Oteando lo que alcanza la vista,
sudor de Reno a la espalda,
Sacramento es aún
en el poso de mis ojos,
una fotografía difusa.
Confiero al fin significado
a la cima que piso:
Desolation.
Lo pasado es plomiza carga.
Ahora frente a mi aguarda,
hendida inmensidad.
El descenso se prevé penoso;
calamidades por camino
y carencia como compañía.
Es ese punto actualizado,
donde svoboda
se torna al fin volja:
la unión inconclusa
de densidades,
substancias distintas.
Una mezcla malograda
de lo uno y su contrario,
indisoluble pero igual,
como aguas bifurcas, promiscuas,
reticentes a dejarse dominar
del Ródano y el Arve
en Ginebra...
casi por azar.
Así Petrarca y la bergamota
en otro pico ventoso;
pan ázimo o fermentado
enfrentando a Roma y Bizancio.
Es ya la estupidez suprasensible
el valor de la liturgia,
canon sacralizado
del simple símbolo religioso,
que tiende a auto-fustigar Europa.
En ese vagar dilettante,
pocos señalan
el trágico trauma y la herida carnal
de un polímata de la Haye,
cuya "segunda" hija por la borda
fue arrojada al mar;
el arrebato mecanicista
del padre había replicado
un cuerpo sin órganos,
el autómata sucesional.
Todo esto me digo ahora,
cuando el polvo de mis pasos me circunda:
qué vano es memorizar,
qué ingrato olvidar...
Incluso Apollinaire,
que fue lacerado en su
penúltima guerra librada,
a quien a la tumba
lo arrastró una gripe;
nunca dudó en entonar
su canción sempiterna
obligándose a tomar siempre
el camino más difícil.
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