He caminado junto
a esclavos loados
que ignoraban que
lo eran.
Fueron compadecidos
por mi, aún sumido
en mi propia miseria.
Teniendo canas
al fin,
he dejado en la recepción
del hotel
las cenizas de
Costa Gavras.
Lo siento
estimado Melville,
es la voz pasiva
y el salitre seco en las orejas,
pero nuestro Oquendo
nunca fue quáquero.
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