Fantasmas de rostros derretidos,
lóbrega espuma que las olas porteanpor siglos, fugaces, de pecados.
En la noche, por siempre la noche.
Donde poder desvelar algunos miedos,
enterrar esas ahogadas voces.
Pasajera arrogancia del tiempo.
En los huecos vacíos del techo,
se cobija tú dolor vespertino.
Tiene nombre y faz pero
desaparece entre la niebla,
los setos, el horizonte.
Como viajero y fatiga,
el camino y un destino.
Se alejan y atraen...
unos a otros.
Muy cercano al musgo
donde el verdor descansa,
la calma tan sola reside
solo si el desánimo no se deroga.
Descansa, Reside, Deroga...
Son las marcas del vagar,
la densidad tras esos barrotes,
cicatrices estériles cuyo portador
se hastía por no conferir inmortalidad.
A mi me basta con el sudor
desnudo, bajo gasas añejas
y sucias que lucha por escapar.
Divisar otro tipo de libertad.
De nuevo. Sirenas de barco
en el seno de la oscuridad.
Canto mortuorio del que nadie
se jacta partícipe jamás.
Todo se tiende a aclarar.
El sombrío fuego de lo prohibido,
asómase de nuevo por los tragaluces
que creíamos inalcanzables.
Un vigor oculto del que nada,
nada advertían poltronas, púlpitos,
callejones sinuosos y estrechos.
Una verdad revelada, un secreto
a susurrar mientras caminemos
sobre las aguas del Hades.
Será tarde. Perdida sin duda,
la sazón de tomar aliento,
yacer sobre la barcaza de Caronte.
Y sentir al fin, que la marea abate
el pecho pusilánime ...
de otro impío.
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