domingo, 28 de julio de 2013

Estado civil: patético.

Entro en un vagón cualquiera, con la cara enjuta y mal afeitada por la resaca. Vinagre reseco, salitre escamado carente de ningún rubor sobre mi cribada piel, el veneno lento del insomnio acumulado gritando en el interior de mis venas. Clama merecida venganza, se agota poco a poco ese reloj de arena. El sol se alterna con la sombra, a ráfagas abatido tal vez, por la velocidad vulgar del que se sabe derrotado de vuelta a casa. Se alternan el sol con sombra como en cada renglón dual de Whitman, y su "Tú para mi recitado" parece retornar con eternidad intentando rescatarnos a todos los pasajeros, hijos de la nada, de la dominical monotonía. Estoy sentado frente al doble del auténtico Woddy Allen, el que no ejerce ya guiños, que me decepciona y se pierde miope en su insondable propia mirada. Sus gafas, empañadas en grasa, parecen estar midiéndome, calculando mis mórbidas dimensiones cual taimado sastre a la búsqueda de algún punto débil. Pienso en respirar junto al bosque, que la brisa caliente del verano entre por la ventanilla de atrás y me sacuda con virulencia en la cara. Dejarlo estar. Dejar por fin de escribirte cartas que no envío. Y cerrar los ojos. Dejarme sentir. O dejar de sentir.

miércoles, 24 de julio de 2013

Nunca pegues a un hombre con gafas, pégale con un bate de baseball.

El calor se había apoderado de mi apartamento desde bien entrada la mañana, casi sin tocar a la puerta, había decidido colarse por de debajo de las rendijas de las puertas como quien desliza una carta amenazante y debía de estar sirviéndose un "Four Roses" bien cargado, sentado en el sofá de mi salón. No lo supe. Lo olía. Olía como comenzaba a estar borracho y desafiante, comportándose burlón con la decoración de la sala, con ganas de llevarme al altar y terminar esnifándose lo poco que me quedaba en los bolsillos. Lo llevaba claro. No me gusta perder la partida durante tres semanas seguidas. Llevaba algo más de media hora encerrado en el lavabo, alternando nauseas con vómitos y bases de cocaína con mis rutinarios ensayos de "la sonrisa perfecta" frente a espejo. Nada parecido a esos anuncios repetitivos de dentríficos en los que lo único que cambia campaña tras campaña, es la hipocresía ulcerada de sus anunciantes. Los dientes perfectos no reportan la sonrisa perfecta. He sentido sonreir a heroinómanos desdentados con mayor acertado y sincero efecto que todos esos abrumados e indecentes descendientes de la asequible ortodoncia de los tardíos años 90 y el jodido "baby boom". La bonanza económica puede convertirnos en auténticos gilipollas, yo mismo, toda mi crapulosa generación, es un genial ejemplo de lo que digo. Pero volvamos a la sonrisa, joder. Descuidamos por completo nuestra expresividad física, ese lenguaje determinante no hablado que representamos frente al resto de personas. Resulta importante. Muy importante. Jodidamente importante. Tanto como para conseguir sacar a la chica deseada e inalcanzable a bailar una noche, como para conseguir que la cajera del banco se amedrente frente al cañón nervioso de tu Beretta. Para expresar sosiego cuando estás sudando por dentro, para aparentar desvarío y demencia galopante ante el resto cuando el objetivo que te propusiste nunca dejó de ser el más cabal. Importante para convencer sin el uso de la palabra, para engañar, para vencer sin gastar saliva y erigirte con la sensación de volver a casa un poco más limpio que el resto mientras te las ingenias por buscar la fórmula mágica para que esta ciudad no acabe por engullirte en sus fauces forjadas a base de detritos. La sonrisa, en mi caso, era uno de los puntos débiles que me había propuesto a depurar. Bill Murray me lo dijo en sueños. Después... Ella me lo dijo. Que era demasiado serio. Tenía razón a pesar de que mis patéticos intentos por demostrarle lo contrario, caían en saco roto una vez tras otra. No tenía la culpa de encontrarme con cuadros de Cezanne y Macke en cada velatorio callejero al que acudía devorado por mi rutina. No alcanzo a discernir que misticismo se pretende alcanzar con tales intentos. Aquello era un despropósito. La muerte no puede ocultarse bajo un concienzudo trazo de color. Persistirá bajo todas las notas y tonalidades de los colores. Trepará hasta tu cama con una cuchilla oxidada aferrada a sus dientes en cuanto decidas acostarte desnudo. Te atosigará con frases malditas mientras luchas por no defraudar a la última desconocida que se abraza a tu cintura con sus piernas, cuando te desvives por no correrte demasiado pronto repitiendo mentalmente el nombre de Michael Schumacher. Que más da. Había sido una noche muy larga con la única mujer capaz de encender el alumbrado de toda una manzana con su propia energía, toda la que albergaba su corazón. Ninguno de los dos nos merecíamos, pero nos gustaba defraudar al contrario con decoro. Porque sabíamos que los únicos defraudados al defraudar a otros, éramos nosotros mismos. He de seguir ensayando mi sonrisa perfecta. Puede que el calor se haya cansado de esperarme. Ahora se lo que se siente.

viernes, 19 de julio de 2013

Kepa Landa, bourbon de rebajas y volutas de cocaína calcinada escapando de mi garganta.

Mientras no paraba de sudar y sudar toda mi desesperanza en aquella sala de espera, y lamentarme por el escaso tiempo que me quedaba, el hombre orondo y zangolotino, el hombre con los ojos de pájaro y la verborrea más incoherente del mundo hablaba por teléfono con Nicaragua y me hacía esperar y esperar sentado. El podía sacudir sus alas, alzar el vuelo y creerse capaz de escapar a través de la ventana de un salto. Vertiginarse con autoridad hacia su propia destrucción incontestable, en caso de así desearlo. Yo en cambio moriría allí sentado, ahogado en el mar sin permanecer más tiempo despierto. Me decía que aquello, la espera y su fatuidad, tampoco me importaban. Pero no era cierto. La inmediatez pueril sin falta de silencio, en aquello y diversos despropósitos más, me había transformado. Soñaba con explotar al fin, sublimarme y pasar a la historia. Encontrarte, quienquiera que seas, y que me encuentres. Desafiarme y acabar venciendo. No desaproveché la complicidad de viajar en autobús aquella tarde. El lugar idóneo donde poder llorar en cada trayecto de manera anónima mientras todo está en constante cambio al otro lado del cristal. -Otro día de suerte- me susurra desde atrás una voz inexistente- Al igual que el resto.

miércoles, 3 de julio de 2013

Apareció el color y la alegría, los enigmas, la risa... se volatilizaron.

"Y ahí afuera
donde yo habito a veces
sin desoír a la manada pero caminando siempre al margen
consumido por la terca voz que entretiene mi cabeza.

Ahí afuera
donde se habla con las mismas palabras
pero se trata de un diferente idioma
y la niebla cada vez desciende más rauda de las montañas.

Ahí afuera.
Ese afuera,
que ya nunca pudo fundirse más,
ni "ser" en mis adentros,
pueblan gentes sin rostro,
corre el tiempo neurótico
y muere todo pensamiento.
En todos los bulevares donde los coches son demasiado veloces y las mentes...

demasiado lentas."

lunes, 1 de julio de 2013

"Sprints" finales.


Pessoa incidía en el "crear". La liga Hanseática en el "navegar", y Pompeyo en su propia y ambiciosa obsesión. Yo declaro que "el desear (y solo desear) es necesario, pero vivir no lo es. En cambio, si el cuerpo es la prisión del alma, solo hay algo que puede dar libertad, hacer volar, a la misma: las alas. Los brazos son las alas del cuerpo. Existe el brazo de "las palabras" y el de "las cosas". Estos hacen libre, en su medida al hombre, y también a su alma. Ambas alas requieren de la existencia una de la otra para poder volar. ¿Acaso conoces alguna cosa sin nombre, y algún nombre que no refiera alguna cosa? Retírate y dedica unos instantes a este pensamiento."




Caminaba por la sombra.
Paso firme y tembloroso.
Tanto miedo como pasión.
Humo azul por sombrero,
una espalda tersa, ancha, dos.
Había dormido vestido.
No creí que sin razón.
Pregunté a mi alrededor:

-¿Se encuentra bien?-
-No. Simplemente está loco.-
-¿Y... Es contagioso?-
-Eso depende.-
-¿Y de qué?-
-De su capacidad para recordar por casi siempre un olor,
deletrear un nombre en deseo, empeñar casi todos los botones de una vieja camisa a cambio de ...
Estériles caricias, sangre ajena, tímidas ansias de sábanas y sudor... más medicinas para el alma.
De su incapacidad para diseminar las tempestades desde las entrañas, sin que puedan llegar por fin al papel insomne de su prisión.
A la postre... De ella.-


Y lo miré.
De lejos.
Como se alejaba.
Com-pasión.
Nunca más,
querría volver a ser yo.




"A la mayoría de las personas que merecen con mayor justicia un cigarrillo y nunca lo piden, este no les es ofrecido jamás. En cambio, aquellas personas a las que siempre les debería ser negado el mismo cigarrillo, siempre lo pedirán. Este pensamiento puede aplicarse a todas las facetas de la vida."