis actos.
Vigilante soy. De los saltos.
De las muertes. De los llantos.
Más perdido que nunca."
jueves, 27 de agosto de 2015
Las últimas semanas.
El zapatero remendón al que Dos Passos reserva una aparición tímida en el final de su "Iniciación de un hombre: 1917", parecía haber comprendido con cierta resignación y pasmosa plenitud como engullir la barbarie en masa de la guerra. Había adquirido dicho personaje, una curiosa visión democrática de la muerte, casi barroca, y se mostraba coherente con su inelubilidad. El zapatero francés hacía cordones con las tiras de cuero de las botas de los compañeros que habían sido masacrados, y ya no las volverian a necesitar más. Pero a pesar de ser consciente de lo patético de su posición, también admitía con pragmático estoicismo que tal vez, otro pudiera también llegar a hacer idéntica labor pronto con sus propias botas. Nada le es extraño a aquel que extrae virtud a la demencia de los hombres y se acepta a la vez, como producto de tal vorágine irracional y potencia virtuosa a partes iguales.
"En la vida, existen acacias altas de larga sombra veraniega, horribles sombreros extranjeros, verborreas tóxicas y discontínuas, constantes miradas furtivas, persistentes deseos sublatentes, periódicos aburridísimos acompañados de tragos amargos excesivamente cortos. Largas listas de espera, Lunes y Domingos, recuerdos rebeldes, desengaños altruistas... Ligas hanseáticas, insectos útiles, literas insomnes y dos tipos de personas: los que viven para ser recordados y los que viven solamente para sí. Y ambos, son muy conscientes de su propia finitud."
"En la vida, existen acacias altas de larga sombra veraniega, horribles sombreros extranjeros, verborreas tóxicas y discontínuas, constantes miradas furtivas, persistentes deseos sublatentes, periódicos aburridísimos acompañados de tragos amargos excesivamente cortos. Largas listas de espera, Lunes y Domingos, recuerdos rebeldes, desengaños altruistas... Ligas hanseáticas, insectos útiles, literas insomnes y dos tipos de personas: los que viven para ser recordados y los que viven solamente para sí. Y ambos, son muy conscientes de su propia finitud."
miércoles, 20 de mayo de 2015
Alma, técnica y mundo.
Llevas despierto algo menos de 72 horas y nada parece mejorar. La cuenta está siendo larga pero tu garganta se acorta con cada repetido pensamiento. Con cada paso atrás.
Sabes perfectamente que bajo el espesor de antiguas luchas internas olvidadas nada parece volver a brillar con el mismo vigor. Es inconformismo, el no haber tenido la oportunidad de escoger el color del cielo. Pues, por un lado están las cosas importantes y de las que nada deberías predicar. Esas que tristemente circundan a aquellas sobre las que sí que se puede hablar. He aquí un ápice más de tragedia, por si las dosis inoculadas, se habían proclamado a si mismas como insuficientes. En estos casos, nada como entender la vigilia para llegar a dejarse guiar por los presagios necios contenidos en un sueño. Alejandro III cimentó sobre señales de harina de grano, lo que a su parecer debía de llegar a ser una opulenta ciudad que llevaría su nombre para parte de la posteridad. Lo que el argéada desconocía es que la tiña nunca desaparece por completo. Su letargo itinerante no es si no una sediciosa tregua ante la que los hombres no pueden presentar batalla debido a su propia finitud. Puede que una plausible victoria en esta guerra se haya de identificar tan solo en la actualización de la propia finitud. ¿Que quedará cuando yo ya no esté aquí? ¿Está la existencia ontológica estrechamente ligada a mi finitud y conocimiento, o por el contrario cabe afirmar la trascendencia de la existencia al margen de mi experiencia vital y finitud física? La respuesta de Zhàozhōu Cōngshěn parece ser la más pertinente: "wú". Es una desidia que ésta llegase mil años tarde para el sanguinario hijo de Filipo.
Llevas despierto algo menos de 72 horas y crees comprender que la situación más virtuosa, equilibrada y sosegada posible, es la de ser un completo desconocido para todo el mundo a la vez de ser incapaz de conocer a nadie.
Sabes perfectamente que bajo el espesor de antiguas luchas internas olvidadas nada parece volver a brillar con el mismo vigor. Es inconformismo, el no haber tenido la oportunidad de escoger el color del cielo. Pues, por un lado están las cosas importantes y de las que nada deberías predicar. Esas que tristemente circundan a aquellas sobre las que sí que se puede hablar. He aquí un ápice más de tragedia, por si las dosis inoculadas, se habían proclamado a si mismas como insuficientes. En estos casos, nada como entender la vigilia para llegar a dejarse guiar por los presagios necios contenidos en un sueño. Alejandro III cimentó sobre señales de harina de grano, lo que a su parecer debía de llegar a ser una opulenta ciudad que llevaría su nombre para parte de la posteridad. Lo que el argéada desconocía es que la tiña nunca desaparece por completo. Su letargo itinerante no es si no una sediciosa tregua ante la que los hombres no pueden presentar batalla debido a su propia finitud. Puede que una plausible victoria en esta guerra se haya de identificar tan solo en la actualización de la propia finitud. ¿Que quedará cuando yo ya no esté aquí? ¿Está la existencia ontológica estrechamente ligada a mi finitud y conocimiento, o por el contrario cabe afirmar la trascendencia de la existencia al margen de mi experiencia vital y finitud física? La respuesta de Zhàozhōu Cōngshěn parece ser la más pertinente: "wú". Es una desidia que ésta llegase mil años tarde para el sanguinario hijo de Filipo.
Llevas despierto algo menos de 72 horas y crees comprender que la situación más virtuosa, equilibrada y sosegada posible, es la de ser un completo desconocido para todo el mundo a la vez de ser incapaz de conocer a nadie.
miércoles, 15 de abril de 2015
Isn't it?
Domingo. Línea Victoria a Brixton. Apenas quedaba rastro de un populado mercado, sí en cambio, el aroma persistente de algo de crack recién inhalado entre callejones. Entré en un pub oscuro de manera aleatoria, pero con sed. Madera opaca. Silencio catatónico entre los clientes. Tenían Guinness, el Newcastle perdía de nuevo en su inevitable "Tyne-Wear Derby" y en el piso de arriba, no paraban de bailar "swing". Zapatos blancos sobre el parquet, alegría lírica o desidia burguesa. El sudor de las parejas de baile, descendía serpenteando sin oposición, filtrándose hasta llegar a la planta baja, justo sobre la barra y los tiradores de cerveza tibia. Aquel drenaje ávido me transportó directamente hasta tiempo más pestilentes, en los que la guerra entre los hombres al menos suponía la paz y la paz se sellaba con casamientos de misma descendencia; en los que el juego del ajedrez se desarrollaba sobre un tablero de casillas rojas y blancas. Pero ni siquiera eso me hizo trocear y sembrar en campo desconocido mi constante sonrisa torcida. Era el primer día de calor de la primavera en Lambeth, pero yo no podía parar de pensar en la frescura sanguínea de la "Rue de Panam". Recién desembarcado en Chelsea con un par de calcetines ajenos y un botón menos en la camisa, me alegré de conocer en mi primer encuentro a un perro llamado "Cruce", que había sido salvado de una muerte segura por su nuevo amo en un cruce de carreteras del sur. Es difícil hablar con ligereza y con confianza desafiante sobre la muerte. Me dije que solo aquellos que aceptan con serenidad y certeza que la vida se trata de una partida avocada a ser perdida, soslayando en ella la imagen paralela de un enser novicio con fecha de caducidad... Solo estos son capaces de abordar la muerte con sensatez, un mayor espectro de profundidad reflexiva y el suficiente desenfado estoico.El sarcasmo ha de nutrir, pero nunca saciar. Algo parecía indicar que este habría de ser el inicio de una historia prometedora. Pero no lo fue. Tan solo era el inicio de otra historia más. ¿En cuanto al contexto? La mayoría coincidía: esta era una ciudad viva. En cambio yo, la encontré repleta de muertos. De autómatas serviles. De una prisa inusitada por conseguir la más ansiada nada. Las cámaras. Siempre bajo el acecho de un ojo desconocido e impersonal que con solo mirarte, deducía que cable debería de cortarte, en caso de ser necesario. Caras achatadas y mancas, caras olvidadas y velludas bajo tierra capaces de lo bizarro, de orinarse encima si es necesario. Un nido de ladrones, donde es imposible topar con un solo billete huérfano en la acera, no en cambio en los bancos de las capillas anglicanas. La lucha de la caridad entiende de papados, de ebriedad subyugada, del deseo por tener algo más de tiempo para destronarse uno mismo. Ahora solo transpiro el recuerdo de tus bailes, un acento olvidado, las postales escritas a oscuras entre la inspiración de un tal agridulce Bulmer's. Son guerras puntuales, todas lo son. Ahora, si desfallezco, exijo una tumba de alabastro con remite manchego. Mineral expoliado hace siglos, huelga decirlo.
sábado, 21 de febrero de 2015
¿Qué tal te va en el baño?
Desperté aún borracho; con algo de carraspera. En la palma de mi mano descubrí dibujado con bolígrafo azul un número de teléfono junto a un nombre de mujer. Juré haber soñado con que una niña me decía que mis ojos eran de color "triste". Yo le explicaba que eran marrones. Que "triste", tan solo era mi mirada. Bajé a la calle a por tabaco. Allí es donde todo comenzaba de nuevo.
Yo vivía en aquella calle donde cagaban todos los perros de la ciudad. La única en la que llovía cada día. En aquel vecindario, donde solo alguien que se siente muy sucio, se da una ducha a las tres y media de la madrugada.
Tú pensabas que yo era un monstruo...
Tan solo porque no me conocías y tenías miedo de llegar a conocerme.
Yo vivía en aquella calle donde cagaban todos los perros de la ciudad. La única en la que llovía cada día. En aquel vecindario, donde solo alguien que se siente muy sucio, se da una ducha a las tres y media de la madrugada.
Tú pensabas que yo era un monstruo...
Tan solo porque no me conocías y tenías miedo de llegar a conocerme.
miércoles, 11 de febrero de 2015
Garbanzos y Gabachos.
Si volvemos
el uno al otro,
seremos de nuevo
afortunados.
Si no regresamos
debemos pensar,
que nunca
nos pertenecimos.
Hubo un tiempo
en el que,
me sentí libre.
Conocí a todos
los fantasmas del camino,
los crisoles para un futuro
tan crudo como treinta años
sin beber por los recuerdos.
Mis pasos
se dirigían allá,
donde la mirada
no era una duda.
Entonces descendí,
una tarde
soleada pero fresca,
de aquella montaña que
era una azotea solitaria
sobre Friburgo.
Canturreando hacia abajo
un himno "tico" altivo
recién memorizado
con una sonrisa sempiterna
alojada en la boca.
Porque ya sabía como era,
tu mirada azul en
la oscuridad del lecho.
Porque ya sabía cual era,
el anhelado por años
y cálido abrigo,
de tus lisas manos.
Porque ya sabía como entender,
la suavidad de,
tus livianos besos
fundidos en timidez.
Lo que significaba por momentos,
el sonido vernáculo
de tu idioma blanco,
lo oculto
tras el paso del tiempo.
Todo aquello,
para seguir sangrando
en nuestro silencio.
Paso a paso.
Al igual que nunca.
Como nunca.
El final es
lo más importante.
Hemos de saberlo,
desde el comienzo.
el uno al otro,
seremos de nuevo
afortunados.
Si no regresamos
debemos pensar,
que nunca
nos pertenecimos.
Hubo un tiempo
en el que,
me sentí libre.
Conocí a todos
los fantasmas del camino,
los crisoles para un futuro
tan crudo como treinta años
sin beber por los recuerdos.
Mis pasos
se dirigían allá,
donde la mirada
no era una duda.
Entonces descendí,
una tarde
soleada pero fresca,
de aquella montaña que
era una azotea solitaria
sobre Friburgo.
Canturreando hacia abajo
un himno "tico" altivo
recién memorizado
con una sonrisa sempiterna
alojada en la boca.
Porque ya sabía como era,
tu mirada azul en
la oscuridad del lecho.
Porque ya sabía cual era,
el anhelado por años
y cálido abrigo,
de tus lisas manos.
Porque ya sabía como entender,
la suavidad de,
tus livianos besos
fundidos en timidez.
Lo que significaba por momentos,
el sonido vernáculo
de tu idioma blanco,
lo oculto
tras el paso del tiempo.
Todo aquello,
para seguir sangrando
en nuestro silencio.
Paso a paso.
Al igual que nunca.
Como nunca.
El final es
lo más importante.
Hemos de saberlo,
desde el comienzo.
lunes, 9 de febrero de 2015
Veces
He aprendido
a vivir con lo muerto.
Con mi presencia,
no esperando casi nada.
A veces,
el reflejo distorsionado
de verte de espaldas,
ya no saber si eres tú,
por la distancia.
Hubo una vez,
en la que comenzó el baile
y esa odiosa penitencia.
Blanco absoluto, humo,
a ambos lados de los trenes.
La vez,
en que caricias y frío
y algo de concilio.
Rozar con los dedos,
torpemente el pasado,
solo reír, es necesario.
A la vez,
que hablo pienso:
"Perdona, he estado leyendo mucho,
me sale mierda de la boca"
te miro a los ojos, al fin
sintiéndome tenso.
Esta vez,
Te cambié bajo la luna,
por otra, que cantaba
de mi mano, una canción triste
desgarradora a las colinas.
Desvalido, regresar ante la chimenea,
permanecer solo viendo el fuego,
durante tres horas,
mi añorado trago amargo
de cada madrugada.
Esta vez,
No pude sino admitir allí,
que tu frente es griega,
cierta locura, tu morada,
únicas, tus entrañas,
tu magia, la esperada:
Que sin tu "todo",
para mi, no hay nada.
Una ensalada y su cebolla,
de Domingo, con sabor "axila".
Sé que después, te irás,
habrá otra vez
vacío;
pero a la próxima,
podré llegar vivo.
a vivir con lo muerto.
Con mi presencia,
no esperando casi nada.
A veces,
el reflejo distorsionado
de verte de espaldas,
ya no saber si eres tú,
por la distancia.
Hubo una vez,
en la que comenzó el baile
y esa odiosa penitencia.
Blanco absoluto, humo,
a ambos lados de los trenes.
La vez,
en que caricias y frío
y algo de concilio.
Rozar con los dedos,
torpemente el pasado,
solo reír, es necesario.
A la vez,
que hablo pienso:
"Perdona, he estado leyendo mucho,
me sale mierda de la boca"
te miro a los ojos, al fin
sintiéndome tenso.
Esta vez,
Te cambié bajo la luna,
por otra, que cantaba
de mi mano, una canción triste
desgarradora a las colinas.
Desvalido, regresar ante la chimenea,
permanecer solo viendo el fuego,
durante tres horas,
mi añorado trago amargo
de cada madrugada.
Esta vez,
No pude sino admitir allí,
que tu frente es griega,
cierta locura, tu morada,
únicas, tus entrañas,
tu magia, la esperada:
Que sin tu "todo",
para mi, no hay nada.
Una ensalada y su cebolla,
de Domingo, con sabor "axila".
Sé que después, te irás,
habrá otra vez
vacío;
pero a la próxima,
podré llegar vivo.
domingo, 1 de febrero de 2015
Consejos de Tritón al enésimo descendiente de Eneas extraviado.
Si lo que no quieres
es naufragar,
habrás de conocer bien tus dudas,
el aspecto de la mar.
Empaparte tal vez,
de la lluvia,
los entresijos proteicos de la mudez
lo vano de la soledad.
De alguna antigua canción de puerto,
a la que nunca poder retornar,
cuando el agua asoma voraz
bajo el romo cuello de la camisa.
En cuanto se cierne pesada
en todos los bolsillos,
obligando con calma,
hastiada impotencia.
Con esa indigerible resignación,
o insulsa disgregación,
con aborrecido antagonismo mártir
compeliéndote a zozobrar.
Si lo que no quieres,
es naufragar,
habrás de conocer bien tus miedos,
las corrientes de la infinidad.
Hacer de tus brazos
dos recias velas.
De tu alma,
una afilada y recta quilla.
Asumir que nada te pertenece
a la vez que,
nada te puede ser ajeno.
Convivir con esa tempestad
que acarrea la marea de
los imperecederos pensamientos.
Aceptar, finito mortal,
que fuiste concebido
para vivir con tus pies
anclados en la Tierra,
y desear, desear y desear...
Dominar lo imposible,
domesticar lo salvaje,
capitanear lo inalcanzable,
amar lo inadecuado,
soñar con lo irrealizable.
Desear, desear y desear...
No ahogarte en mi mar.
Estas branquias,
y mi antigüedad.
es naufragar,
habrás de conocer bien tus dudas,
el aspecto de la mar.
Empaparte tal vez,
de la lluvia,
los entresijos proteicos de la mudez
lo vano de la soledad.
De alguna antigua canción de puerto,
a la que nunca poder retornar,
cuando el agua asoma voraz
bajo el romo cuello de la camisa.
En cuanto se cierne pesada
en todos los bolsillos,
obligando con calma,
hastiada impotencia.
Con esa indigerible resignación,
o insulsa disgregación,
con aborrecido antagonismo mártir
compeliéndote a zozobrar.
Si lo que no quieres,
es naufragar,
habrás de conocer bien tus miedos,
las corrientes de la infinidad.
Hacer de tus brazos
dos recias velas.
De tu alma,
una afilada y recta quilla.
Asumir que nada te pertenece
a la vez que,
nada te puede ser ajeno.
Convivir con esa tempestad
que acarrea la marea de
los imperecederos pensamientos.
Aceptar, finito mortal,
que fuiste concebido
para vivir con tus pies
anclados en la Tierra,
y desear, desear y desear...
Dominar lo imposible,
domesticar lo salvaje,
capitanear lo inalcanzable,
amar lo inadecuado,
soñar con lo irrealizable.
Desear, desear y desear...
No ahogarte en mi mar.
Estas branquias,
y mi antigüedad.
miércoles, 28 de enero de 2015
Todavía no he conocido ningún nobel que se depilara las piernas.
-El sujeto romántico echa su vista atrás en el tiempo porque añora. Se empapa de nostalgia de forma casi irremediable y proyecta en un ideal futuro próximo, la plausible falta de aquello que genera su malestar. Mira atrás porque necesita idealizar por completo ese "mirar hacia delante". Se trata sin duda, de una postura radicalmente contraria u opuesta hacia lo establecido, un grito de desacuerdo rebelde propio del siglo XVIII contra el Universo, contra la cosmogonía establecida. Contra la imposibilidad de sublimar y romper sus leyes físicas. Contra los derroteros de las convenciones sociales teñidas de conformismo que optan por repudiar el encanto inmanente de todo lo paradójico que rodea al ser humano. Contra cierta razón que da de lado con los contrastes opuestos y la belleza irracional que estos emanan.
-Me parece que necesitas otra raya-
-Gracias, tío-
El existencialista también mira atrás pero con una capacidad analítica-materialista insondable, o al menos bajo una influencia capital de esta, propia de principios del siglo XX. Dicha capacidad se ve hastiada por un pesimismo negativo que configura por completo y por medio de entidades de sentido, el estatus del presente. Es tan auto-crítico el ojo del existencialista, que sus conclusiones se ven taimadas por un halo del todo paradójico en ciertos casos. Este no ansía mirar hacia adelante en el tiempo, siempre invitado por el estado sobornable y carente de sentido del presente. El ser humano no es más que una esencia que se pregunta a sí misma por qué ha sido arrojada a la existencia. Y esta pregunta es la única a la que no haya respuesta coherente actualizable.
En cambio, un puente entre ambas proyecciones puede ser hallado en Kierkegaard. Kierkegaard postula las consecuencias a sus espaldas, las comprende como precursoras de su caída libre de la existencia, de su caótica contemplación ante el vacío. Su ejercicio pervierte una estrategia de inversión y persigue la anástrofe personificada en esa vil araña que se descuelga incautamente por su sedosa tela. Kant, Kant y solo Kant de nuevo ha de ser tenido en cuenta por enésima vez.
Aún me encuentro a una considerable distancia de las controvertidas lecturas existencialistas de los noventa, a manos de aquella febril enganchada Lilly Taylor en "The Adicction". Recuerdo aquella película. Su director Abel Ferrara se siente inhabilitada para huir de esa ebullitiva cultura neoyorkina en lento proceso de descomposición. La decadencia anunciada de una esquizofrenia capitalista y alienante, si entiendo bien a Deleuze, incapaz de confluir heteronómicas maquinarias de deseo. Ferrara parece ser consciente de las contradicciones que son inherentes al ser humano, de los valores y su generación histórica. Del papel de la religión, de la incógnita del ser humano, del "caballo"... Nada nos hace intuir que debamos de posar nuestra confianza sobre otro ser humano, al menos si lo consideramos como un ente con el cual compartimos diversas similitudes infames. "El infierno son los otros" nos inculcaría el Sartre dominado por el estrabismo. "Teniente Corrupto" da fe de ello y gran parte de los personajes de "Carlito´s Way" nos invitan a pensar idénticamente, si nos embutimos en la piel del propio Al Pacino. Miserias y más desidias...
A pesar de la reinante exasperación, bien subyugada o supralatente, nada original parece conformarse a los ojos del Universo. Desconozco por completo la identidad de aquellos que se entretienen maquinando los nocivos pasajes venideros de nuestra existencia. En parte envidio con sorna aquella sensación que se predisponen a experimentar, el anhelo ontológico más desafiante, el repudiado tabú tanto en el Olimpo clásico como en el Paraíso redentor cristiano, de desear para sí el propio estatus de los dioses.
Suelo mitigar estos arrebatos de megalomanía contraproducente dando rienda suelta a mi propia creación.
Mi universo de moho, que en poco se diferencia al nuestro propio si adoptamos las máximas cuánticas. Juego, como no, a ser Dios.
¿Llegados a este punto donde me hallo yo? ¿Que puedo esperar de mis pensamientos? Ataviado con este hábito oscuro, oscilo entre el entendimiento y la demencia. Entre la desnudez íntegra, completa, pura del alma y los desvaríos pantanosos de las anfetaminas.
¿Que te parece?-
-Me parece que necesitas otra raya-
-Gracias, tío-
(Collage literario de 2010-2011)
sábado, 24 de enero de 2015
Cosas que sé y no sé
No sé lo que cuesta una ducha caliente
de 40 minutos en Bristol Bay (Alaska),
pero sé perfectamente que yo
a veces no la necesito.
No sé quién me espía
al otro lado de las cortinas
cuando me masturbo...
siempre pensé que era yo mismo.
En cambio... No sé quién soy,
ni si quiera,
si quiero llegar a saberlo.
No se si puedo dejar de pensar,
en ti, cada noche, con la espalda fría,
el vino tibio y desnuda.
Pero sé que mis últimas palabras
serán un tímido:
por fin.
Sé lo que es no necesitarme,
estar muy presente
y en cambio,
estar obligado a soportarme.
No sé hacer equilibrios con los sentimientos,
ni dibujos de 2.do de primaria,
volatines con algunos recuerdos...
que corro el riesgo de olvidar.
Pero sé muy bien lo que grito,
quién está enfrente y
en cuantos países he bebido.
Sé perderme a posta.
Sé hacerme el loco tres días a la semana.
Ver mis tatuajes dibujados en el espejo,
(bajo el vaho no quedan besos)
y lo viejo que parezco.
Sé hablar con la mirada.
Tirar tus llaves por la ventana.
Aguantar todas las ganas hasta después de cenar.
Atravesar una tormenta y dejarme mojar.
Sé cómo tocarte.
No sé qué significa la palabra "verdad",
el porqué de toda la distancia en cada cosa que hago...
digo...
miento...
siento...
me prometo...
No sé esperar,
si eres tú, solo una última vez,
bostezar boca abajo,
o terminar el día.
No sé,
a veces,
cuando me preguntan,
por las respuestas,
cosas complicadas y vitales
para el hombre
que no tienen importancia.
No sé donde está el sentido de "todo"
pero sé muy bien qué es mear sangre.
de 40 minutos en Bristol Bay (Alaska),
pero sé perfectamente que yo
a veces no la necesito.
No sé quién me espía
al otro lado de las cortinas
cuando me masturbo...
siempre pensé que era yo mismo.
En cambio... No sé quién soy,
ni si quiera,
si quiero llegar a saberlo.
No se si puedo dejar de pensar,
en ti, cada noche, con la espalda fría,
el vino tibio y desnuda.
Pero sé que mis últimas palabras
serán un tímido:
por fin.
Sé lo que es no necesitarme,
estar muy presente
y en cambio,
estar obligado a soportarme.
No sé hacer equilibrios con los sentimientos,
ni dibujos de 2.do de primaria,
volatines con algunos recuerdos...
que corro el riesgo de olvidar.
Pero sé muy bien lo que grito,
quién está enfrente y
en cuantos países he bebido.
Sé perderme a posta.
Sé hacerme el loco tres días a la semana.
Ver mis tatuajes dibujados en el espejo,
(bajo el vaho no quedan besos)
y lo viejo que parezco.
Sé hablar con la mirada.
Tirar tus llaves por la ventana.
Aguantar todas las ganas hasta después de cenar.
Atravesar una tormenta y dejarme mojar.
Sé cómo tocarte.
No sé qué significa la palabra "verdad",
el porqué de toda la distancia en cada cosa que hago...
digo...
miento...
siento...
me prometo...
No sé esperar,
si eres tú, solo una última vez,
bostezar boca abajo,
o terminar el día.
No sé,
a veces,
cuando me preguntan,
por las respuestas,
cosas complicadas y vitales
para el hombre
que no tienen importancia.
No sé donde está el sentido de "todo"
pero sé muy bien qué es mear sangre.
martes, 13 de enero de 2015
Nunca estoy a solas. Acaso con el Diablo.
-¿Odias a alguien?-
-Al principio aborrecía al resto de seres humanos. A la mayoría de ellos. A los que eran incapaces de adquirir consciencia de toda la demencia impresa en sus "razonables" vidas. En sus satisfechas rutinas. En sus pequeños logros diarios, materiales, superficiales; ya fueran sociales o de carácter ético. Sabes a lo que me refiero. A existencias, lapsos finitos de vida... de aspecto aséptico. Vidas tan "perfectas" y limpias. Tan correctas y dirigidas dentro de unas directrices que conforman la mayor de las realidades "irreales". Un sueño diseñado por otros, inauténtico, dentro del letargo de la vida.
Después llegué incluso a envidiarlos. Por su ignorancia, su normalidad sin altibajos y su estabilidad emocional ajena a la angustia, con toda la desinencia que esa palabra puede llegar a desencadenar en un espíritu despierto. Los envidiaba, necesitaba redirigir mi venganza, reestructurarla, darle otra perspectiva, solucionarla; entender el problema y reinterpretar su porqué. En el fondo no me percataba de que lo que realmente deseaba del prójimo, era su su capacidad para creerse dotado de una potencialidad para la felicidad. Una felicidad que se mantenía al margen en todo momento de las preguntas esenciales, obviando lo único realmente importante para el ser humano. ¡Estaban despreocupados por si tendrían o no tendrían respuesta dichas preguntas! La ignorancia como paradigma de la felicidad. Así era. Un auténtico sofisma. Una falacia labrada durante milenios; que estamos aquí para ser felices. Resulta irrisorio. Eso es completamente falso. Ahora lo sé.
Hoy en día tan solo me dan lástima, pues al igual que yo mismo, sé que no conocen las respuestas, pero me apena y me compadezco por ellos al pensar que esto se debe a que ni siquiera llegarán a hacerse dichas preguntas. Y por ende, tampoco se platearán si sus preguntas son las adecuadas o están mal planteadas. Y eso me parece realmente imperdonable para aquel que se tenga por ser humano a si mismo. Los convierte en unos auténticos imbéciles con los cuales, cada día que pasa, tan solo parezco compartir una característica: todos moriremos algún día.-
-¿Es por lo que ahora te dedicas a matar? ¿ A cambio de dinero?-
-No. Lo hago porque creo que subsiste un principio estético en el acto de asesinar. Requiere aptitudes, un estudio, una técnica, una praxis o un método, un momentum de anclaje en la ejecución con el aspecto del sublime más displacentero... A mi modo de ver, existe algo artístico en todo eso.-
-Entonces... ¿Tomarás este encargo?-
-Siento disentir. El arte solo es auténtico cuando no tiene más fin que él mismo.-
Entonces me giré nervioso, casi desesperado, hacia el otro, y le dije:
-¿Y tú? ¿Lo harías?-
-A mi no me mires. Este no es un trabajo para mi... Quiero decir... Yo solo soy bueno en eso... Ya sabes...-
-¿En qué?-
-Pues... En agarrarme pedos y en tirármelos. Yo al menos sé quién soy.-
-Al principio aborrecía al resto de seres humanos. A la mayoría de ellos. A los que eran incapaces de adquirir consciencia de toda la demencia impresa en sus "razonables" vidas. En sus satisfechas rutinas. En sus pequeños logros diarios, materiales, superficiales; ya fueran sociales o de carácter ético. Sabes a lo que me refiero. A existencias, lapsos finitos de vida... de aspecto aséptico. Vidas tan "perfectas" y limpias. Tan correctas y dirigidas dentro de unas directrices que conforman la mayor de las realidades "irreales". Un sueño diseñado por otros, inauténtico, dentro del letargo de la vida.
Después llegué incluso a envidiarlos. Por su ignorancia, su normalidad sin altibajos y su estabilidad emocional ajena a la angustia, con toda la desinencia que esa palabra puede llegar a desencadenar en un espíritu despierto. Los envidiaba, necesitaba redirigir mi venganza, reestructurarla, darle otra perspectiva, solucionarla; entender el problema y reinterpretar su porqué. En el fondo no me percataba de que lo que realmente deseaba del prójimo, era su su capacidad para creerse dotado de una potencialidad para la felicidad. Una felicidad que se mantenía al margen en todo momento de las preguntas esenciales, obviando lo único realmente importante para el ser humano. ¡Estaban despreocupados por si tendrían o no tendrían respuesta dichas preguntas! La ignorancia como paradigma de la felicidad. Así era. Un auténtico sofisma. Una falacia labrada durante milenios; que estamos aquí para ser felices. Resulta irrisorio. Eso es completamente falso. Ahora lo sé.
Hoy en día tan solo me dan lástima, pues al igual que yo mismo, sé que no conocen las respuestas, pero me apena y me compadezco por ellos al pensar que esto se debe a que ni siquiera llegarán a hacerse dichas preguntas. Y por ende, tampoco se platearán si sus preguntas son las adecuadas o están mal planteadas. Y eso me parece realmente imperdonable para aquel que se tenga por ser humano a si mismo. Los convierte en unos auténticos imbéciles con los cuales, cada día que pasa, tan solo parezco compartir una característica: todos moriremos algún día.-
-¿Es por lo que ahora te dedicas a matar? ¿ A cambio de dinero?-
-No. Lo hago porque creo que subsiste un principio estético en el acto de asesinar. Requiere aptitudes, un estudio, una técnica, una praxis o un método, un momentum de anclaje en la ejecución con el aspecto del sublime más displacentero... A mi modo de ver, existe algo artístico en todo eso.-
-Entonces... ¿Tomarás este encargo?-
-Siento disentir. El arte solo es auténtico cuando no tiene más fin que él mismo.-
Entonces me giré nervioso, casi desesperado, hacia el otro, y le dije:
-¿Y tú? ¿Lo harías?-
-A mi no me mires. Este no es un trabajo para mi... Quiero decir... Yo solo soy bueno en eso... Ya sabes...-
-¿En qué?-
-Pues... En agarrarme pedos y en tirármelos. Yo al menos sé quién soy.-
martes, 6 de enero de 2015
De cómo hablar solo de mujeres, sin hablar de mujeres.
No era sencillo poder hablar con el señor Czech. Más allá de ser un hombre huraño, solitario y malhumorado por norma general; algunas de las pocas veces que me era posible conversar con él, la banalidad y lo "naive" corrían por su boca como un hilo de sangre desatado que partía de sus fauces lentamente. A pasos forzados, pero con calma, como diría Augusto en boca de Suetonio; queriendo adelantar la catástrofe inicialmente camuflada de una triste sinfonía de Mahler. Aquello simulaba una extraña aparición simbólica, como si una tímida úlcera comenzase a sajarse en el interior de su alma con el inicio apresurado de la propia conversación, y se viera incapacitado para culparme a mi, o a cualquiera de los demás presentes de aquel dolor interno. Intentaba nervioso desviar entonces la atención hacia cuestiones módicas. Comenzaba a sudorar y acababa por desaparecer en modesto silencio de nuestra presencia aprovechando cualquier despiste o distracción que tuviéramos los parroquianos en el "kneipe" o café de turno. La puerta del café se cerraba a sus espaldas y las calles hacían el resto con su tosca silueta. Una silueta que no era tal vez algo más que la sombra de un diablo menor, mal dibujado en la esquina del ornamento, desganado y aparentemente cansado; subordinado al frío imperante del invierno. Persuadido por algo de alcohol en las venas y empapado por la luz ámbar y decadente de los faroles que se derramaba densa cada noche sobre su capa.
Pensábamos que la razón de su malestar se ceñía tal vez, a que nada estaba a la altura de aquello que sus intenciones, expectativas y anhelos más profundos requerían. La muchedumbre, y sus mundanos actos, debían de acabar con el funesto y a la vez ideal sueño significante de la libertad del señor Czech. Él era, una de las figuras más inaccesibles de entre todos nosotros, de cuya compañía escasas veces se nos permitía gozar, pero de cuya presencia siempre nos parecía huir habiendo aprendido grandes y valiosas reflexiones.
Nadie era demasiado bueno, y nadie era lo suficientemente malo. Esto parecía destronar todas las aspiraciones que Czech había depositado a priori en la potencialidad del ser humano, sobre todos aquellos que lo rodeaban. Impotencia. Un nietzscheano puente en perpetua construcción hacia la nada más incontestable. Un juego espeso y redundante contra todos y si mismo, pues él también era parte del conjunto de la humanidad, del que era muy complicado salir victorioso... Una y otra vez. O al menos esto último fue lo único que conseguí sacar en claro de nuestra postrera conversación mantenida a finales del Diciembre pasado.
Lo cierto es que era muy tarde y quedaban ya pocos clientes en el antiguo café Thalia de la Sauerkaterstrasse. Los cristales empañados, hacían casi imperceptible lo que en la calle acaecía: tal vez una sangrienta guerra a la vuelta de la esquina, el cisma del odio entre las antiguas naciones en busca de una absurda escapada hacia el vacío, el hallazgo de la enésima galaxia del firmamento a la que nunca optaríamos poder visitar. Mientras tanto, en los calcetines de la humanidad, donde el olor aún sigue siendo nauseabúndamente humano y la enfermedad, cabalmente imperecedera; nada majestuoso podría extraer nuestra atención más allá de los cristales de la calle. Estábamos pues, más que inmersos en nuestras bebidas, el amor verdadero que nunca llegaba y el cálido ambiente reinante. Rezábamos inconscientemente porque el patrón alargase la hora de cierre del café y no nos condenase a regresar a casa prematuramente sobrios obligados a vérnoslas con todo el invierno reinante de nuestras amadas ratoneras exentas de calefacción. Si es que en algo coincidíamos con George Steiner aquella noche, es que Europa, con toda su metafísica antediluviana y su técnica moderna, su sublime arte "Entanterte" y sus letras canónicas, sus barbaries y ulteriores "paxes", su Roma, Judea y Atenas, sus putas vernáculas y su opio expoliado de las colonias; mucho debía a los cafés y a la actividad intelectual allí gestada. Una idea, una atalaya, un sucio continente pertrechado por un ejército de asquerosos borrachos desocupados, siempre a la vanguardia en el uso de una razón indigerible e impoluta.
Por designio de la causalidad o del propio Paracelso, la puerta se abrió con sigilo y la volatil sombra del señor Czech pareció unirse a las filas de la mermada tripulación. Tomó asiento cerca de la estantería de los libros antiguos de de medicina, un rincón suficientemente alumbrado para sumirse en la lectura, dar a luz a alguna idea molesta sobre el papel o por el contrario caer en ebrio sopor sin correr el riesgo de ser importunado. En el momento en el que discerní que había encargado algo de bebida, decidí desterrar mi cigarrillo y apresurarme en pos de su compañía. Pregunté primero si podía sentarme en su mesa, y al reconocer que se trataba de mi y consciente tal vez de mi incapacidad para lastimar por completo su tranquilidad, accedió. Parecía divagar entre un mar abatido de papeles y notas tras las que se ofuscaba por establecer un orden definido, sin poder por el momento, escenificar que parte pertenecería al prefacio, cual a la "peroratio" ciceroniana y cual de sus manuscritos correspondería al corpus del ensayo:
Pintura del genuino simbolista Max Klinger, perteneciente a la magnífica colección permanente del "Museum der bildenden Künste" de Leipzig.
Pensábamos que la razón de su malestar se ceñía tal vez, a que nada estaba a la altura de aquello que sus intenciones, expectativas y anhelos más profundos requerían. La muchedumbre, y sus mundanos actos, debían de acabar con el funesto y a la vez ideal sueño significante de la libertad del señor Czech. Él era, una de las figuras más inaccesibles de entre todos nosotros, de cuya compañía escasas veces se nos permitía gozar, pero de cuya presencia siempre nos parecía huir habiendo aprendido grandes y valiosas reflexiones.
Nadie era demasiado bueno, y nadie era lo suficientemente malo. Esto parecía destronar todas las aspiraciones que Czech había depositado a priori en la potencialidad del ser humano, sobre todos aquellos que lo rodeaban. Impotencia. Un nietzscheano puente en perpetua construcción hacia la nada más incontestable. Un juego espeso y redundante contra todos y si mismo, pues él también era parte del conjunto de la humanidad, del que era muy complicado salir victorioso... Una y otra vez. O al menos esto último fue lo único que conseguí sacar en claro de nuestra postrera conversación mantenida a finales del Diciembre pasado.
Lo cierto es que era muy tarde y quedaban ya pocos clientes en el antiguo café Thalia de la Sauerkaterstrasse. Los cristales empañados, hacían casi imperceptible lo que en la calle acaecía: tal vez una sangrienta guerra a la vuelta de la esquina, el cisma del odio entre las antiguas naciones en busca de una absurda escapada hacia el vacío, el hallazgo de la enésima galaxia del firmamento a la que nunca optaríamos poder visitar. Mientras tanto, en los calcetines de la humanidad, donde el olor aún sigue siendo nauseabúndamente humano y la enfermedad, cabalmente imperecedera; nada majestuoso podría extraer nuestra atención más allá de los cristales de la calle. Estábamos pues, más que inmersos en nuestras bebidas, el amor verdadero que nunca llegaba y el cálido ambiente reinante. Rezábamos inconscientemente porque el patrón alargase la hora de cierre del café y no nos condenase a regresar a casa prematuramente sobrios obligados a vérnoslas con todo el invierno reinante de nuestras amadas ratoneras exentas de calefacción. Si es que en algo coincidíamos con George Steiner aquella noche, es que Europa, con toda su metafísica antediluviana y su técnica moderna, su sublime arte "Entanterte" y sus letras canónicas, sus barbaries y ulteriores "paxes", su Roma, Judea y Atenas, sus putas vernáculas y su opio expoliado de las colonias; mucho debía a los cafés y a la actividad intelectual allí gestada. Una idea, una atalaya, un sucio continente pertrechado por un ejército de asquerosos borrachos desocupados, siempre a la vanguardia en el uso de una razón indigerible e impoluta.
Por designio de la causalidad o del propio Paracelso, la puerta se abrió con sigilo y la volatil sombra del señor Czech pareció unirse a las filas de la mermada tripulación. Tomó asiento cerca de la estantería de los libros antiguos de de medicina, un rincón suficientemente alumbrado para sumirse en la lectura, dar a luz a alguna idea molesta sobre el papel o por el contrario caer en ebrio sopor sin correr el riesgo de ser importunado. En el momento en el que discerní que había encargado algo de bebida, decidí desterrar mi cigarrillo y apresurarme en pos de su compañía. Pregunté primero si podía sentarme en su mesa, y al reconocer que se trataba de mi y consciente tal vez de mi incapacidad para lastimar por completo su tranquilidad, accedió. Parecía divagar entre un mar abatido de papeles y notas tras las que se ofuscaba por establecer un orden definido, sin poder por el momento, escenificar que parte pertenecería al prefacio, cual a la "peroratio" ciceroniana y cual de sus manuscritos correspondería al corpus del ensayo:
-¿Qué lo atormenta en este preciso instante Czech?- le indagué hundiendo súbitamente después mis labios en un largo trago.
-¿Y qué no lo consigue, amigo? ¿Acaso existe algo que no esté capacitado para turbar la cordura de cualquier hombre despierto? En ocasiones planteamos la pregunta desde el espectro opuesto del espejo, desde su interior; y el camino hasta la dama se torna así más arduo. En este fatídico caso el camino inmediato hacia el conocimiento, se demorará un poco más preguntando por el "ser", que por el "no ser". ¿Podrás recordar esto último?-
Asentí en silencio.
-Me alegra, -dijo- dudo mucho que yo lo consiga rememorar en el futuro. Bebo demasiado y duermo a duras penas. Me serás muy útil si consigues hacérmelo recapitular en un siguiente encuentro. Y yo un auténtico genio, si me inclino por creerte y por ende, creerme.-
-Mire a su alrededor. Todo invita a pensar que se ha ausentado usted de la ciudad durante un tiempo. Nada ha cambiado, en favor de Di Lampedusa, con su pasajero destierro. Cuénteme. ¿En donde se ha perdido sin llegar a encontrarse esta vez?-
-Para serte insultantemente sincero, te admitiré que hacía cinco meses que no pisaba el Este, de donde acabo de llegar. Pero para entonces, cuando marché ya acarreaba ciertos desengaños extras a mis espaldas y las imposibilidades tópicas de dos o tres amantes efímeras a las que me había sido imposible ofrecer nada propio. O tal vez, si me permites, a quienes me había sido imposible demostrar que al fin me había reconvertido en un ser rehabilitado y emocionalmente estable. Digno de mi mismo. Sin ir más lejos, y deseando explicitarme... Pocas personas muestran un interés exacerbado por el magnetismo animal, la posibilidad de un reverso idealista en la existencia telúrica de las almas fantasmagóricas. Y al parecer, ninguna de mis queridas pareció ser descendiente directa del mismísimo Arthur Schopenhauer.-
Sonrió.
-Supongo que es duro ver como uno se va ahogando en el cieno paulatinamente sin encontrar la ciencia exacta, el apoyo ajeno para salir del atolladero, o aún mejor... aprender a respirar bajo el lodo.-
-Estás en lo cierto. Es dura la soledad. Pero es libre también. En mi viaje, no tenía aparentemente una razón de peso para justificar nuevamente mi regreso al Este; tan solo la certeza de un bolsillo repleto de incandescente dinero dispuesto a ser dilapidado entre los pocos amigos que me quedaban ya al otro lado de esta porcina y vieja Europa.-
-¿De que escapa esta vez, señor Czech? Si es que puede saberse.-
-Supongo que tan solo se ha tratado de otra de mis huidas características, nadie extraña al diablo cuando hay falta de desgracia, ¿no es cierto? Una escapada de otras, conscientes o no, premeditadas o no; deserciones de uno mismo, sí, en busca de aquellos que una vez fueron mis amigos leales.-
-Pero en cambio se ve de nuevo sentado aquí, habiendo regresado, y sin aparentes respuestas que lo hayan convencido. ¿No es cierto?-
-Tu acierto empieza a asombrarme. Sí, así es. Algo parecía decirme que aquella iba a ser la última vez que nos veríamos. La última vez en la que reiría con ellos y bendeciría el día en que los conocí, allá por donde el sol osa nacer cada día. Digamos que... Una fuerza emanada del interior se manifestaba durante el viaje persuadiéndome de que pronto algo o alguien, cambiaría de un plumazo toda la lluvia de mi interior, por esta nieve fría y escasamente húmeda de la capital. Es sin duda, la irrupción del invierno y todos sus símbolos. Esta nieve amigo, que al menos y como apreciación preliminar, no promete ni un ápice de más que aquello que es capaz de ofrecer. Honrada facultad esta, ¿no crees?- hizo seguido una pausa para seguir bebiendo y continuó- Cuando nada parece tener sentido y nos es complicado asir explicaciones a los hechos incontestables que se nos presentan frente a los ojos, algunos desdichados sesudos nos resistimos con fervor a engullir el sinsentido aparente de la existencia. Nos refugiamos en analogías dispares, tu bien lo sabes, intentando despejar la esencia de algún componente sencillo si lo hay del que poder extraer una explicación convincente. Una explicación saciante, aunque sea a medias, para la conciencia de uno mismo. Y eso nos mantiene a salvo una jornada más de la siempre presente locura.-
-Es decir... Cambiar la lluvia por nieve.-
-Así es. De cómo uno ha de enfriar el interior como si eso sin duda ayudase en algo a uno. Tal vez, para esquivar la demencia. Tal vez no, para labrarla y perfeccionarla.-
-Pero... en ambos casos, uno está avocado o al menos bajo la amenaza de fracasar, de rendirse, de caer en brazos de la molicie y cesar al fin en la ascensión de las más ansiadas cotas. ¿No es así, Herr Czech?-
-Creo repetirme, pero la necesidad del fracaso se torna de nuevo vital. Eso es innegable. Pero intentar evitar la experiencia del fracaso volviendo al origen sin olvidar las coincidencias, la magia del misterio de la que continuamente, idealistas nosotros, echamos mano... eso es tan solo transitorio. Nos maniatamos si no, nos condenamos a algo... a la superstición estúpida, a los amuletos inservibles y baldíos. A lo buscado y no encontrado, pero en cambio a lo nunca buscado y encontrado. Otro sinsentido que se escapa de entre nuestras manos como arena seca en mitad de una correosa y severa ventisca.-
-¿Es absurdo entonces regocijarnos en la intuición plausible del destino?-
-Tan solo te diré de los sublimes caprichos del destino, que estos nada entienden de regularidad cósmica, de estabilidad gravitacional, de "ceteris paribus"... No me importaría acostarme con la Fortuna y maldecirme el resto de mi mortal tiempo por haber sido incapaz de haber interpretado mi singular papel en esta obra de arte que es la vida, por esa sola y concisa vez.-
-No adivino entonces como es posible que "lo esperado" acabe en algunos casos por congeniar con la magnificencia de "lo no esperado". ¿Cómo invertir la expresión sentirse realizado cuando la Fortuna nos concede lo tan arduamente buscado, mientras despreciamos lo que nos llega sin haberlo esperado y no hemos en un principio anhelado con ahínco?-
Entonces sonrió con embelesada gana.
-Compañero, como bien asienten los vedas y tú mismo serás consciente, el deseo es un compañero sanguinario y desollador a lo largo de nuestro viaje. Más que otro, peligroso, pernicioso, cuya contestación se presenta excesivamente complicada para los más débiles. ¿Cómo romper el bucle del deseo? Estamos diseñados para desear. ¿Cómo despreciar el idéntico retorno de lo mismo en cada nuevo ciclo vital?-
-Resulta todo un dilema. Lo reconozco.-
-Reconocerlo es tan solo una tercera parte del trabajo. La segunda es entenderlo. Y la tercera... solucionarlo. Si es que realmente tiene solución. Y tan solo una cosa, la cual llega a ser la más importante de todas para algunos tiene solución.-
-¿Cual es esa Czech?- pregunté intrigado.
-La vida.-
-¿Por lo tanto, es la muerte nuestra solución?-
-No estoy muy seguro hijo. Somos seres humanos, entes racionales nos dicen, que construyen sus categorías epistemológicas en relación a la similitud entre, conceptos, sucesos, sustancias u objetos. Pero que al mismo tiempo operan en consonancia a la disimilitud o la diferencia. O incluso, yendo más allá... ¿Es el camino del ser el empleado en la senda de cierta parte de casos particulares o concretos, y la vereda del no ser para el resto?-
Se hizo un silencio agradable entre ambos que nos dio tiempo para beber más aún.
Tan solo después continuó con sus palabras Czech.
-Muerte como solución a la vida, dando por bueno, que la vida, tal y como es ahora, supone para mi un problema...-suspiró- La idea de que ninguna genialidad sea capaz de surgir de entre toda la insoportable mediocridad reinante, te conduce a la idea del suicidio. A la idea de "no ser" tras haber sido. A esa imagen sin imagen de ti mismo. Que sobrevuela tu mente varias veces al día. A una ruptura soez, casi grosera para la propia inteligencia. Surgida de la eterna lucha desequilibrada de la ilusión propia enfrentada con el ínfimo valor de la realidad que te circunda.
Dicen que cuando uno va a morir, lo último que siente es el frío apoderándose de su cuerpo. Un frío que debilita. Un frío inmovilizador que imposibilita incluso el acto de sacudirse y entrar de nuevo momentáneamente en calor. El problema, y aquí si que seré tajante, el problema acaece cuando dicha sensación se viene acomodando en el interior de uno durante los últimos tres años.-
Habiendo liberado su Ave Fénix, Czech comenzó a sentir que su sinceridad tal vez había llegado a cotas que no esperaba coronar en un principio, ni siquiera confiar temiendo que otra persona empezase a diseccionar las intenciones más ocultas que el interior de su mente albergaba en lo más profundo de su ser. Alegó después estar borracho. Juró estar cansado. Tomó la la calzada de lo banal de nuevo, intentando proteger su privacidad intelectual, sus ideas y apreciaciones auténticas retomando con bisoño verbo la sátira clueca a la que nos tenía acostumbrados cuando el loco, de veras, se hacía el loco. Tan solo para protegerse de los cuerdos. Pero habiéndoles enseñado más verdad en una charla que en ninguno de sus más lúcidos e insospechados sueños reveladores.
Pintura del genuino simbolista Max Klinger, perteneciente a la magnífica colección permanente del "Museum der bildenden Künste" de Leipzig.
sábado, 3 de enero de 2015
No me di cuenta de lo solo que estaba, hasta que te conocí.
Las horas habían pasado con grave brevedad, dotando a toda la noche de una destilada sensación de vacío. Vacío en el tiempo, oquedad nihilista la de los hechos, casi irrelevantes; despilfarro paupérrimo de una vida que ya casi no le pertenecía. Ni siquiera el contexto parecía invitar a un poco de genialidad extra. Tan solo permanecía imbatible, contra toda lógica pragmática y conformista, la obsesión no perenne del adicto. De su ética inescindida, por desvivirse al intentar exprimir siempre la genialidad de las situaciones completamente caducas y estériles. De su obtusa convicción humanista por hallar excelsitud entre la basura; más allá de los dominios malogrados de la más insoportable mediocre ignorancia. Cuando uno mismo se ha erigido en su más fiel enemigo, una retirada a tiempo supone una victoria, y viceversa, obviamente. Esta es una de las pocas virtudes de aquellos que luchan contra todo, especialmente y con voluntad exacerbada, contra uno mismo: la dualidad de luchar en plena misantropía en ambos bandos enfrentados del mismo conjunto al mismo tiempo, reporta pequeñas victorias que nunca conducen a nada verdaderamente proteico. Seamos honrados.
Asumió su último adiós evidenciando la necesidad por retirarse entonces a meditar. Por aglutinar y diseccionar todos los hechos ocurridos, experimentados, percibidos aprehendidos; e intentar posteriormente entenderlos, ponerlos bajo el látigo promiscuo de la incólume e impoluta razón. Bajo el látigo también, de la comprensión de uno mismo, en todas y cada una de sus posibles proyecciones, en cada una de las situaciones, en todas las aprehensiones plausibles de la realidad.
Pensaba y pensaba, de vuelta a casa, construyendo su propia ruina, estableciendo el motivo necesario para poder justificar más tarde su perdición. Tan solo miró al suelo y vio la suciedad latente en sus zapatillas. Colmadas de mierda, toda aquella mierda simbólica o no, que la noche había arrastrado y se preguntó con sorna, si él mismo llegaría a exhibir algún día una imagen similar. Se sentiría, juró, en cierta manera, triste pero también realizado. Todo, excepto la desidia, perece con el frío.
Asumió su último adiós evidenciando la necesidad por retirarse entonces a meditar. Por aglutinar y diseccionar todos los hechos ocurridos, experimentados, percibidos aprehendidos; e intentar posteriormente entenderlos, ponerlos bajo el látigo promiscuo de la incólume e impoluta razón. Bajo el látigo también, de la comprensión de uno mismo, en todas y cada una de sus posibles proyecciones, en cada una de las situaciones, en todas las aprehensiones plausibles de la realidad.
Pensaba y pensaba, de vuelta a casa, construyendo su propia ruina, estableciendo el motivo necesario para poder justificar más tarde su perdición. Tan solo miró al suelo y vio la suciedad latente en sus zapatillas. Colmadas de mierda, toda aquella mierda simbólica o no, que la noche había arrastrado y se preguntó con sorna, si él mismo llegaría a exhibir algún día una imagen similar. Se sentiría, juró, en cierta manera, triste pero también realizado. Todo, excepto la desidia, perece con el frío.
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