domingo, 15 de abril de 2012
Toda acción tiene su reacción.
Entré en aquella ñoña cafetería en la que solían reunirse los obtusos descendientes de una generación más honrada a tomar sulfurosos espressos y abrazar desde la lejanía la sensación de sentirse intelectuales por primera vez. Presagié que las sonrisas despreocupadas y las expresiones de confianza que irradiaban se desvanecerían de sus caras si cometieran la equivocación de permitirme vomitar sobre sus prejuicios liberales por unos instantes. Sus cerebros no parecían estar preparados para toda mi infecta aversión por los ideales baratos de fácil prostitución, las utopías nebulosas carbonatadas en exceso, la insidiosa denuncia de su lamentable hipocresía burguesa y mis ganas de desayunar carne humana. Las convicciones férreas llevan a la humanidad ante el abismo de la radicalidad, ante el riesgoso precipicio donde las medias tintas no resultan ya plausibles. A la masacre, las guerras, el genocidio, la aniquilación del que está enfrente, la esclavitud; la explotación sistemática de los débiles. Solo unos pocos han sido capaces de percibirlo como inherente, como constante a nuestro desarrollado modelo genético. Ha sido así desde que un error evolutivo o un milagro cuántico confirió al humano de la majestuosa capacidad, tal vez destructiva maldición, de ser consciente de su propia existencia. De hablar. De calcular. De valorar. De denominar y nombrar. Todo ese cómputo, entendido como indigerible y deplorable, de horror ético para los débiles de mente, camina de la mano de nuestra propia finalidad en el sendero de este instante llamado existencia. Los valores adquiridos son para aquellos incapaces de pensar por si mismos. Para aquellos que permanecerán satisfechos en los ámbitos piramidales más amplios y sumisos de los estamentos políticos y económicos. Pasto de los demócratas y los millonarios, pasto de sus secretas confidencias delictivas, complicidades beneficiosas e incesantes vueltas de tuerca asfixiantes ante las que deber mostrar reverencia. Son vergonzosamente conscientes de las estratagemas de un sistema al que temen, del que no dudan en criticar en cuanto se les brinda la verborreica oportunidad y con el que se acuestan taciturnos evidenciando su lamentable degradación cada noche. Pedí algo más de medio litro de té negro con leche y me lo bebí de dos tragos. Como si de una pinta de la cerveza más fresca al retornar del dantesco Infierno se tratase. Cantor y teoría de conjuntos, Lao Tse y el Tao Te King, Beckett y el absurdo, Cioran y el suicidio. Estaba cansado de sobrealimentar mi sapiencia con nueva información cuyo conocimiento no me acarreaba sino continuas inseguridades en torno a mi lugar en el mundo y depresiones luctuosas debido a ser consciente sobre, de dicha manera, todo lo que ignoraba aún. Pero incluso esto también respondía a una problemática filosófica mucho anterior a las cintas de vídeo pornográficas, las conjuras templarias o mi propia "zufällig" existencia. Nada de todo esto atendería a las leyes de la física si alguien me hubiera confesado al oído en el pasado que yo efectivamente era al fin el champán y ellos la mierda, como en aquel descarnado y ácido film de Todd Solondz. Hubiera sonreído al infinito con cierto maniqueísmo, a sabiendas de que no era verdad pero alguien intentaba engañarme y seducirme, por que no,con tan magnánima idea. Puede que antes necesitara de su ficticia caridad, pero no ahora, que he aprendido gracias a los constantes tropiezos y el sabor a sangre reciente entre los dientes. No se a que aspecto se somete el futuro, si en efecto las multinacionales decidirán al fin sobre nuestro día de procreación y defunción tomando como criterio la productividad que potencialmente podremos brindarles. Si la certeza metafísica sobre el poder físico de la información, el concepto absoluto del vacío o la existencia plausible de universos paralelos se impartirá únicamente en las aulas privatizadas de un "lobby" dominado por tecnócratas adorados cuales deidades babilónicas. Si el ámbito de control informativo y de vigilancia continua extendido por un distópico "Gran Hermano" será capaz de contabilizar con un margen de error de tan solo el 2 %, la cantidad de ventosidades perjudiciales para la capa de ozono que ha vertido un sujeto adulto en el último ejercicio económico estatal y su impacto estadístico sobre las previsiones del PIB anual. Lo único que tengo claro es que la realidad no será muy diferente a la actual, donde las convicciones más rígidas y voraces, dominan por desgracia a las débiles y proselitístas posiciones de fusión. Los humanismo de escisión y diferenciación, seguirán primando sobre los fraternales y universales. La realidad seguirá rigiéndose por las percepciones puristas y unívocas de las láminas de Rorscharch, con sus consiguientes peligros gestálticos, al igual que ahora. Blanco o negro. El gris conlleva un tiempo precioso para ser comprendido, de cuyas conclusiones aún todo ignoramos y nos sentimos asustados. Solo sé que para entonces yo ya estaré muerto. Y conociendo mi mala sangre y enrevesado humor de perros, no soportaré ni un solo momento tal idea. Pagué el té y observé el bamboleo frecuente que ejercía el culo de la camarera. Aquello era lo que me había arrastrado hasta allí acarreando sobre mis espaldas todos mis enjutos problemas carentes de solución. Sí. Fue un error insano ofrecerle como regalo las cenizas de mi difunta madre con el objeto de que volviera a mi lado, pero en aquel momento era todo lo que yo valoraba por encima de cualquier otra cosa. Sin duda me faltaba la convicción suficiente en el proceso del "cambio" como para aspirar a ser un "lobo estepario" como el de Hesse. Ni siquiera esperaría sentado en las escaleras del patio, en los nocturnos mentideros ahumados y lúgubres de la madrugada a la mujer capaz de liberar toda mi culpa. Ojos bonitos, verbos dulces y dos pezones jóvenes y traviesos que me recordaran a los de mi propia madre al ser mordisqueados. Pensaba que Hithcock y su fílmica obsesión materna no tenía nada que ver conmigo. Tan solo deseaba follar salvajemente, sin contemplaciones ni miramientos con la encantadora Cynthia. Amarrar su albo cuerpo a todo mi deseo y devorar a mordiscos su romo hígado al igual que el águila haría con Prometeo. Hacer que el odio que yo la procesaba se fundiera con el amor por el sexo que ella tenía. Deseaba entre seseos que ella se sintiera en mis manos por una sola vez, débil ante mi superioridad física sobre el campo de batalla. Hacerla gemir, hacerla sufrir y ser capaz de disfrutar de su dolor como ella se había beneficiado del mío con anterioridad. Desatar al fin las depravadas represiones lascivas que se incomodaban en el interior de mi mente y estaban acabando por desollar la poca cordura que me asistía fuera de los tratados de lógica , los pastilleros colmados de polvo blanquecino, la poesía del alba y la música ebria de Chaikovski. Para ella siempre fue complicado el saberse atrapada tras la regia estela de dos hombres entre los que no se le permitía elegir. Quizá en el fondo no lo supiera, pero ella requería de su intermitente neurosis Jungiana, y el hecho de creer ser capaz de elegir. Para mí, siempre fue difícil no ser ninguno de aquellos dos hombres. Y aquello no iba a mejorar a cambio de las cenizas de mi madre, era más que evidente. Entonces me di cuenta de que había sido un auténtico desacierto el haber abandonado de nuevo mi habitación aquella mañana. Escupí en la servilleta, abroché mi parka agujereada y abandoné aquel nido de snobs sin fe para sentirme vivo bajo la lluvia por una vez.
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