domingo, 24 de septiembre de 2017

La Verdad, es una gran mentira.

Mi abuelo lloraba,
sutil e inocente,
cuando el cansancio
lo maniataba.

Hace unas noches
lo vi en mis sueños,
moría junto a una cuneta,
su corazón decía ¡basta!

En mis brazos
languidecía estupefacto,
su cadena de oro
se trabaga.

Mi padre solloza
afable y tímido
cuando lo oprime
la fatiga.

El Viernes pasado
con caro ímpetu,
lo abracé,
era su aniversario.

Ante mi se arraigaba
un reflejo perturbado,
inquina encontrada,
esa contumacia invicta.




Yo lloro,
como ellos.





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