lunes, 21 de mayo de 2012
Desesperación inesperada.
De que se alimentan los recuerdos, mas que de distancia física o efímera. El tacto decrépito de otro cuerpo nos brinda una seguridad implacable de la que nada concluyente obtenemos. Seguridades de la experiencia, certezas sensitivas; la carnada saciante de toda nuestra aborrecible consciencia. Las palabras flotan sobre las aguas, atraviesan océanos y descorchan la champaña de las ya perdidas ocasiones erráticas. Más allá de las nubes se elevan, habitan en nuestra mente, tan importantes se nos prometen, que somos incapaces de ejercer pensamiento sin ellas. Cierro los ojos y acomodo mi almohada con fuerza, con miedo a los improperios oníricos que mis sueños puedan acarrearme. Nada tan hiriente, como la mente de uno en guerra consigo mismo. Así se presentan las sinuosas curvas de otra escalera de caracol por la que me deslizo fugaz pero torpemente ansiando el fin de la misma. Escalón tras escalón, deseando que el dolor acabe por consumirse al igual que el apego por todos mis juegos suicidas. Otra promesa de helio. Otro globo rojo empeñado en su huida de las manos del niño. El cielo es su techo, la vista brindada desde la altura... El último regalo en vida. Quisiera columpiar mi boca de tus labios, sentir como nuestras lenguas se entrelazan en una húmeda ceremonia y vuelven de nuevo a hacer el amor. No tuve ni siquiera las suficientes energías para verter por el desagüe las copas de vino que te negaste terminar. Dos sombras bajo el sol. El mismo olor.
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Reúnes todos los elementos para que pueda sentenciar al fin que me llegas al alma; que escribes las cosas más increíbles que he leído de alguien que no se encuentre en los cánones literarios.
ResponderEliminarSus palabras me alientan a continuar escribiendo. Mil gracias.
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