lunes, 6 de enero de 2014

June.

Es un sueño. Un mal sueño. Que se repite. No siempre. Pero se repite. La mierda aún humea abrigada por el frío del invierno, una vez habiéndome subido con torpeza los pantalones. Me mira, o eso creo. Sabe que he de deshacerme de ella una vez habiendo sido excretada; pero aún así resulta complicado no entristecerse ante tal furtivo abandono. Camino unos pasos sin mirar apenas hacia atrás, escapando sin saberlo, y la nieve lucha por intentar meterse en mis zapatos. Diviso la ciudad a lo lejos, allí de donde surge la luz; más allá del océano blanco esculpido por la nieve. Existen pisadas recientes que desconocía; dibujan una vereda impoluta hasta ella. El origen de la vorágine. Parece apacible, pero sé lo que tras ella se esconde y camufla: yo mismo, mis acciones; la posible perdición. Allí la belleza escasea; nada parece mostrarse con estética sinceridad y tal idea me desintegra, me abate, me aterroriza con fidelidad. Cosmética y engaño; la falsedad de la verdad y por desgracia nunca viceversa. Artificialidad, excesiva molicie sobre mis cansados brazos. Las mangas, las de mi camisa de paño, se recogen dejándome adivinar los pliegues de aquella afección cutánea pantagruélica. Generada, tal vez, por la actividad fúngica de alguna bacteria voraz y perniciosa; contraída por el acoso civilizado del escorbuto y la sífilis. Contra el que me ha sido imposible luchar… Las manos siempre me apestan a carne descompuesta de ternera. Por un instante tengo la intención, el empuje suficiente para adentrarme, no sin pavor, en su interior. En los pliegues áridos de los que emanan vapores algo fétidos de insobornable hediondez. Solo es una percepción cuántica, un mero desenvolverse cíclico y meta generativo. Mis zapatos están impolutos, antaño enmascarados por la influencia de la tierra y el polvo; salpicaduras fugaces de sangre que únicamente un psicópata podría lucir con descarada pero también comedida sorna. Estos zapatos parecen sonreír por si mismos sobre la nieve, ocultando las pérfidas, fatídicas intenciones que su portador almacena en el interior. Extiendo los brazos en busca del cielo, pero la aprehensión visual de los zapatos es capaz de remover con maestría la mayoría de mis miedos más ocultos. Bajo este velo de imaginación exquisita, el diseño abstracto de las más insospechadas desdichas me asola. Son los zapatos que aquel asesino lucía con orgullo dentro de un daguerrotipo color sepia de época. Una captura fotográfica, un guiño al paso del tiempo efectuado por algún empleado de prisiones. Sí. Los grilletes atados al cuerpo, la humedad de las paredes, la luz apocada, la sopa insípida… la finitud sin sentido del tiempo. Turbada la mente por el peso disfrazado de la evidencia, noto como mi espíritu empieza a incomodarse dando lugar a un ejercicio de autoconciencia. Recuerdo el sabor de la sangre, las muecas bizarras de los prisioneros, de casi todos los compañeros de celda; gestos a caballo entre lo que llaman demencia condenatoria y el sucio relativismo moral de una sociedad diseñada y avocada a alcanzar las más inestimadas cotas de irracionalidad. La ciudad aguarda de nuevo al frente. La sed del alma.

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