lunes, 21 de mayo de 2012
Escapando de la eterna generosidad.
Cada día resultaba más difícil. Hube de saberlo a tiempo. No mentían en absoluto cuando nos alarmaban de los peligros agazapados tras las decepciones y los desengaños. Pero no dejan por ello de seguir siendo necesarios. ¿De que habría de alimentarse diariamente el dolor que reside en mi pecho si no?Es una pregunta que he formulado hasta la saciedad. Todo dejaba de ser sencillo por momentos o lo era en demasía por el contrario... Resulta complicado hallar un equilibrio espiritual, un término medio bien calibrado, en el seno de la experiencia capitalista. Los excesos, los polos opuestos; los viajes resultaban vertiginosos. Pero la culpa no era de las virtudes efímeras del dinero, si no solo mía. Y eso era lo más complicado de digerir a la postre. Las semanas volvían a consumirse con la misma celeridad que el más barato de los speedballs bajo el dominio de la llama adecuada. Y sus efectos secundarios no aparentaban recrearse muy lejos de los del uso prolongado de un adicto ruso al "krokodil" : una putrefacción infecta en lo más profundo de los engranajes del alma. Habían sido demasiadas todas aquellas tardes lluviosas colmadas de un irrespirable bochorno. La morbidez de la carne compilada efectuando un indigno monumento al propio acto de la sudoración bajo el influjo de la lluvia. Eran tardes abominables. Tardes en las que perseguir las faldas inadecuadas que nunca se acabarían por levantar no daba resultado y acababas por resbalar cada vez para acabar besando la fácil sobriedad del asfalto mojado. Pero en cambio, la sensación destructiva de haber atravesado dichas innumerables tardes sentado en el quiosco de la esquina, mutilaba y persistía en mis pensamientos. Observando con detenimiento la lluvia caer, sin el absceso romántico nada despreciable de tener con quien poder escuchar el sonido de la misma a través de los cristales. Llegó un momento en el que conocía a los suficientes borrachos en la ciudad a quienes atosigar con mi excelso patetismo en busca de un trago gratuito, como para seguir escribiendo día y noche sobre la divinidad inmanente, el halo sacramental que cada ser humano puede llegar a portar consigo y tales temas de camarín y humareda. Era hora de dejar de lado toda convicción en el "eterno retorno", en "dialécticas sobre la Ilustración", en psicologísmos baratos de amplio campo de acción. O quizá no. Mis prioridades existenciales parecían haber cambiado. Habían girado de manera radical y sin un discurso que las pudiera legitimar, hacia necesidades de índole completamente vacuas. Patrones de conducta materialistas, hedonistas o inestéticas. Me había llegado el momento de hallarme parado para recuperar aliento en uno de esos incómodos apeaderos que el camino poco decoroso del vicio sin teleología alguna te pueden llegar a brindar. Y mi reloj de muñeca seguía parado desde Enero. Lo cierto es que podría seguir engordando hasta explotar, continuar engullendo partidos de fútbol de la famélica liga india, apostando a galgos que nunca quedaban terceros, contrayendo enfermedades venéreas o intentando ahorcarme en la ducha cada noche. La religión y su supuesta espiritualidad reflejaban un horizonte de esperanza en el que poder caer seducido, pero este parecía descansar lejos del deseo puro por la búsqueda inexcluyente de la "verdad" escrita en letras mayúsculas. Siempre elegía el camino más sencillo, el que esquivaba el ayuno y fornicaba furtivamente tras los matorrales bajo los besos fatales de la Luna. El que acababa por malograr la escasez de mi potencial. El que me hacía sentir perezosamente autoirrealizable, positivamente estancado en una vorágine circular de la que no era capaz de escapar debido a mi detestable vagancia. El que me mecía hasta la barra del bar a beberme todos los silencios que la vida aún me debía. Allí. De nuevo.
-Creo con cierto cinismo hipersensible en la existencia de algo más peligroso que el mero hecho de que las historias que uno escribe, escribió o tal vez escribirá, se basen en sus propias experiencias. Y este algo, sencillamente catastrófico y premonitorio, es que las experiencias de uno acaben por convertirse en las historias que escribe.-
-Eso dice mucho más de lo que esperábamos sobre el tipo de historias que escribes-
-Tu sarcasmo no parece haberse debilitado con la ginebra. Has de entender por otra parte, que nada de todo esto que te relato ha de ser tomado con excesiva seriedad. Suelo decirme que tales ideas son reflejos distorsionados de mi propia existencia, situaciones extremadamente bizarras, anécdotas protosexuales, pensamientos abstractos, ondas alienígenas, profecías mesiánicas a cargo de la botella equivocada.... que en contadas ocasiones son sintetizadas inteligiblemente por mi mente en clave lingüística. Pueden llegar a significar algo si realmente anhelas la necesidad de creer en ese algo. Puede que tu interés se vea estimulado cuando las comparto con la única meta de ganarme otro trago a tu cuenta.-
-Eso no va a pasar. Hace tiempo que dejé de ponerme nervioso cuando el controlador asomaba la cabeza por el vagón contiguo y nadie merece más que yo lo que arduamente me ha costado ganar en este pequeño paseo por el infierno.-
-Me encanta el público difícil. Saluda a Stalin de mi parte antes de apagar la luz de tu mesilla de noche.-
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