En declive, la primavera está en declive.
Sobrevalorada y distante, un grito que
entrecorta el desvelo, viene hacia ti
si, va hacia ti; descalza y ebria,
sin muchas esperanzas... tuberculosa.
Renunciaste pronto así, sin locura,
sin remilgos, a esos leves minutos
de la tarde, donde en los que poder
masturbarte en la ducha, tomar té a solas.
Desafiar a cualquier Apolo, sacrificándote
las venas con finísimas cánulas de plata.
Eso ocurría en el salón, cálido y algunas veces
húmedo, con los ojos cerrados.
Todavía no olvido vagamente empero,
la mamada de aquella adolescente.
La oquedad efímera de Schiele, se tornó
contra pronóstico, en la carne de Freud:
no pude sino llorar, correrme como un colegial
y después llorar.
Ahora mimas la noche, los charcos son adentros
sin el resol del mediodía invitándote a saltar del barco
y otra sonrisa eterna, te adula con enjambres.
Preguntas al aire; entre dientes, el viento cautiva.
"Puedes" dista millas de "Debes". Siempre lo hizo.
Y despúes, como en aquella antigua canción,
pensarás en el Odio, ese odio joven que huele
igual que un cerdo, un cerdo envuelto
en heces. Que te persigue por cada esquina,
dispuesto a engullir la más ínfima parte de ti.
Que mesa con sorna tu infame cabello,
mientras instaurado en tu cogote,
extrae mediocridad, malogrado mineral.
Preparado para hozar cual Dalí
y por siempre ir más allá, hasta el principio.
Existen pálidos escoceses que heredarán
sin esfuerzo ni falsa piedad tu cosecha,
tus blancos huesos, la mirada más
profunda de un perro solitario.
Pero ellos no ven como yo percibo,
primavera, encanto, color excelso.
Vómito y tierra, belleza cautiva;
un sufrimiento álgido irrevocable.
viernes, 29 de marzo de 2013
lunes, 25 de marzo de 2013
Retorno a Lancashire
<< No es el cielo lo que anhelo cuando sentirme quiero,
en tu interior.
No es una porción del alma ese precio justo
que obtienes, tras el lascivo y fútil sexo.
Tan solo es, quien fuiste, quien eres
y quien serás...
Lo que yo aspiro a afanar. Por la fuerza. Por mi tesón.
Por todo el peso de mi cuerpo sobre el tuyo.
Que tu sudor sepa igual, y que los jadeos retumben de nuevo a tempestad.
No hay nada que no haya poseído ya. >>
Gracias eternas e indirectas a L.M. Panero por su poema "Diario de un seductor":
"No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido." L. M. Panero
en tu interior.
No es una porción del alma ese precio justo
que obtienes, tras el lascivo y fútil sexo.
Tan solo es, quien fuiste, quien eres
y quien serás...
Lo que yo aspiro a afanar. Por la fuerza. Por mi tesón.
Por todo el peso de mi cuerpo sobre el tuyo.
Que tu sudor sepa igual, y que los jadeos retumben de nuevo a tempestad.
No hay nada que no haya poseído ya. >>
Gracias eternas e indirectas a L.M. Panero por su poema "Diario de un seductor":
"No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido." L. M. Panero
domingo, 24 de marzo de 2013
Déjate de chistes sobre la "sobiet union".
-La única diferencia entre un buen escritor y tú, es que el escritor, ese borracho que malvive escribiendo en un bloc sus malditas revelaciones inaudítamente comunes a todo el género humano con pasmosa simplicidad; da fe de ellas en listas de la compra, papeletas electorales, papel higiénico, octavillas publicitarias o tickets de aparcamiento... Y tú... Tú acaricias con lascivo regocijo cual pedófilo dichas intuiciones subjetivas infestadas de efímera universalidad, te burlas con ebria sorna de ellas, las olvidas y despiertas multado en el tranvía equivocado sin ser portador de un billete hacia ninguna parte que nunca tuviste cojones a comprar. Por no hablar de... de... de ese montón de migas resecas que penden esparcidas sobre tu camisa. Destilas patetísmo a todos los niveles. Avergüenzas sin decoro a toda forma de astucia práctica. A toda definición de la supervivencia. -
-Puede que lleve muchos días sin dormir, pero no te quepa ni una puta duda de que ninguno de ellos ha sido derrochado sin haber soñado.-
-¿Ah, sí? Estupendo...! El vuelo del fénix vuelve a hacer uso de presencia sobre este estercolero elegido por el Señor. Son designios divinos... No necesito palabrería de otro santurrón, del último puto anacoreta indignado. ¿Y puede saberse con que coño soñabas, eh?-
-Con su falda, sus piernas.... con... ¿Sabes? Ha llegado el momento de comprar un jodido bloc de notas.-
-¡Ah! Pareces muy seguro de ello...-
-No. Pero esto puede tratarse de una puta revelación.-
-Ahora entiendo por que te sangran tan a menudo las encías-
jueves, 21 de marzo de 2013
Hay cosas que no necesitan título.
(Gracias al recuerdo de Asier Luzarraga, móvil de este conglomerado petulante de estornudos y alergias de una primavera propia del hemisferio norte)
Eran tiempos en los que el aburrimiento y la miseria habían abandonado el interior de la gente para adueñarse de las calles, para poblar los tablones, para hacer cola en los supermercados o en la oficina de empleo. La auténtica felicidad había sido inventada trece años atrás tras arduas investigaciones y experimentos con gusanos de seda en un laboratorio canadiense, pero no era rentable comercializarla. Al menos no todavía. Una visión nos dominaba al fomentar contacto con el exterior. Esas bocas sangrantes en busca de la nada que colme su apetito, inconmensurables; apenas sin un discurso convincente y con contadas pepitas de pirita peleando sin razón entre si dentro de sus bolsillos. ¿No lo sabían? Todavía los perros sin collar eran pasto de las autopistas. ¿Qué culpa tenían ellos? ¿Qué culpa tenían las autopistas? ¿Quién estaría dispuesto a cambiar algo de todo esto? A cada segundo que pasaba, los mártires perdían de más puntos en un partido estancado en una farragosa a la par que beneficiosa prórroga. El público abandonaba la fe en la humanidad, en los efectos rejuvenecedores de la Coca-Cola, en la mal instituida justicia. Ginsberg seguiría satisfecho leyendo cabalísticamente "El libro tibetano de los muertos" bajo el albergue de una sucia cantina de ese Infierno ideado por El Bosco. En cambio los ecos de la diáspora platicaban en torno a un romanticismo muy tardío, panteísta y bucólico que no nos convencía, que sabía a vano artificio, a artimaña de fatídica ralea del antiguo testamento: a un renqueante e insuficiente William Blake sometido por la nostalgia de la lejanía. Todos nos encontrábamos en un pernicioso corredor de la muerte preferentemente cohibidos, acongojados, aterrados por el hecho de no saber. De no entender la confusa jerga de los absurdos tecnócratas dueños de nuestras vidas. Ni la naturaleza del pecado que nos había recluído allí, ni cuando la desesperante espera se convertiría en liberadora ejecución. Unos pocos albergábamos el estúpido orgullo demente de haber heredado el medio corazón de nuestros abuelos recién fallecidos, pero ni eso compensaría el barbecho. Había llegado un momento en el que no hacía falta retornar a algún libro sagrado en busca de versículos escatológicos ejemplarizantes. Los McDonald's, la televisión, las casas de empeños y también de apuestas, mimetizaban un onírico escaparate de caprichosos infortunios. "El teatro al fin, había tomado el escenario de la vida". Al despertar el viento transportaba un olor fecundo a primavera, a recuerdos inconscientes y mi radio regurgitaba un blues sombrío, casi sureño, como apagado; que me invitaba a emborracharme de whiskey. Un whiskey que dificilmente podría llegar a pagar al contado. No importaba, obtener éxito o sucumbir a la tragedia, allí habitaba el encanto efímero del blues: en la posibilidad de mirar frente a frente a todas mis penas con fugaz valentía. Hacer que desfilaran lentamente ante mis desfallecidos ojos, con pausa y poder dominar su influjo sin la imperiosa necesidad de perder los papeles. En observar su voluptuosidad y sentirme ajeno por un tiempo a ella, saber que seguía ahí zancallideando mis titubeantes pasos, pero percibirme a salvo de manera ilusoria por estar borracho. Bien borracho. En cambio para ti, el problema y la solución habrían sido otras. Tan solo por eso, me digo, que te envidio.
jueves, 14 de marzo de 2013
Desmárcate de la relación de objeto.
Dicen las voces de los más viejos, que el alcohol y la sal, siempre fueron por igual aplicadas sobre el hielo y las heridas. Pero lo que nunca te dirán y habrás de descubrir por ti mismo, es que tanto hielo como heridas, nunca fueron de la misma índole. Creédme. A pesar de que puede que os hayáis cansado de mi tono derrotista imbatible y ácido, pero sabéis tan bien como yo que nadie gana eternamente. Nadie levanta trofeos y besa a las chicas en el "podium" por siempre, conquista países que pertenecen a su ralea de manera vitalicia o simplemente camina recto sin excepción durante toda su asquerosa vida. Esa intuición a pesar de reprobable o abyecta, se os hace muy presente y poderosa de refutar a la vez. Quizá es por ello que continuáis leyendo. Rezad, os digo, si, rezad, porque las cosas os lleguen tarde, a destiempo, suficientemente tarde para que os podáis resignar vestidos en vuestros cuerpos que permanecen deformados por la ingesta desmesurada de comida basura y drogas baratas. Cuerpos impotentes por el paso del tiempo, mal curtidos por un cinturero ciego llamado Destino. Cuerpos que se ven agotados de esperar aquel barco que nunca llegó a amarrar a tiempo en la cercanía de todas vuestras tortuosas orillas. Por mucho que deseéis volver a encontraros cerca de ese perfume y acariciar esa misma, tersa suave y nívea tez... Que llegó a mi vida demasiado pronto y se marchó después muy lentamente... Escarificando cada milímetro de mi sanguinolienta sinrazón. Todo por ser joven, por estar dispuesto a volverme loco. Sacrílego precio. Creédme de nuevo. Vuestro capricho más preciado será poder enloquecer cuando seáis viejos, cuando vuestras relamidas almas tengas mayor apego por desaparecer bajo el ocaso, que por ser hechizadas por la magnificencia de la belleza, por la intriga del infinito, por las peteneras de la lujuria... por el descrédito inefable de una sublimación imposible. Solo cansados, embriagados del todo hasta la nausea por ese olor infecto y pútrido que desprende la vida , seréis capaces de enfrentaros con sobriedad y atinado juicio a la incursión de la demencia; de la locura. Niebla y más niebla, solo dejarnos llevar, se nos hará caro respirar en breve; concienciarnos de que lo único de provecho en la aceituna es lo que circunda al huito. Obrar así para siempre, para todo. Y mientras tanto, la gente seguirá haciendo "jogging" junto a ríos contaminados,enamorándose de la persona equivocada, rezando a un Dios inexistente. Habrá quienes esperarán las postales provenientes de aquellos lugares que han ideado tan solo en sueños, abdominales en lata por una módica mensualidad, suicidas de azoteas soleadas, top-less en las playas del sur, un viejo Invierno traído desde Mongolia que asesina octogenarios cual peste medieval. Nuevos papas seropositivos que juegan a la quiniela después de misa, un teniente coronel que la "guiña" asediado por una plaga inconstante de cangrejo americano, bailes de salón en los que nunca estoy yo pero en los que siempre me acuerdo de ti. Flequillos desafiantes y borrachuzos a la luz del farol, seducción freudiana dentro de las jaulas del Zoo, la guerra en vivo por televisión... Relojes tímidos de continuar hasta el final. Las putas lucharan por deshacerse de sus chulos y estos por estudiar a destiempo economía en la universidad, se seguirán buscando golpes de suerte bajo la lluvia, taxis en mitad de la desértica noche, fortunas micénicas en apuestas ineptas, señas de una idealizada humanidad dentro de los corazones de bestias urbanas que nunca aprenderán a domesticar sus sentimientos. Y ahí reside para regocijo del Wittgenstein de cada asqueroso puto siglo, lo importante de la existencia. En todas esas insignificantes, y no tanto, cosas del extrarradio de mi ser. Que me abaten constantemente cual ballena albina y se hacinan con surrealismo histérico por hacerme enloquecer. En cuanto a lo que a mí respecta, nada de todo esto acabará por pagar mis facturas ni hará que me sirvan más cacahuetes con la próxima cerveza que pida en el siguiente "pub" de esta calle cuya última estación es el Infierno. Una vez leí en una lápida: "Don' t try". Y aún suscribo con total fidelidad tal epitafio.
jueves, 7 de marzo de 2013
Un pulso solitario a media tarde.
No me importa, ni un jodido carajo, esa impoluta urna metálica que almacena las cenizas de tus antepasados murcianos sobre la chimenea, mientras follamos. Que se quede allí, observando... si! Solo vine a correrme. Una vez tras otra. Y después, cuando me importaba, nunca más.
Tampoco me asombra, mucho, que cada madera clavada en mis hombros de este polvoriento diván, lleve el nombre de alguna virgen de Guadalupe. Con mi amado México al sur, con la mierda lamiéndome la garganta, doce horas bajo el sol esperando una buena paliza en la parada del autobús. Me es indiferente, el rechazo, los delfines sin inteligencia y su puta bohemia, sangre, rojo que tiñe mi pasiva mirada, sangre, coagulada que te llevas a la boca sin remilgos cada Martes.
No la soporto.
Rutina? De ella vives, y te engañas, te necesita como una frágil polvareda sobre la acera a las obras del metro. Sin tumbos pero con el sabor de la violencia, golpeo el suelo con las manos abiertas. No me quedan lágrimas, busco una moneda y tacho de la lista: romperme los huesos, comer harina. Lo supe mucho antes del vertiginoso salto: me niego a creer en la salud imperecedera de esa savia infecta en mi árbol genealógico. Vagabundos del alma que calzan tan solo un par de veces, botas de carísimo cuero.
"Subes y después a la derecha", como la primera vez, como en esos sueños que ya no se te repiten; en todos tus grabados cotidianos imposibles de Escher. Puedo saltar y convencerme de que he volado fugazmente, delimitar tu desinencia en el teletexto, dejar de cagar sentado y aburrirme con arte. Creerme las tonterías de Kerouac y seguir escribiendo sin pensar para curarme, maravillarme con los rizos de una cabellera cana. Puedo intentarlo, podría intentarlo, me dicen, he de intentarlo...
como antes.
Tampoco me asombra, mucho, que cada madera clavada en mis hombros de este polvoriento diván, lleve el nombre de alguna virgen de Guadalupe. Con mi amado México al sur, con la mierda lamiéndome la garganta, doce horas bajo el sol esperando una buena paliza en la parada del autobús. Me es indiferente, el rechazo, los delfines sin inteligencia y su puta bohemia, sangre, rojo que tiñe mi pasiva mirada, sangre, coagulada que te llevas a la boca sin remilgos cada Martes.
No la soporto.
Rutina? De ella vives, y te engañas, te necesita como una frágil polvareda sobre la acera a las obras del metro. Sin tumbos pero con el sabor de la violencia, golpeo el suelo con las manos abiertas. No me quedan lágrimas, busco una moneda y tacho de la lista: romperme los huesos, comer harina. Lo supe mucho antes del vertiginoso salto: me niego a creer en la salud imperecedera de esa savia infecta en mi árbol genealógico. Vagabundos del alma que calzan tan solo un par de veces, botas de carísimo cuero.
"Subes y después a la derecha", como la primera vez, como en esos sueños que ya no se te repiten; en todos tus grabados cotidianos imposibles de Escher. Puedo saltar y convencerme de que he volado fugazmente, delimitar tu desinencia en el teletexto, dejar de cagar sentado y aburrirme con arte. Creerme las tonterías de Kerouac y seguir escribiendo sin pensar para curarme, maravillarme con los rizos de una cabellera cana. Puedo intentarlo, podría intentarlo, me dicen, he de intentarlo...
como antes.
miércoles, 6 de marzo de 2013
Tisanas matinales de mediocridad.
Resopla un vigoroso viento sur,
y bajo el abrigo de otra más cálida latitud,
agoniza a plena luz un "teniente coronel".
Dos borrachos reyertan con torpeza sobre la carretera
para la hilaridad de un vecindario demasiado curioso y caduco.
También se consiguen goles en fuera de juego
y la estética colorida de Kurasawa atraviesa océanos hasta la Plata.
Primavera aventajada, mutismos que desgarran
y vagabundos en ávida busca de cartones bajo el escombro.
Mientras tanto, oteo dentro de un oscuro horizonte,
sigo vivo; Hamlet retumba una vez más a escozores.
De nuevo, al igual que al principio.
Yo.
Tan solo, tan insomne.
y bajo el abrigo de otra más cálida latitud,
agoniza a plena luz un "teniente coronel".
Dos borrachos reyertan con torpeza sobre la carretera
para la hilaridad de un vecindario demasiado curioso y caduco.
También se consiguen goles en fuera de juego
y la estética colorida de Kurasawa atraviesa océanos hasta la Plata.
Primavera aventajada, mutismos que desgarran
y vagabundos en ávida busca de cartones bajo el escombro.
Mientras tanto, oteo dentro de un oscuro horizonte,
sigo vivo; Hamlet retumba una vez más a escozores.
De nuevo, al igual que al principio.
Yo.
Tan solo, tan insomne.
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