lunes, 26 de abril de 2021

En el embudo de Robert Burns


Oteando lo que alcanza la vista, 

sudor de Reno a la espalda,

Sacramento es aún 

en el poso de mis ojos,

una fotografía difusa.


Confiero al fin significado 

a la cima que piso:

Desolation.


Lo pasado es plomiza carga.

Ahora frente a mi aguarda, 

hendida inmensidad.


El descenso se prevé penoso;

calamidades por camino

y carencia como compañía.


Es ese punto actualizado,

donde svoboda

se torna al fin volja:

la unión inconclusa

de densidades, 

substancias distintas.


Una mezcla malograda

de lo uno y su contrario,

indisoluble pero igual,

como aguas bifurcas, promiscuas,

reticentes a dejarse dominar

del Ródano y el Arve

en Ginebra... 

casi por azar.


Así Petrarca y la bergamota

en otro pico ventoso;

pan ázimo o fermentado

enfrentando a Roma y Bizancio.


Es ya la estupidez suprasensible

el valor de la liturgia,

canon sacralizado 

del simple símbolo religioso,

que tiende a auto-fustigar Europa.


En ese vagar dilettante,

pocos señalan

el trágico trauma y la herida carnal

de un polímata de la Haye,

cuya "segunda" hija por la borda 

fue arrojada al mar;

el arrebato mecanicista

del padre había replicado

un cuerpo sin órganos,

el autómata sucesional.


Todo esto me digo ahora,

cuando el polvo de mis pasos me circunda:

qué vano es memorizar,

qué ingrato olvidar...


Incluso Apollinaire,

que fue lacerado en su 

penúltima guerra librada,

a quien a la tumba 

lo arrastró una gripe;

nunca dudó en entonar 

su canción sempiterna 

obligándose a tomar siempre

el camino más difícil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario