jueves, 12 de abril de 2012
De pronto, me decidí por abandonar para siempre todos aquellos escarceos infructuosos y desarraigados con mujeres sicilianas que sin duda no me conducían a nada en absoluto. A un patíbulo desgraciado donde maniatar mi alma o hacia el rechazo de mi ser más primitivo acaso; al cual deudaba cierta parte importante de toda mi errática personalidad. Todas las primaveras aparentaban ser similares, incluso idénticas en determinados casos. Sucedían con liviandad al dañino pero evocador recuerdo invernal de la turba bahía visionada desde el monte Urgull. El sabor seco a cerveza amarga entre mis dientes y la enfermedad húmeda, casi mohína, de los cigarrillos baratos brotaban desde mi pecho acompañando con complicidad los azotes del mar contra el muelle. El aliento permanecía casi siempre perdido, sofocado, cuando entre los enjambres de frondoso helecho en busca del calor de otro cuerpo, mis pasos austeros eran vigilados por hombres de madera carcomida. Un desenfreno enfermizo y contagioso que me generaba aturdimiento atosigaba mi ser al saberme perdido tras el rastro de la leche agria y el roer de los ratones. Era cuestión de tiempo. Después de todo aquello, llegaría la Pascua y ello se reflejaría en las apáticas faces de la gente. Un estadio efímero magullado por la pacífica mansedumbre de abandonarse por completo. De deslizarse perezosamente por los días con la única compañía de mis propios pensamientos. Allí de nuevo, con los pies estancados en el fango sin emitir una sola palabra en alto durante amplias y tediosas jornadas. Permitiendo que la lluvia me empapara hasta los enésimos calzoncillos, aquejados del raquitismo propio del que posee una lavadora apta para lavar únicamente en frío. La esquizofrenia parecía avanzar indómita allanando los entresijos de mi mente. Llevaba demasiado tiempo sin arrodillarme, sin rendir pleitesía, ante los efectos triviales de las anfetaminas. Demasiado tiempo sintiéndome incómodamente nervioso como para llegar a sobrevivir. Todo parecía sintetizarse, envolverse tal vez, en los reductos oníricos que aludían a Cadillacs rosas y oxidados amontonados unos sobre los otros anhelando poder mordisquear las cenefas del cielo, escobas sin una sola mota de polvo desértico y mis gafas de sol impregnadas de espesa mierda. Algo estaba cambiando tras mi espinazo, algo que no marchaba del todo bien. Pero me iba a resultar arduo trabajo averiguar el que.
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