miércoles, 11 de abril de 2012

Mentiras.

Es más que probable que lo hayas experimentado. Incluso cuando no estabas del todo seguro de que demonios era todo aquello. Un escalofrío inexplicable de escasas dimensiones en tus riñones que acaba por generar el silencio que subyace bajo la insensata algarabía. Una desnuda mirada atrás, más allá de tu espalda en busca de nada mientras surcas la espesa niebla. Podrías intentar sacarte los ojos con una cucharilla de café y esforzarte en hacer malabares con ellos, pero nada cambiaría en absoluto. Tan solo te queda recoger todas las migas que pueblan la mesa y reciclar las botellas de un sauvignon intratable que en poco o nada te ayudará a conciliar el sueño. Quizá mañana. Quizá mañana sea un "Me cago en el jodido repartidor!" al tropezar con Kusturica en los baños de la estación. Quizá el primer premio de la lotería coincida con tu maldito número de teléfono y escuches una preciosa bossanova de Caetano Veloso cuando esperas tu turno en la oficina del paro. Quizá mañana no sea tu pelea más lúcida, y tu cara henchida despida ríos de sangre mientras permaneces rendido contra las cuerdas pidiendo incomprensiblemente más faena. Como el jodido Robert de Niro en "Toro Salvaje". Necesitas escupir. Pero algo has aprendido: el insomnio premia al poeta. Sustituye sus sueños, embriaga su alma. Le da carne, entrañas, magra apariencia a aquello que no la tiene; a lo indeterminado. Es detestable. Es vomitivo. Y lo vi con mis propios ojos.

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