martes, 20 de octubre de 2020
Kati ena!
Son doce
(si olvidamos el "hau"* del fuego)
como las horas
de un incipiente invierno,
las almas que pacen
bajo el tejado bien pertrechado
de ese lugar calmo
al que yo
como otros antes,
llamé Obarre.
Unas gastan plumas
y curiosidad.
Otras pezuñas
y caricias.
La que capitanea la nave y
alienta por esta noche
el fuego con variopinto ritmo;
cicatrices,
entendimiento.
Algo planea sobre su mente
junto con la inocua cruz blanca,
blandida en el pecho,
de las arañas:
Recordar quién es
para otros,
la posición esquiva
de las estrellas
en el firmamento;
tener la certeza,
de que hay preguntas sin respuesta;
y de que el camino no cesa
más allá de todas las aparentes zarzas,
que la vida acarrea.
Entonces,
insufla el acordeón!
embravece el "aire-fuego"!,
(Como diría Scheele*),
"alimenta la bestia" * del arma prometeica
que aún blande con regocijo
el taimado "hombre-mono"!
Todo ello
para el deleite surgido
al observar
la cautivadora hoguera
que proyecta en la noche
nuestras sombras ebrias
contra sabios muros.
Con el día
y el ánimo fugaz,
de su casa deja
la puerta abierta de par en par,
y con un saludo taciturno mutuo,
del que sabe que
ese encuentro también volverá,
se encamina a solas
a visitar el mar.
Un tango para Caronte!
Kati ena!*
*"hau", palabra maorí que designa, al igual que el latin "spiritus", a la vez el viento y el alma, más precisamente, al menos en ciertos casos, el alma y el poder de las cosas inanimadas y vegetales. M. Mauss, "Ensayo sobre el don" p. 87. Katz editores 2012.
*Carl Wilhelm Scheele, químico sueco del siglo XVIII que descubrió el cianuro y también nueve elementos naturales, siendo el químico que más ha descubierto hasta la fecha; entre ellos el oxígeno, al que con acierto llamó "aire-fuego". B. Labatut, "Un verdor terrible" p. 27, ed. Anagrama 2020.
*Del inglés "feed the rat", alude a la necesidad de superarse, de comprobar los límites físicos o psíquicos de uno, exceder las posibilidades y expectativas que conllevan un riesgo con afán de demostrarse algo a uno mismo. A. Álvarez, "Alimentar a la bestia" ed. Libros del Asteroide 2020.
*Del maorí, "suficiente sobre este tema". M. Mauss, "Ensayo sobre el don" p. 87. Katz editores 2012.
jueves, 1 de octubre de 2020
Georges Brassens y su tumba de arena
Como tantos otros
una vez
habiendo sido engullido
por el desierto,
hube de pagar
un puñado de desgastados dirhams
a aquel zuavo desalmado y usurero,
para que me vendiera su orina.
Es el dinero una cosa extraña,
a la que nunca conviene tener
ni demasiado lejos,
ni demasiado cerca.
Tan solo horas más tarde,
tras la que fuera la última
asfixiante caminata,
aquel hombre
murió deshidratado
a escasos
kilómetros de Ghadamis.
No me atreví
a empuñar de regreso
el que había sido mi dinero.
Me convencí de lo innecesario
de ejercer castigo
sobre aquellos peces que
mueren al llegar a la orilla.
En el poblado,
fue difícil contener la euforia;
abalanzarse sobre el pozo,
bramar de nuevo
por el egoísmo.
Vimos algunos niños
en cuyos ojos inferí futura ira.
Unas veces nos amamos
los unos a los otros, pensé.
Otras,
nos matamos
los otros a los unos.
Todo ello
para rememorar
con la sed ya calma
y una sonrisa retorcida
desgarrándome la quijada,
mi propio errar azaroso:
que no fue el eidolon californiano
de Fedor Dostoyevski
con el que me permití
compartir consejos químicos
en el extrarradio húmedo de Praga.
Que aquella extendida coreomanía
en la bruma de otoño
y el influjo bifurcado
dual de los ritos potlatch,
tanto si vigorizaban
el reparto comunal
de la abundancia
o contribuían
al robustecimiento absurdo
de un prestigio estéril;
nada tenían que ver con
nuestra capacidad para observar
a través de un simple telescopio,
el pasado
minuciosamente
escrito por otros
en el firmamento.
(Fotografía de @arkupebikoitza. Barrio de Atxuri, Agosto del 2020)