miércoles, 14 de agosto de 2013

Llámalo ataque sexista. Pero te mataría a patadas ahora mismo.

Salí dando tumbos por la puerta trasera sin escuchar los improperios que a mi espalda se encaramaban. El callejón seguía oliendo a carne podrida, colillas y sudor, como siempre, y me alegré de que así fuera. No existen encuentros fortuitos, en aquello debíamos creer, la Odisea era un buen ejemplo de ello. No necesitaba testigos, ¿para que compartir aquella visión con alguien más? Abrí la camioneta por el capó con desgana, sin excesivas prisas, y entonces recordé la única ley de los malditos Filibusteros: "Cada uno para sí y el demonio para todos". Eran tiempos para creer e invertir en uno mismo. En nadie más. Y enfrentarse a la cara decrépita de la muerte cuando fuera necesario. Después le quité la máscara. Esperó unos segundos y después me dijo:
-No te lo merecías, pero ambos sabíamos que lo necesitabas.-
Le pregunté quién era. Me dijo que tan solo otra de mis pesadillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario