"Hubo un tiempo, para una cultura milenaria, en el que una liebre que vivía en la luna fabricaba valiéndose de diversas hierbas, una bebida destinada a preservar la inmortalidad de los hombres. En China, muchos siglos antes de que Mao Tse Tung aúnase el anticapitalismo y el rechazo al rito y culto imperial, los poemas entendían de economía; eran utilizados comúnmente como moneda de cambio de bienes o servicios. Eran tiempos algo más duros que estos, colmados de bucolísmo y una percepción romántica insondable, decían los poetas oriundos. Tiempos en los que la Naturaleza era manantial de deleite estético y ético, y la poesía, como praxis; era bien acogida y loada por todos. Tiempos en los que que la única carne capaz de ser comida, era la de los muertos por hambruna."
En aquel instante, bajé hasta mi posición terrenal. Siempre había pensado en trascender, no en ser inmortal.
La boca me sabía a resina de alquitrán y nicotina, y mi ordenador exhibía a un par de fulanas desconocidas follando en el interior de una furgoneta vieja puesta en marcha; vídeos de una entregada Lezley Zen y el artículo de Wikipedia sobre Hanna Arendt. El futuro, se hacía comprensible, la angustia se mostraba por fin de una manera realmente postmoderna, tierna y cruelmente desgarradorra a partes iguales. Su halo de ineludible y constante confusión, parecía disiparse por completo de un sencillo plumazo. El nudo gordiano... desecho con simpleza; la respuesta parecía rezar: imbécil! Todo aquello me reportó impulsos, de supremacía; impulsos de arrojo por devorar aquella contemporaneidad hasta entonces tan esquiva e incomprensible, engullirla sin necesidad de masticarla y echar después sus huesos a los perros. Esas eran pulsiones que se erigían casi irrefrenables.
Me masturbé ante la pantalla intentando ahuyentar el insomnio y el dolor de mis articulaciones. No podía dejar de pensar en aquellos vaqueros míos alojados por el viento sobre el tejado del vecino, desafiantes e inaccesibles. Aquel asunto, como todas las batallas condenadas a ser perdidas, requería de militante estoicismo o de una tecnología aún venidera.
Era normal que me sintiera tan solo.
Y a pesar de la noche y su condición, aquella 'obsesión' mía, no parecía obsesionarme. Nunca antes había sentido haber madurado tanto el día de mi cumpleaños.
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