Hube de surcar la bahía en ferry
unas cuantas veces
antes de conseguir
entenderlo.
Aprender a vivir,
para saber cómo morir.
Miller en Brooklyn,
Camus desde Argel,
Isabelle en Vichy...
Todos aluden aún a Dios.
Su concepto.
Su importancia.
El miedo al miedo.
El no soportar estar perdidos.
Como si incluso Dios
estuviera condenado a existir
ineludiblemente,
contra su propia voluntad.
No son las ideas,
son los actos.
No es la máquina,
es su empleo.
Al igual que Francia es aburrida,
pero nunca insípida.
Igual que nada es tan barato,
como arruinarse en Nevada.
Aquel hombre ajado
sentado junto a mi
en la popa del ferry
destino a Vallejo,
no paraba de hablar
ofrecerme su pan
y escupir frenético
las migas que
escapaban horrorizadas
de su boca con pocos dientes.
"Toma.
Es un buen pan.
Caro.
Pero bueno.
Francés.
Lo compro en Embarcadero
al acabar de trabajar.
Es algo que no
abunda por aquí.
Siempre he pensado que
puedes juzgar a un país,
por la calidad de su pan"
Supe entonces que
la belleza
no está ligada
a la verdad.
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