El zapatero remendón al que Dos Passos reserva una aparición tímida en el final de su "Iniciación de un hombre: 1917", parecía haber comprendido con cierta resignación y pasmosa plenitud como engullir la barbarie en masa de la guerra. Había adquirido dicho personaje, una curiosa visión democrática de la muerte, casi barroca, y se mostraba coherente con su inelubilidad. El zapatero francés hacía cordones con las tiras de cuero de las botas de los compañeros que habían sido masacrados, y ya no las volverian a necesitar más. Pero a pesar de ser consciente de lo patético de su posición, también admitía con pragmático estoicismo que tal vez, otro pudiera también llegar a hacer idéntica labor pronto con sus propias botas. Nada le es extraño a aquel que extrae virtud a la demencia de los hombres y se acepta a la vez, como producto de tal vorágine irracional y potencia virtuosa a partes iguales.
"En la vida, existen acacias altas de larga sombra veraniega, horribles sombreros extranjeros, verborreas tóxicas y discontínuas, constantes miradas furtivas, persistentes deseos sublatentes, periódicos aburridísimos acompañados de tragos amargos excesivamente cortos. Largas listas de espera, Lunes y Domingos, recuerdos rebeldes, desengaños altruistas... Ligas hanseáticas, insectos útiles, literas insomnes y dos tipos de personas: los que viven para ser recordados y los que viven solamente para sí. Y ambos, son muy conscientes de su propia finitud."
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