Aún seguía preguntándome como podían continuar invitándome a aquellas fiestas. Es cierto tan solo por una parte, que yo disfrutaba a medias acudiendo a las mismas, pero de la misma manera que alguien disfruta de su trabajo, la manteca de cacahuete o de la estúpida compañía de su abogado. En un plano puramente interesado, no son nada más allá de medios para conseguir nuestros fines, y mis fines, nunca se habían alejado de sentirme vivo por una maldita vez en la vida. En la mayoría de dichas celebraciones acababa completamente desnudo revindicando con fervor el enanismo genital e infinita magnificencia estética del David de Miguel Angel. Otras veces me recordaban al de unas cuantas semanas que había permanecido durante horas con la cabeza internada en el congelador de la cocina, obligando a cada invitado a ingresar en mi orden de criogenización por la eugenesia de las testas ilustres previo pago de un insignificante tributo: la virginidad de sus oquedades umbilicales. Por no relatar un eterno etcétera de intentos de suicidio a través de ventanales, colecciones incoherentes de insultos en contra del sistema democrático y lloreras por la muerte de algún hijo de perra judío llamado Julius Henry Marx. Lo mejor de todo esto era que nunca recordaba nada en absoluto al respecto cuando amanecía rodeado de botellas vacías y asiendo la melena de alguna furcia desnuda llena de pintura verde bajo la atenta mirada de un simpático colgado de mirada perdida y escopeta engrasada, que amenazaba con dispararme en cada dedo pulgar de mis pies si osaba destrozar la escena antes de que acabara de masturbarse. A pesar de no escuchar mi nombre, me era imposible pasar inadvertido. No conozco a nadie que haya sobrevivido a tanta soledad e incluso mutismo matutino y no haya sido reconocido por ello. ¡Que demonios! ¡Ni siquiera me conozco a mi mismo! Pero ya daba igual. Había invertido todo el camino hasta aquel apartamento donde ofertaban el guateque escupiendo en el suelo con la intención de encontrar el camino de vuelta a casa como en aquellos desacreditados cuentos de los hermanos Grimm. Confiaba en que Marion aún estuviese por allí, atacado aún por los efectos del siglo XX. en su maltrecha mente, pero lo suficientemente sobrio como para soportar mis quejidos de insolente borracho. Subí las escaleras una tras otra respirando todo el azufre y el alcohol que había sido derramado por allí y deseé que L. Edeleano nunca hubiera decidido comenzar a juguetear con agentes estimulantes en busca de un premio nobel en química que nunca llegó. Lo siento amigo, creo que soy uno de los pocos que se acuerda de ti. Sin duda, sin su existencia yo mismo hubiera llegado a reputado deportista de élite con problemas de identidad o próspero vendedor de seguros cuya amante lo chantajea con desvelar el verdadero fracaso de su idílico matrimonio. Pero ya todo valía menos de lo que estaría contento d epagar por ello, no necesitaba toda esa mierda. No. En efecto Marion se tambaleaba con ineficaz encanto junto a la pegajosa baranda de la escalera. Era como un ridículo saco amarillo de carne en serio proceso de descomposición con demasiada gomina en el pelo y herpes bajo los calzoncillos. Lo odiaba, al igual que al resto, pero tan solo Marion era tan idiota como para llegar a recibir un navajazo por mí. Creía que algún día yo los haría a todos ricos. Sí. En cuando empezara a robar bancos. El había posado sus grasientas manos y su pérfida mirada en un par de jóvenes impresionables, amantes de las estadísticas y acérrimas en contra del cambio climático o incluso aquella modelo tan drogadicta como todo el elenco de Pulp Fiction, Kate Moss. Debían de estudiar segundo grado de turismo o nutrición, aunque estaban demasiado buenas como para perder el tiempo de dicha manera. Aquello no debía de ser un juicio deliberado, vomitado a la ligera. Aquellas muchachas se veían obligadas a expresar sus pensamientos y gustos portando mensajes de apoyo o imágenes de los mismos en sus camisetas. Si yo me hubiera convencido de la misma idea, estaría disfrutando de esa insípida sopa que te arrojan a la cara en el calabozo. -Subversión- diría el fiscal. -Me he follado por el culo a la puta de tu hija mientras tu mujer miraba a través de la cerradura- diría yo. Al menos a aquellas estudiantes de italiano las dichosas camisetas les hacían marcar con encanto los pezones, algo a lo que yo ya no podía ni siquiera aspirar. Dejé caer una de mis latas de cerveza haciéndola explotar a modo de presentación. La lata empapó mis deportivas llenas de barro seco y por ende, los pies amoralmente enchancletados de las dos jóvenes. Siempre he pensado que las chancletas son los tangas de los pies. Una parte anatómica tan estimada por los fetichistas como denostada por la comunidad del "buen gusto". Marion tuvo excesiva suerte, al igual que en el momento de nacer, y sus botas de cowboy permanecieron intactas.
-Joder! ¡Eres tú! ¿Que tal amigo? ¡Ten más cuidado, todos queremos seguir vivos y tú lo has dejado todo perdido!- dijo entre sonrisas falsas de complicidad.
-¿A cual de tus tres afirmaciones he de prestar atención primero?-
-Jódete! Resulta que estamos en casa de esta preciosidad llamada... ¿Como has dicho que te llamabas encanto? Ah, si Lena... Claro... ¿Te he dicho ya que tengo una tía en Baltimore llamada Lena? Sí, lo suponía. Y bueno todo este percal...! No se, te recomendaría que fueses poco a poco amigo. ¡Somos gente respetable!-
Aquello empezaba a ser tan vergonzoso y oportunista que tuve que pedir un cigarrillo y fumármelo.
-No te preocupes Marion. Ya sabes que conozco a unos cuantos perdedores que darían lo que fuera por limpiar esa cerveza de nuestros pies a lametazos. Claro que, no soy el anfitrión esta noche. Y a ti te costaría una pasta, nena. No podrías permitírtelo.-
-Claro, claro...! ¡No os toméis demasiado en serio a este tipo, angelitos! ¡Tan solo bromea! ¿Ey amigo, porque no entras y te sirves algo? ¿Eh?- Le hubiera partido la cara allí mismo, pero no tenía el dinero suficiente para pagarle el taxi hasta el hospital después.
-Sí, claro. Buscaré algo de arsénico en la nevera.-
Todo estaba repleto de ejecutivos hippies pasados de rosca, universitarias aspirantes a secretarias de empresa, tramposos y un tal Ibrahim del que nada más quise saber al de cinco minutos de cháchara sobre fondos de inversión. Me apostillé en la cocina mientras recordaba aquellos tiempos en los que comía carne y me sentía remilgadamente burgués a pesar de estar dilapidando unos pocos miles que mi padre me había legado sin conciencia. Tiempos en los que comía tanta carne que la mierda que cagaba tintineaba dentro de la taza del water como los esputos de todos los recios e insignificantes vaqueros de las películas del oeste al escupir en las escupideras de bronce mal forjado. Aquella mierda era hedionda y muy espesa. Una mierda que daba gusto excretar y oler, nada parecido a las asépticas cagadas que me ví obligado a generar después de que el dinero volará a los bolsillos de corredores de apuestas, mujeres que no me merecía y barmans licenciados en Filosofía y Letras. Estaba aburrido, carente de estimulación y le dí al vino sin miedo ni pausa. Eran tiempos para estar borracho o estar muerto. Y ninguna de las dos te aseguraba como iba a ser el día después. Las cosas empezaron a mejorar poco a poco. Dos tipas decidieron intercambiar sus fluidos orales por amor al arte y toda la cocina decidió jalearlas. Tuve suerte y pude escapar antes de ponerme lo suficientemente cachondo como para arrancar bragas ajenas de golpe y sin miramientos. En una habitación fría y alumbrada por velas aromáticas hallé un reproductor de música. La colección de vinilos era pésima, nadie había oído hablar de los sesenta en aquella comuna arrojada al maremagnum de la ignorancia. Me dieron ganas de vomitar y lo hice en el mimbre de la ropa sucia. Sentí la presencia de alguien a tras mi nuca. Era una de las jóvenes hechas de alambre oxidado y bigote rubio que habían estado intercambiando babas en la cocina para el patético deleite de los presentes. Su expresión denotaba enfado. Quizá hubiera preferido que hubiese vomitado sobre sus decapitados principios, pero aquello se podía ver cada Lunes por la tarde en la segunda cadena de la televisión pública. No tenía interés en escucharme. Era demasiado alambre oxidado por la lluvia de medianoche en contra de un hombre borracho de tan mastuerzas intenciones como yo. Me invitó a que me fuera de SU habitación. Supuse que aquello me negaba la remota posibilidad de dormir con ella, pero al menos pregunté al respecto primero. De pronto me vi fuera, y un portazo besó mi trasero con excesiva violencia. No todo estaba perdido. Volví a la cocina intentando no quedarme pegado al suelo cuando vi como Marion estaba sentado en un sofá de fieltro verde y sangraba de la nariz a chorros.Una de las dueñas del apartamento intentaba sofocar su incurable hemofilia con metros y metros de papel higiénico. Siempre se lo había merecido. No sangrar por la nariz, no, eso estaba a disposición de cualquier mentecato del tres al cuarto, si no la insufrible compañía de miss camisetas estúpidas-marca-pezones-en-insensato-italiano. Ella estaba pidiendo un polvo a gritos. Y Marion iba a proporcionárselo sin duda no sin antes preguntarle si tenía el periodo. En ese caso volvería a por mí y me jodería lo que quedaba de madrugada con aclaraciones ilegítimas sobre el penúltimo número de "El predicador". Recé para que aquella jovenzuela no tuviera la puta regla. La nevera rebosaba de imanes que personificaban estados de ánimo. ¿Aquello era una estupidez y yo era el único en percatarme? Abrí la nevera en busca de salsas. Ketchup, salsa barbacoa, mayonesa, mostaza, salsa César... en el fondo me daba igual, tan solo necesitaba unos gramos de algo sazonara aquella mierda de madrugada y que combinase a la perfección con el vino blanco de la botella equivocada. Me ventilé medio bote de mayonesa a las finas hierbas de dos o tres envites. Alguien me toco en el hombro por detrás pero lo ignoré, no quería que nada ni nadie me estropeara aquel hedonista momento.
-Quien se supone que eres?- dijo la voz, una voz de mujer.
-Creo que está bien claro, un tipo que ha dormido vestido.- dije sin volverme ni soltar la mayonesa.
-Yo diría que eres un animal vagabundo sin gusto ni futuro que está devorando mayonesa. Se supone que las salsas condimentan alimentos, no son el alimento en sí.-
-Te concedo la primera parte. Cualquier tuerto con un ojo de cristal que no desentonase podría aseverarlo. Pero en cuanto a la segunda... Puedes irte a la mierda sin miedo a que te dedique más atención por hoy.-
-¿Sigues creyendo que comer mayonesa de neveras ajenas te da un aire de divinidad que el resto no alcanzamos a entender?-
-No pretendo que lo entiendas. Es más, siento de verás que nunca lo entenderías. te faltan entendederas para asuntos de este calibre. Verás... Yo soy un "saucière". Un especialista en salsas, disfruto con sus variedades degustándolas y adivinando sus ingredientes. Soy el "chef" de "Apocalypse now", pero sin bigote sin fusil y con un sentido del humor mucho más plomizo y despiadado.-
Entonces me dí la vuelta y allí estaba una de esas mujeres esenciales para la demencia de los hombres. Una de tantas a las que yo había conseguido olvidar con el paso del tiempo, borrando de mi memoria las curvas de su cuerpo palpadas a través de las translúcidas cortinas de satén , las alas que las elevaban en vuelo sobre el nivel del suelo. Crucifijo al cuello, las chispas saltaban a cada lado cuando levantaba los pies del suelo al caminar. El césped cortado rigurosamente se pegaba a su cuerpo desnudo deseando permanecer sobre tal albo cuero por siempre.
-Supongo entonces que estás perdido como el resto, que no crees en Dios; en la bondad de un ser divino superior...-
Me dieron ganas de reír entonces, pero supuse que eso echaría por tierra la inexistente posibilidad de pasar un buen rato con aquella aprendiz de monja pelirroja de mirada entre azul y azul penetrante.
-No querida. Creo en Alvin Platinga, en todo caso. Pero ya que nos hemos de sincerar, te diré que el tipo flaquea. Estuve encerrado con él en una celda angosta una buena temporada cuando me condenaron por pederastia y violación múltiple.En este país sale barato ser un pervertido, eso no es nada nuevo. No fueron buenos tiempos, pero disfrutas de la compañía de gente tan convencidamente cristiana y laureada tanto por la iglesia católica, como por los intelectuales de la rama lingüística. Ahora he pensado en empezar escuchando heavy metal, pero no me convence esos tópicos de vestir de negro todo el año. Entiende que te digo todo esto porque me gustas.-
Se dio la vuelta enojada. Me alegré de poder ver como su perfecto culo se alejaba en la oscuridad del pasillo refunfuñando en contra del demonio y algunos adoradores partícipes de su séquito. Seguí con mi vino blanco y la mayonesa. Tuve la sensación que esa no era la última vez que nos volveríamos a encontrar aquella jovenzuela y yo. Y ninguno de los dos estaríamos en el Cielo para cuando eso ocurriera.
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