lunes, 5 de marzo de 2012

La escalera.

Nunca me gustó el hecho de nacer para ser derrotado, ella parece saberlo... . ¿Como evitar las miradas de esa mujer al final de la barra cada vez que su hombre toma tambaleante el sendero del servicio? Tan solo disfruta su momento, todos nos lo propusimos alguna vez. No envidio nada más allá que la compañía de esas piernas tatuadas que lo abrazan a él con provocativa zalamería y su bolsillo llenode cocaína bendita. El mundo tal y como lo conocemos no fue concebido para sostenerse con justicia, ni siquiera fue proclive a torturarse con los valores impuestos a ese esquivo término. Alguien silba a Yann Tiersen y todas sus notas me recuerdan a ti. En otro siglo estaríamos hablando de un tal Chopin. Si escribía no era más que para sentirme ocupado en los insufribles intermedios tras los que esperaba a la siguiente pinta. Trascendido un tiempo, el simple hecho de escribir perdió importancia para mi. Muchas cuestiones de peso se desvanecieron a golpe de licor de una semana para otra. Tan solo la sed, la puta culpa arraigada en mi y la incapacidad de sentirme mejor persona persistían. Y ya no quedaban hombros cálidos donde poder enterrar en ellos mis lágrimas. Todo eran tumbas anónimas que sepultaban a amigos desaparecidos como Dersu. Un sabor canalla muy cercano al de la leche agria de tu nevera, la tranquilidad asediándome mientras secciono el cuello de otro cordero fiambre o escribo una sencilla impresión sobre los versos de Brecht. En todos ellos encontrarás el signo rancio de la sangre derramada, mal digerida. Me dejo empapar por lo que me rodea tan perdido de nuevo en el desierto de la reflexión como un jugador empedernido abandonado por la suerte. Una voz canalla me golpea por la espalda mientras escribo en mi bloc, ayudado por la luz de alguna vela, sobre unos cuantos posavasos: -Ya iba siendo hora de que se te arrugasen los huevos, hijo-. Sin duda está en lo cierto,

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