lunes, 2 de septiembre de 2013

Dondequiera que estés...


Retorné a mi diario, a aquel pasaje que rezaba:

"Cuando te adentras en el agua del mar, las olas agitan tu cuerpo, lo arrastran en contra de las filosas rocas, acapara por completo así el celoso Poseidón tu atención; y toda la belleza que puedas llegar a percibir del entorno, se concentra tanto sobre las aguas (en los cielos rasos ensortijados por el sol y su áureo reflejo) como bajo el nivel de las mismas (en los enriquecedores abismos inhóspitos del dañino coral). El secreto y la dificultad del que contempla, reside en mirar hacia la dirección precisa en cada momento. Esta reflexión puede aplicarse a todas las facetas de la vida."


Y todo aquello me hizo recordar. A un un fraternal y solitario lobo venido desde la frontera, que me enseñó la importancia del tono ámbar en cada brochazo de verde sobre el lienzo de la ciudad y su noche. Nunca lo olvidaré. Por aquel entonces yo era tan solo un hombre Obcecado por avasallar diariamente la sonrisa del sol del Oeste y la insignificancia de creerme con un ficticio rumbo fijo. Tan pequeño me sentía, tan perdido según Séneca el Viejo... Nunca volvería a ser el mismo. Y muy pocos lo lamentaron después.

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