Las horas habían pasado con grave brevedad, dotando a toda la noche de una destilada sensación de vacío. Vacío en el tiempo, oquedad nihilista la de los hechos, casi irrelevantes; despilfarro paupérrimo de una vida que ya casi no le pertenecía. Ni siquiera el contexto parecía invitar a un poco de genialidad extra. Tan solo permanecía imbatible, contra toda lógica pragmática y conformista, la obsesión no perenne del adicto. De su ética inescindida, por desvivirse al intentar exprimir siempre la genialidad de las situaciones completamente caducas y estériles. De su obtusa convicción humanista por hallar excelsitud entre la basura; más allá de los dominios malogrados de la más insoportable mediocre ignorancia. Cuando uno mismo se ha erigido en su más fiel enemigo, una retirada a tiempo supone una victoria, y viceversa, obviamente. Esta es una de las pocas virtudes de aquellos que luchan contra todo, especialmente y con voluntad exacerbada, contra uno mismo: la dualidad de luchar en plena misantropía en ambos bandos enfrentados del mismo conjunto al mismo tiempo, reporta pequeñas victorias que nunca conducen a nada verdaderamente proteico. Seamos honrados.
Asumió su último adiós evidenciando la necesidad por retirarse entonces a meditar. Por aglutinar y diseccionar todos los hechos ocurridos, experimentados, percibidos aprehendidos; e intentar posteriormente entenderlos, ponerlos bajo el látigo promiscuo de la incólume e impoluta razón. Bajo el látigo también, de la comprensión de uno mismo, en todas y cada una de sus posibles proyecciones, en cada una de las situaciones, en todas las aprehensiones plausibles de la realidad.
Pensaba y pensaba, de vuelta a casa, construyendo su propia ruina, estableciendo el motivo necesario para poder justificar más tarde su perdición. Tan solo miró al suelo y vio la suciedad latente en sus zapatillas. Colmadas de mierda, toda aquella mierda simbólica o no, que la noche había arrastrado y se preguntó con sorna, si él mismo llegaría a exhibir algún día una imagen similar. Se sentiría, juró, en cierta manera, triste pero también realizado. Todo, excepto la desidia, perece con el frío.
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