viernes, 1 de junio de 2012
Los niños ya no lloran. No tienen garganta.
Mientras el resto del mundo se incomodaba con escasa cautela por conseguir un asiento próximo que les permitiera asistir con garantías a la ceremonia de su propia ejecución pública, yo me hallaba en la plaza sentado y distraído entre el gentío, preguntándome donde podría encontrar el encendedor adecuado para prender la mecha. La mecha ya empapada de la paciencia. La mecha que nos diera alas. La mecha que lo hiciera saltar todo por los aires y el miedo de los avariciosos, ignorantes y fatuos se convirtiera por fin en miedo. En pavor al fin justificado ante los abusos ejercidos en el pasado aun carentes de reprimenda. En temor diseminado ante las burlas intolerables engullidas que ya no generaran más falsas carcajadas. Llevaba mucho tiempo encolerizado, pero quizá había llegado el momento de que alguien se percatara de ello. Obsolescencia.
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