lunes, 25 de septiembre de 2017

Rabino.

Estando una vez
en la Noche
alguien me preguntó intrigado:

¿Qué es
para ti,
un buen día?

Respondí sin pensarlo:

Un buen día es,
una comida,
una cagada,
una botella de vino
y un buen poema escrito.

Yo ya había tenido
un buen día antes.

Y ya había
escrito previamente
aquella respuesta.

La broma acaba cuando brota la risa.

Sobre mi cabeza
oteo abstraído
las nubes
que se propulsan
con celeridad.

Pululan
más ágiles
que en otros ocasos.

Es vano,
preguntarse
por su rumbo.

Al igual que con
muchas otras cosas,
ya sean abyectas
o sublimes,
me digo que:

No preciso
aprehender
toda su esencia,
comprender,
todas las condiciones
de su acaecer...

para poder llegar
a fascinarme con
su sola contemplación.

Aquí reside
el comienzo,
la mitad
del enigma,
de toda extrañeza.

Y es que,
todo tiene
más de un
solo significado.

domingo, 24 de septiembre de 2017

La Verdad, es una gran mentira.

Mi abuelo lloraba,
sutil e inocente,
cuando el cansancio
lo maniataba.

Hace unas noches
lo vi en mis sueños,
moría junto a una cuneta,
su corazón decía ¡basta!

En mis brazos
languidecía estupefacto,
su cadena de oro
se trabaga.

Mi padre solloza
afable y tímido
cuando lo oprime
la fatiga.

El Viernes pasado
con caro ímpetu,
lo abracé,
era su aniversario.

Ante mi se arraigaba
un reflejo perturbado,
inquina encontrada,
esa contumacia invicta.




Yo lloro,
como ellos.





miércoles, 20 de septiembre de 2017

...en la grada.

(...) Minutos antes del final del partido, Alicajic no pudo contener por más tiempo la ira y el desasosiego que maniataba las manos cerradas, constreñidas por completo convertidas en puños, que descansaban sobre sus rodillas. Se levantó de su asiento efectuando un gesto rápido, y susurró algo a los oídos de Zovko. Este asintió manifestando su aprobación para después continuar jaleando como lo venía haciendo junto con el resto del grupo durante todo el partido.

Las escaleras parecían quemar bajo sus zapatillas. Alicajic las descendió con confianza y determinación camino del vestuario. Ya había vivido ese momento. Se había preparado a conciencia para ese instante. Proyectándose bien herguido, desafiante, pronunciando las palabras certeras en un orden diseñado que fuera capaz de surtir el efecto deseado. Se trataba de algo más que de convencer. Se trataba de persuadir. Sin duda, aquella era una de esas situaciones que nadie desea que acontezcan, pero para las que uno se prepara previamente a conciencia. Un ejercicio de contrarrestar las pesadillas. Una manera de estar al tanto de cómo achicar el agua si la barca comienza a hundirse. Se trata a la postre, de entrenarse, de prepararse para ser infalible; de saber a la perfección cauterizar la herida recién sufrida.
Para Alicajic, existía un placer amargo en todo aquello que no estaba dispuesto a dejar escapar.

Junto a los accesos al área de vestuarios se topó con el cordón de seguridad. Le bastó una mirada fría aderezada de una mueca con la cabeza para que el vigilante introdujera las manos en sus bolsillos y saliera a fumar un cigarrillo.
Ya estaba dentro. No pudo escuchar el pitido final a través de las blancas paredes alicatadas del vestuario a pesar de que el silencio invadía toda la estancia. Instantes después, bajaron todos los jugadores y se encontraron con que Alicajic ya estaba allí esperándoles. Herguido y rígido como un poste, con los brazos cruzados en actitud provocadora y sobria al mismo tiempo. Ninguno de los jugadores sabía quién era aquel tipo, pero la energía que Alicajic exudaba con su lenguaje físico, les incapacitaba para reunir el arrojo necesario e interpelar por su presencia allí. Cuando el viejo entrenador Šašivarević entró cabizabajo y preocupado junto con otros de los jóvenes jugadores, adoptó un mutismo cobarde e inusitado al reconocer la figura de Alicajic dentro de su vestuario. Su impotencia, falta de personalidad y actitud esteril quedó más que manifiesta a ojos de Alicajic.

Todos los integrantes del equipo fueron tomando asiento o diseminándose junto a sus taquillas extrañados. Tan solo uno de ellos, Pavlak, uno de los pocos jugadores veteranos, se volvió en busca del vigilante de seguridad al percatarse de la existencia injustificada de un extraño. Para cuando comprobó que esté había desaparecido y quiso regresar al vestuario a interrogar sobre el motivo de su intrusión a Alicajic; este le cerró la puerta en las narices y echó el pestillo. Pavlak aguardó fuera del vestuario, entre anonadado y sudado, golpeando la puerta con nerviosismo y dando voces que resultaron inservibles hasta que Alicajic hubo terminado con lo que tenía que decir.

Esperó unos segundos en silencio antes de comenzar a hablar ante la incredulidad de todo el equipo, mientras los golpes de Pavlak sonaban sordos al otro lado de la puerta, a espaldas del impasible Alicajic. Aquello generó una mayor expectación, acrecentó la violenta calma de la situación y consiguió captar la atención de todos los presentes.

No necesitó levantar la voz. Su tono era grave y claramente amenazador:

-Lo que todos los hinchas del equipo hemos presenciado en el estadio esta noche es una puta vergüenza. Hoy será el último día en que nosotros, los hinchas, sintamos lástima de apoyar a un equipo de jugadores sobre el cual vertemos todas nuestras ilusiones y esperanzas. Para nosotros, a diferencia de los trece millonarios engreídos y holgazanes que vimos pasearse por el césped, el dinero no lo es todo. Para nosotros, este equipo lo supone todo. Es la respuesta a todas nuestras preguntas.  El dinero, sin una pasión en el que ser invertido, no significa una puta mierda para nosotros. Ya teníamos al equipo, ya teníamos la pasión, antes de tener dinero. Puede que esto suene ingénuo para vuestros oídos, pero lo es todo para nosotros. Sois una puta deshonra para los hichas. Unos niñatos de mierda que no tenéis ni puta idea de lo que es tener pasión por algo. Y en cambio... Lo sois todo para nosotros. Vosotros sois nuestros jodidos dioses. Pero tened cuidado, no descuideis a aquellos que corean vuestros nombres durante todo el partido y os adoran desde la grada... Pues incluso los dioses dejan de existir cuando nadie cree ya en ellos. Podeis interpretar esto como una amenza o una colaboración mutua. No me importa una puta mierda. Nosotros seguiremos fieles a nuestra pasión... en la grada.- (...)"



Extracto de un capítulo de "Pravila i igru" (Las reglas y el juego), 2016, de Mirza Žeđ.

Argazkia: Deustua, 2017.