Me dí de bruces con la noche y sus amargos charcos al tambalearme borracho, con ese antiguo nudo marinero en la garganta, para después caer de culo y sin red, tras la oxidada puerta de la salida de emergencia. Me sangraban las palmas de las manos, como en todos los putos cuentos de mi diario forrado en cuero; pero el malestar, corría infecto mucho más adentro.
Recuerdo haber ocultado mi cara, la deseperación ebria del que solloza en honor al dios equivocado; al sentirme observado por algún viejo lobo de mar, seguramente también desorientado:
-Oculta tu vegüenza si así lo quieres hijo, estás en tu derecho. Pero no subestimes tus lágrimas. Pocos corren tu misma suerte dentro de los intestinos tiñosos de este infinito desierto. Viene bien llorar. Al menos hará recordar a tu paladar, el genuino y casi olvidado sabor de la mar.-
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