lunes, 12 de marzo de 2012
Morderte en el cuello y sentir que ya no me duele el hacerlo.
El chico del pelo alborotado, pendientes en las orejas y la cara enfermiza al fondo de la barra. Destinado a una ciega derrota. El que vivía continuamente en una calle perdida y oscura. Forjado a partes iguales por el miedo y la barbarie. Siempre dispuesto a entregar su vida, retornar inefablemente al desengaño, por respirar la mansedumbre posterior a una explosión atómica. Arrastrar después tal visión hasta los más profundos lodos de su sensibilidad. Polémico por devoción. Exquisito por ansiar la esencia que descansa tras la destrucción. Tan solo quería desmigar con detenimiento la belleza oculta que en ella descansa. Perdía la cabeza con facilidad y acababa dormido en el último vagón del tren. Portaba siempre el paquete de tabaco en la manga de la camisa y mantenía la mirada fija en los ojos de los demás al hablar. Bebía demasiado para pasar las noches escribiendo en su bloc de notas escoria que nadie llegaría a leer. Un verdadero incomprendido en la boca de otros. Un cabrón con suerte, demasiado interesante incluso para pisar mierda de perro. Su larga sombra tiende a flaquear.
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