miércoles, 29 de julio de 2020

Negligé





Los extremos son
muestra de haber alcanzado
la pobreza material o de espíritu.


La artesa
se convierte en tortura si
se ceba con miel y leche,
como practicar sin dicha
el "Kiehalen"
o el "Brit Kir Dadáizgh",
al pasar sin aire ya en los pulmones
bajo la hiriente
quilla.


Regurgita desde su interior
un sentir caduco,
el olor cenagoso a algas que
premeditadamente se secan
cuando las urracas descansan
con parmismonia curiosa
en el césped trasero del parking.


Allí puede uno encontrar con suerte
una amable cara cuadricular,
tímida y seductora.
Parece rezar que casi nada hay ya
más al sur de las Islas Diego Ramírez.


Lilas que surgen
del óxido y el cemento quizá,
mientras jugamos a la petanca
sobre las vías del tren
en Redon.


A los otros
fortuitos pasajeros aún,
los veo en la distancia,
corriendo desnudos por el bosque
con los ojos vendados
esquivando a ciegas
la muerte.


Defendiendo,
sin duda,
el avanzar y adentrarse
en la densidad oscura de la noche
que paso tras paso nos acoje.
No son ya,
vigilantes los tejados de pizarra,
pseudo turistas
de semblante hierático.


Es cierto:
al cerrar mi navaja
la función habrá cesado.


Y allá donde yo fenezca
al abrigo silencioso y frío
del viento norte del archipiélago,
brotará un pinar umbrío,
seco
y caduco.
Crepitante y decrépito
que conmemore para sí,
lo por mi
en esta vida aprehendido.

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