jueves, 21 de junio de 2012

Solo escribo confesiones colmadas de asquerosa mediocridad.


Llevaba limpio casi seis meses. Apenas salía de mi cuarto, las bombas no paraban de llover más allá de las paredes de mi habitación y me era imposible pensar en otra cosa. Culos. Buenas nalgas, firmes y recias como las que te prometían los descoloridos carteles sepias de los burdeles junto a la carretera. El sol abrasador y el polvo del desierto se funden sobre el asfalto. Todo permanece tranquilo, vomitivo, insondable y tranquilo. Ni una sola reyerta de cantina de vez en cuando antes de que otro nuevo día apoyara sus garras sobre la repisa y asomase su cabeza por la ventana. El reloj de arena ni ralentiza ni acelera su paso, aunque siempre cabe la posibilidad de pararlo de una vez por todas. Imposibilidades, lo se. Hacía siglos que no echaba un buen polvo, décadas que no echaba un polvo a secas y la pornografía era tan impersonal como una grabación anodina en el contestador de ella evidenciando que no hay nadie en casa dispuesto a descolgar el auricular. Aquello era insoportable. Recuerdo todas las reuniones de adictos anónimos y los eticístas testimonios de los sanados. No hice demasiados amigos allí, era porque no quería escuchar, porque nunca fui los suficientemente estúpido como para estar realmente enganchado. Al fin de cuentas, no existía ningún tipo de problema, todo estaba bien claro. Tu estabas allí por el deseo de mejorar, de alejarte de las drogas; o eso creías. Pero tan solo te das cuenta de algo al abandonar aquellas reuniones, tratamientos sustitutivos, actividades que te alejaban de una posible recaída, películas en monocromo de los años 50, etc...Tú no hacías terapia, la terapia te hacía a ti. Es cierto que para mucha gente incluso ese giro, ese molde diseñado, suponía una verdadera salvación. Nunca quise verlo así para mi mismo. Me negaba a verlo así. Unos habían encontrado a Dios, otros habían muerto en el intento de desengancharse; lo que en resumidas cuentas para mi y para el Nuevo Testamento significaba finalmente lo mismo. El germen maligno del "talco" nunca llegaría relevarse en mi contra. Estaba aquí para luchar contra todo lo que decidieran lanzarme, y en caso de verme vencido... Todos obviamos cual es el bochornoso precio y la ruin obligación que llevar a cabo cuando uno está vencido. Definitivamente no era tan complicado volver la mirada hacia Kierkegaard y empezar de nuevo optando por un estadio más sobrio de la existencia humana. Ahora lo se, la vida era mucho más significativa, desenfadada y emotiva cuando no podía dormir por las noches. Y una vez aquí, capado de mis vicios de la misma manera que despojan a los gatos domésticos de sus huevos, dormía a pierna suelta siempre que me lo permitían. Me atiborraba de cuencos y cuencos de generosidad ajena a pesar de mi consabida inapetencia. Obligándome a engordar por miedo a no saber cuando el hambre se dignaría a volver hasta mi puerta o cual sería el maldito día en el que tanto mi cerebro como mi corazón aspirarían a una ración extra de fumigación química debido al distópico "control de masas". Algunos Jueves cuando salía palangana en mano en dirección al servicio, me percataba de que alguien había abandonado una botella de bourbon sin abrir junto a mi puerta. Era satisfactorio saber que alguien seguía leyendo mis cartas amenazantes, que en caso de apilarse demasiadas botellas de Four Roses en mi felpudo, no sería el único en saber que las hormigas pueblan por fin mi boca. Divina serenidad. Sabía de sus intenciones, las observaba desde la mesa peleándose en fila por rescatar alguna mancha dulce y reseca de la bebida que derramaba para después volver al hormiguero convertidas en valientes heroínas de guerra. Grandes festejos. Medio día de orgías y azúcar a raudales en honor a la exitosa expedición por los parajes destartalados de mi sucia habitación. ¿Por que no conformarse con algo así? Tendríamos muchas menos preocupaciones si nuestra sociedad fuera dominada por las hormigas y su aristócrata sistema estamental. Bien definido, sin rupturas ni margen de mejora más allá de la propia expansión de la colonia. Un pensamiento único. Un pensamiento de hormiga. Quizá ya fuera así, y los periódicos tan solo intentaran asustarnos sobre lo que hubo de pasar y nunca pasó para mantenernos ocupados desgranando los entresijos de como combatir dicho miedo a la más absoluta nada. Astutos insectos. Nunca serian dueños de mis pelotas. Había visto "Scarface" demasiadas veces como para no tenerlo suficientemente claro. Las resacas me duraban al menos siete horas, empecé a contar el tiempo, y echaba en falta mis jodidos cigarrillos dos veces a cada minuto. Tiempo. Te es inevitable pensar en tal concepto aprehensible para el intelecto humano cuando todas tus aspiraciones pasadas fueron demacradas por el paso del mismo. ¿Cuantos ríos más me quedaban por cruzar bajo la luz de la Luna, cuantos más sueños atravesar en los que mi caída por el esófago del precipicio nunca para de cesar, cuantos fardos mas de "qat" había de recolectar para el dueño de todas nuestras vidas? Me intentaba convencer de que el lapso para las preguntas había caducado, que ya había llovido demasiado sobre mojado en el interior de mi mente. Pero lejos de intentar solucionar algo, el corazón no cesaba de dolerme angustiado mientras tumbado sobre el colchón del suelo, desfiguraba con mi mirada las volutas de escayola talladas en el techo. Un abismo irresoluto entre mi posición y la suya. Las cosas no son sencillas la mayoría de las veces. Puedes hacer autoestop bajo la lluvia de Noviembre durante horas y horas, respirar la humedad y saber que es tu última bala pero que la pólvora ha acabado por mojarse. Que nada es sencillo. Ni siquiera en los ensayos de Shaw, en la matizada controversia de los principios y sus tecnicismos de los que no podemos renegar por respeto a la original esencia que caracteriza y empapa de sentido a uno mismo. Estaba asqueado de permanecer a solas y que la compañía de los pocos que se postraban a visitarme, desanudaran la encrucijada sobre si finalmente había tocado fondo o no. Con el único objetivo de sentir lástima de mí o alegrarse burlonamente de mi propia desgracia. Necesitaba oxigeno, un cambio de perspectiva antes de que todo se volviera más extraño e insólito que un concierto de Matisyahu en Sábado.

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