Anochece tarde
como en verano.
Yo velo por mi altar,
mi profuso "rincón rojo"
con el acostumbrado
celo contractual.
Siempre habrá algo
que se me escapa.
Detalles. Motas de polvo. Persianas viejas.
Colillas olvidadas,
caras ya difuminadas y
perfumes interfectos.
Tristes soslayos cómplices,
granos en las pantorrillas y
helados de nata caducados.
Anónimas desgracias mitigadas
y un sinfín de ignorancia
que nos empuja a asirnos siempre
a la vida.
Alimento la máquina
fuerzo mi mente,
le dedico demasiado tiempo,
al deseo.
Se mueven así sus engranajes
mecánicos,
herrumbrosos en ocasiones o
rápidos y bien engrasados tal vez.
Bien sabes que de tu mente también depende.
Que yo vuelva de nuevo
a poblar
tus sueños.
Poder cortar el trigo verde
al atardecer.
Entregándote con ello mi espalda.
Llorando al sol,
carente de razón y
que sea larga mi sombra,
tanto como decías
que surgía mi sudor.
Todo ello es:
Antesala de la unicidad
de lo que ha de ocurrir.
Lo mismo que ya ha ocurrido.
Infinitas veces.
Y volverá a suceder,
infinitas más.
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