En declive, la primavera está en declive.
Sobrevalorada y distante, un grito que
entrecorta el desvelo, viene hacia ti
si, va hacia ti; descalza y ebria,
sin muchas esperanzas... tuberculosa.
Renunciaste pronto así, sin locura,
sin remilgos, a esos leves minutos
de la tarde, donde en los que poder
masturbarte en la ducha, tomar té a solas.
Desafiar a cualquier Apolo, sacrificándote
las venas con finísimas cánulas de plata.
Eso ocurría en el salón, cálido y algunas veces
húmedo, con los ojos cerrados.
Todavía no olvido vagamente empero,
la mamada de aquella adolescente.
La oquedad efímera de Schiele, se tornó
contra pronóstico, en la carne de Freud:
no pude sino llorar, correrme como un colegial
y después llorar.
Ahora mimas la noche, los charcos son adentros
sin el resol del mediodía invitándote a saltar del barco
y otra sonrisa eterna, te adula con enjambres.
Preguntas al aire; entre dientes, el viento cautiva.
"Puedes" dista millas de "Debes". Siempre lo hizo.
Y despúes, como en aquella antigua canción,
pensarás en el Odio, ese odio joven que huele
igual que un cerdo, un cerdo envuelto
en heces. Que te persigue por cada esquina,
dispuesto a engullir la más ínfima parte de ti.
Que mesa con sorna tu infame cabello,
mientras instaurado en tu cogote,
extrae mediocridad, malogrado mineral.
Preparado para hozar cual Dalí
y por siempre ir más allá, hasta el principio.
Existen pálidos escoceses que heredarán
sin esfuerzo ni falsa piedad tu cosecha,
tus blancos huesos, la mirada más
profunda de un perro solitario.
Pero ellos no ven como yo percibo,
primavera, encanto, color excelso.
Vómito y tierra, belleza cautiva;
un sufrimiento álgido irrevocable.
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