miércoles, 29 de julio de 2020

Pauperismo, bronceado y lumpenproletariat




Si comprendes la escala
pocos misterios,
algunos criterios
te aguardan:
como vivir fuera del lenguaje,
macerarte en tu propia vergüenza,
olisquear furtivo, el retablo de la iglesia.
Me busco entre sinécdoques,
de arena y cemento
cuando una avispa asiática
anida en mi biblioteca.
También, no olvido
que la boca me hiede a
un rosario de muelas podridas.
Todo es caminar,
hacia cualquier lado,
joder!
mientras obedezcan,
alguien,
los parcos,
las piernas.
Y mientras,
mientras,
mientras,
eso,
hablar de herencias,
con manos grasas, llenas
de hebras de tabaco
bajo el sol de Nantes.
Mi vecino de asiento me confía:
-Me han arrebatado ya varios órganos.-
Eso fue mucho después,
opino, de que esta parra que con su sombra velada
guarda lo propio y lo privado
que nos acontece, en la parte frontal de nuestra casa,
me albureara tanta nausea como la falta de incipiente estrabismo.
Pero no olvido que siempre
hay sátiros en la cola
para revertir maldiciones.
Las mismas que son derivadas
de durante milenios
cazar dóciles ánimas,
como conejos de carne insípida;
almas como la tuya
baratas, mansas
y cebadas.
Para un día despellejarlas
como han hecho
nuestros antepasados.

Sin duda.
Conviene comprender la escala.

Negligé





Los extremos son
muestra de haber alcanzado
la pobreza material o de espíritu.


La artesa
se convierte en tortura si
se ceba con miel y leche,
como practicar sin dicha
el "Kiehalen"
o el "Brit Kir Dadáizgh",
al pasar sin aire ya en los pulmones
bajo la hiriente
quilla.


Regurgita desde su interior
un sentir caduco,
el olor cenagoso a algas que
premeditadamente se secan
cuando las urracas descansan
con parmismonia curiosa
en el césped trasero del parking.


Allí puede uno encontrar con suerte
una amable cara cuadricular,
tímida y seductora.
Parece rezar que casi nada hay ya
más al sur de las Islas Diego Ramírez.


Lilas que surgen
del óxido y el cemento quizá,
mientras jugamos a la petanca
sobre las vías del tren
en Redon.


A los otros
fortuitos pasajeros aún,
los veo en la distancia,
corriendo desnudos por el bosque
con los ojos vendados
esquivando a ciegas
la muerte.


Defendiendo,
sin duda,
el avanzar y adentrarse
en la densidad oscura de la noche
que paso tras paso nos acoje.
No son ya,
vigilantes los tejados de pizarra,
pseudo turistas
de semblante hierático.


Es cierto:
al cerrar mi navaja
la función habrá cesado.


Y allá donde yo fenezca
al abrigo silencioso y frío
del viento norte del archipiélago,
brotará un pinar umbrío,
seco
y caduco.
Crepitante y decrépito
que conmemore para sí,
lo por mi
en esta vida aprehendido.