domingo, 28 de julio de 2013

Estado civil: patético.

Entro en un vagón cualquiera, con la cara enjuta y mal afeitada por la resaca. Vinagre reseco, salitre escamado carente de ningún rubor sobre mi cribada piel, el veneno lento del insomnio acumulado gritando en el interior de mis venas. Clama merecida venganza, se agota poco a poco ese reloj de arena. El sol se alterna con la sombra, a ráfagas abatido tal vez, por la velocidad vulgar del que se sabe derrotado de vuelta a casa. Se alternan el sol con sombra como en cada renglón dual de Whitman, y su "Tú para mi recitado" parece retornar con eternidad intentando rescatarnos a todos los pasajeros, hijos de la nada, de la dominical monotonía. Estoy sentado frente al doble del auténtico Woddy Allen, el que no ejerce ya guiños, que me decepciona y se pierde miope en su insondable propia mirada. Sus gafas, empañadas en grasa, parecen estar midiéndome, calculando mis mórbidas dimensiones cual taimado sastre a la búsqueda de algún punto débil. Pienso en respirar junto al bosque, que la brisa caliente del verano entre por la ventanilla de atrás y me sacuda con virulencia en la cara. Dejarlo estar. Dejar por fin de escribirte cartas que no envío. Y cerrar los ojos. Dejarme sentir. O dejar de sentir.

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