Cuando bebo
y me refugio
en la mirada del Otro,
soy una bestia
salvaje y cobarde,
desenfrenada en el seso
meditabunda y exigente.
Un galardón Oscar
a la escenificación
irrepetible y fugaz
de la locura mitigada
por la exigencia de un mythos.
Culpable al amanecer
en la nitidez impía
de la memoria austera,
el desacato de lo profano
me desbarata la compostura:
el exceso de equilibrio no satisface
la angustia inherente del volatinero.
Estando cerca ya
de casi el billón de segundos,
creo haber comprendido
algunas pequeñas, insignificantes, verdades.
Como la importancia de la escala
con las que medimos las cosas.
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