martes, 27 de julio de 2021

Secreto profesional


Mi abuelo materno nunca usó reloj de pulsera. Detestaba ciertas manifestaciones palpables de determinadas ataduras anexadas a la vida moderna. 

Ni siquiera toleraba ver un solo reloj. Cada vez que alguno se cruzaba en su camino, le daba la vuelta y lo colocaba mirando a la pared. De espaldas a todo y a todos. Un objeto tirano relegado a una clara ejemplificación aparentemente trivial pero simbólicamente punitiva. 

En este hecho, yo quiero ver una relación inocente, casi infantil, de poder. De polaridades en ámbitos propios de la subyugación o juegos de roles relativos a la dominación.


A pesar de vivir férreamente sucinto a ineludibles horas de apertura y cierre, interminables jornadas de trabajo y escasos o casi nulos periodos de vacaciones, tal vez mi aitite, no soportaba las convicciones establecidas y por inercia asumidas, de los horarios. El tiempo era un ente extraño para él. Evidenciaba dilemas con los debía convivir, disonancias cognitivas de las que escapar: la propia evidencia e implicaciones dicotómicas de llegar a ser otro esclavo más del tiempo.
Era tal vez, un espíritu libre abocado a sustentar su propia concepción artificial y material de la libertad con el innegable combustible del trabajo.

Nunca llegué a conocerlo. 
Falleció con escasos 60 años. 
Todo lo que conozco de él, lo he oído de mi madre.

Puede que sepamos más de nuestro propio destino de manera inconsciente de lo que pensamos. Como si la vida nos performara, nos enviara señales tímidas o azarosas; y nosotros, solo fuésemos capaces de llegar a entendernos a posteriori. Al albur. Como en una sentencia cíptica y oracular.

No sé si lo que siento ahora huelga necesariamente de alguna raíz correlativa a la experiencia o incluso de base lógica. Si la ausencia de algo genera consigo un espacio de anhelo que tan sólo puede ser ficcional. Pero te extraño, Juan. 

Puede que todo lo que me asalta ahora y su comprensión, también estén por llegar.

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