miércoles, 28 de enero de 2015

Todavía no he conocido ningún nobel que se depilara las piernas.

-El sujeto romántico echa su vista atrás en el tiempo porque añora. Se empapa de nostalgia de forma casi irremediable y proyecta en un ideal futuro próximo, la plausible falta de aquello que genera su malestar. Mira atrás porque necesita idealizar por completo ese "mirar hacia delante". Se trata sin duda, de una postura radicalmente contraria u opuesta hacia lo establecido, un grito de desacuerdo rebelde propio del siglo XVIII contra el Universo, contra la cosmogonía establecida. Contra la imposibilidad de sublimar y romper sus leyes físicas. Contra los derroteros de las convenciones sociales teñidas de conformismo que optan por repudiar el encanto inmanente de todo lo paradójico que rodea al ser humano. Contra cierta razón que da de lado con los contrastes opuestos y la belleza irracional que estos emanan.
El existencialista también mira atrás pero con una capacidad analítica-materialista insondable, o al menos bajo una influencia capital de esta, propia de principios del siglo XX. Dicha capacidad se ve hastiada por un pesimismo negativo que configura por completo y por medio de entidades de sentido, el estatus del presente. Es tan auto-crítico el ojo del existencialista, que sus conclusiones se ven taimadas por un halo del todo paradójico en ciertos casos. Este no ansía mirar hacia adelante en el tiempo, siempre invitado por el estado sobornable y carente de sentido del presente. El ser humano no es más que una esencia que se pregunta a sí misma por qué ha sido arrojada a la existencia. Y esta pregunta es la única a la que no haya respuesta coherente actualizable. 
En cambio, un puente entre ambas proyecciones puede ser hallado en Kierkegaard. Kierkegaard postula las consecuencias a sus espaldas, las comprende como precursoras de su caída libre de la existencia, de su caótica contemplación ante el vacío. Su ejercicio pervierte una estrategia de inversión y persigue la anástrofe personificada en esa vil araña que se descuelga incautamente por su sedosa tela. Kant, Kant y solo Kant de nuevo ha de ser tenido en cuenta por enésima vez.
Aún me encuentro a una considerable distancia de las controvertidas lecturas existencialistas de los noventa, a manos de aquella febril enganchada Lilly Taylor en "The Adicction". Recuerdo aquella película. Su director Abel Ferrara se siente inhabilitada para huir de esa ebullitiva cultura neoyorkina en lento proceso de descomposición. La decadencia anunciada de una esquizofrenia capitalista y alienante, si entiendo bien a Deleuze, incapaz de confluir heteronómicas maquinarias de deseo. Ferrara parece ser consciente de las contradicciones que son inherentes al ser humano, de los valores y su generación histórica. Del papel de la religión, de la incógnita del ser humano, del "caballo"... Nada nos hace intuir que debamos de posar nuestra confianza sobre otro ser humano, al menos si lo consideramos como un ente con el cual compartimos diversas similitudes infames. "El infierno son los otros" nos inculcaría el Sartre dominado por el estrabismo. "Teniente Corrupto" da fe de ello y gran parte de los personajes de "Carlito´s Way" nos invitan a pensar idénticamente, si nos embutimos en la piel del propio Al Pacino. Miserias y más desidias... 
A pesar de la reinante exasperación, bien subyugada o supralatente, nada original parece conformarse a los ojos del Universo. Desconozco por completo la identidad de aquellos que se entretienen maquinando los nocivos pasajes venideros de nuestra existencia. En parte envidio con sorna aquella sensación que se predisponen a experimentar, el anhelo ontológico más desafiante, el repudiado tabú tanto en el Olimpo clásico como en el Paraíso redentor cristiano, de desear para sí el propio estatus de los dioses. 
Suelo mitigar estos arrebatos de megalomanía contraproducente dando rienda suelta a mi propia creación. 
Mi universo de moho, que en poco se diferencia al nuestro propio si adoptamos las máximas cuánticas. Juego, como no, a ser Dios. 

¿Llegados a este punto donde me hallo yo? ¿Que puedo esperar de mis pensamientos? Ataviado con este hábito oscuro, oscilo entre el entendimiento y la demencia. Entre la desnudez íntegra, completa, pura del alma y los desvaríos pantanosos de las anfetaminas.
¿Que te parece?-

-Me parece que necesitas otra raya-

-Gracias, tío-

(Collage literario de 2010-2011)

sábado, 24 de enero de 2015

Cosas que sé y no sé

No sé lo que cuesta una ducha caliente
de 40 minutos en Bristol Bay (Alaska),
pero sé perfectamente que yo
a veces no la necesito.

No sé quién me espía
al otro lado de las cortinas
cuando me masturbo...
siempre pensé que era yo mismo.

En cambio... No sé quién soy,
ni si quiera,
si quiero llegar a saberlo.

No se si puedo dejar de pensar,
en ti, cada noche, con la espalda fría,
el vino tibio y desnuda.
Pero sé que mis últimas palabras
serán un tímido:
por fin.

Sé lo que es no necesitarme,
estar muy presente
y en cambio,
estar obligado a soportarme.

No sé hacer equilibrios con los sentimientos,
ni dibujos de 2.do de primaria,
volatines con algunos recuerdos...
que corro el riesgo de olvidar.
Pero sé muy bien lo que grito,
quién está enfrente y
en cuantos países he bebido.

Sé perderme a posta.
Sé hacerme el loco tres días a la semana.
Ver mis tatuajes dibujados en el espejo,
(bajo el vaho no quedan besos)
y lo viejo que parezco.

Sé hablar con la mirada.
Tirar tus llaves por la ventana.
Aguantar todas las ganas hasta después de cenar.
Atravesar una tormenta y dejarme mojar.

Sé cómo tocarte.

No sé qué significa la palabra "verdad",
el porqué de toda la distancia en cada cosa que hago...
digo...
miento...
siento...
me prometo...

No sé esperar,
si eres tú, solo una última vez,
bostezar boca abajo,
o terminar el día.

No sé,
a veces,
cuando me preguntan,
por las respuestas,
cosas complicadas y vitales
para el hombre
que no tienen importancia.

No sé donde está el sentido de "todo"
pero sé muy bien qué es mear sangre.

martes, 13 de enero de 2015

Nunca estoy a solas. Acaso con el Diablo.

-¿Odias a alguien?-

-Al principio aborrecía al  resto de seres humanos. A la mayoría de ellos. A los que eran incapaces de adquirir consciencia de toda la demencia impresa en sus "razonables" vidas. En sus satisfechas rutinas. En sus pequeños logros diarios, materiales, superficiales; ya fueran sociales o de carácter ético. Sabes a lo que me refiero. A existencias, lapsos finitos de vida... de aspecto aséptico. Vidas tan "perfectas" y limpias. Tan correctas y dirigidas dentro de unas directrices que conforman la mayor de las realidades "irreales". Un sueño diseñado por otros, inauténtico, dentro del letargo de la vida.
Después llegué incluso a envidiarlos. Por su ignorancia, su normalidad sin altibajos y su estabilidad emocional ajena a la angustia, con toda la desinencia que esa palabra puede llegar a desencadenar en un espíritu despierto. Los envidiaba, necesitaba redirigir mi venganza, reestructurarla, darle otra perspectiva, solucionarla; entender el problema y reinterpretar su porqué. En el fondo no me percataba de que lo que realmente deseaba del prójimo, era su su capacidad para creerse dotado de una potencialidad para la felicidad. Una felicidad que se mantenía al margen en todo momento de las preguntas esenciales, obviando lo único realmente importante para el ser humano. ¡Estaban despreocupados por si tendrían o no tendrían respuesta dichas preguntas! La ignorancia como paradigma de la felicidad. Así era. Un auténtico sofisma. Una falacia labrada durante milenios; que estamos aquí para ser felices. Resulta irrisorio. Eso es completamente falso. Ahora lo sé.
Hoy en día tan solo me dan lástima, pues al igual que yo mismo, sé que no conocen las respuestas, pero me apena y me compadezco por ellos al pensar que esto se debe a que ni siquiera llegarán a hacerse dichas preguntas. Y por ende, tampoco se platearán si sus preguntas son las adecuadas o están mal planteadas. Y eso me parece realmente imperdonable para aquel que se tenga por ser humano a si mismo. Los convierte en unos auténticos imbéciles con los cuales, cada día que pasa, tan solo parezco compartir una característica: todos moriremos algún día.-

-¿Es por lo que ahora te dedicas a matar? ¿ A cambio de dinero?-

-No. Lo hago porque creo que subsiste un principio estético en el acto de asesinar. Requiere aptitudes, un estudio, una técnica, una praxis o un método, un momentum de anclaje en la ejecución con el aspecto del sublime más displacentero... A mi modo de ver, existe algo artístico en todo eso.-

-Entonces... ¿Tomarás este encargo?-

-Siento disentir. El arte solo es auténtico cuando no tiene más fin que él mismo.-

Entonces me giré nervioso, casi desesperado, hacia el otro, y le dije:

-¿Y tú? ¿Lo harías?-

-A mi no me mires. Este no es un trabajo para mi... Quiero decir... Yo solo soy bueno en eso... Ya sabes...-

-¿En qué?-

-Pues... En agarrarme pedos y en tirármelos. Yo al menos sé quién soy.-

martes, 6 de enero de 2015

De cómo hablar solo de mujeres, sin hablar de mujeres.

No era sencillo poder hablar con el señor Czech. Más allá de ser un hombre huraño, solitario y malhumorado por norma general; algunas de las pocas veces que me era posible conversar con él, la banalidad y lo "naive" corrían por su boca como un hilo de sangre desatado que partía de sus fauces lentamente. A pasos forzados, pero con calma, como diría Augusto en boca de Suetonio; queriendo adelantar la catástrofe inicialmente camuflada de una triste sinfonía de Mahler. Aquello simulaba una extraña aparición simbólica, como si una tímida úlcera comenzase a sajarse en el interior de su alma con el inicio apresurado de la propia conversación, y se viera incapacitado para culparme a mi, o a cualquiera de los demás presentes de aquel dolor interno. Intentaba nervioso desviar entonces la atención hacia cuestiones módicas. Comenzaba a sudorar y acababa por desaparecer en modesto silencio de nuestra presencia aprovechando cualquier despiste o distracción que tuviéramos los parroquianos en el "kneipe" o café de turno. La puerta del café se cerraba a sus espaldas y las calles hacían el resto con su tosca silueta. Una silueta que no era tal vez algo más que la sombra de un diablo menor, mal dibujado en la esquina del ornamento, desganado y aparentemente cansado; subordinado al frío imperante del invierno. Persuadido por algo de alcohol en las venas y empapado por la luz ámbar y decadente de los faroles que se derramaba densa cada noche sobre su capa.

Pensábamos que la razón de su malestar se ceñía tal vez, a que nada estaba a la altura de aquello que sus intenciones, expectativas y anhelos más profundos requerían. La muchedumbre, y sus mundanos actos, debían de acabar con el funesto y a la vez ideal sueño significante de la libertad del señor Czech. Él era, una de las figuras más inaccesibles de entre todos nosotros, de cuya compañía escasas veces se nos permitía gozar, pero de cuya presencia siempre nos parecía huir habiendo aprendido grandes y valiosas reflexiones.

Nadie era demasiado bueno, y nadie era lo suficientemente malo. Esto parecía destronar todas las aspiraciones que Czech había depositado a priori en la potencialidad del ser humano, sobre todos aquellos que lo rodeaban. Impotencia. Un nietzscheano puente en perpetua construcción hacia la nada más incontestable. Un juego espeso y redundante contra todos y si mismo, pues él también era parte del conjunto de la humanidad, del que era muy complicado salir victorioso... Una y otra vez. O al menos esto último fue lo único que conseguí sacar en claro de nuestra postrera conversación mantenida a finales del Diciembre pasado.

Lo cierto es que era muy tarde y quedaban ya pocos clientes en el antiguo café Thalia de la Sauerkaterstrasse. Los cristales empañados, hacían casi imperceptible lo que en la calle acaecía: tal vez una sangrienta guerra a la vuelta de la esquina, el cisma del odio entre las antiguas naciones en busca de una absurda escapada hacia el vacío, el hallazgo de la enésima galaxia del firmamento a la que nunca optaríamos poder visitar. Mientras tanto, en los calcetines de la humanidad, donde el olor aún sigue siendo nauseabúndamente humano y la enfermedad, cabalmente imperecedera; nada majestuoso podría extraer nuestra atención más allá de los cristales de la calle. Estábamos pues, más que inmersos en nuestras bebidas, el amor verdadero que nunca llegaba y el cálido ambiente reinante. Rezábamos inconscientemente porque el patrón alargase la hora de cierre del café y no nos condenase a regresar a casa prematuramente sobrios obligados a vérnoslas con todo el invierno reinante de nuestras amadas ratoneras exentas de calefacción. Si es que en algo coincidíamos con George Steiner aquella noche, es que Europa, con toda su metafísica antediluviana y su técnica moderna, su sublime arte "Entanterte" y sus letras canónicas, sus barbaries y ulteriores "paxes", su Roma, Judea y Atenas, sus putas vernáculas y su opio expoliado de las colonias; mucho debía a los cafés y a la actividad intelectual allí gestada. Una idea, una atalaya, un sucio continente pertrechado por un ejército de asquerosos borrachos desocupados, siempre a la vanguardia en el uso de una razón indigerible e impoluta.

Por designio de la causalidad o del propio Paracelso, la puerta se abrió con sigilo y la volatil sombra del señor Czech pareció unirse a las filas de la mermada tripulación. Tomó asiento cerca de la estantería de los libros antiguos de de medicina, un rincón suficientemente alumbrado para sumirse en la lectura, dar a luz a alguna idea molesta sobre el papel o por el contrario caer en ebrio sopor sin correr el riesgo de ser importunado. En el momento en el que discerní que había encargado algo de bebida, decidí desterrar mi cigarrillo y apresurarme en pos de su compañía. Pregunté primero si podía sentarme en su mesa, y al reconocer que se trataba de mi y consciente tal vez de mi incapacidad para lastimar por completo su tranquilidad, accedió. Parecía divagar entre un mar abatido de papeles y notas tras las que se ofuscaba por establecer un orden definido, sin poder por el momento, escenificar que parte pertenecería al prefacio, cual a la "peroratio" ciceroniana y cual de sus manuscritos correspondería al corpus del ensayo:

-¿Qué lo atormenta en este preciso instante Czech?- le indagué hundiendo súbitamente después mis labios en un largo trago.

-¿Y qué no lo consigue, amigo? ¿Acaso existe algo que no esté capacitado para turbar la cordura de cualquier hombre despierto? En ocasiones planteamos la pregunta desde el espectro opuesto del espejo, desde su interior; y el camino hasta la dama se torna así más arduo. En este fatídico caso el camino inmediato hacia el conocimiento, se demorará un poco más preguntando por el "ser", que por el "no ser". ¿Podrás recordar esto último?-

Asentí en silencio.

-Me alegra, -dijo- dudo mucho que yo lo consiga rememorar en el futuro. Bebo demasiado y duermo a duras penas. Me serás muy útil si consigues hacérmelo recapitular en un siguiente encuentro. Y yo un auténtico genio, si me inclino por creerte y por ende, creerme.-

-Mire a su alrededor. Todo invita a pensar que se ha ausentado usted de la ciudad durante un tiempo. Nada ha cambiado, en favor de Di Lampedusa, con su pasajero destierro. Cuénteme. ¿En donde se ha perdido sin llegar a encontrarse esta vez?-

-Para serte insultantemente sincero, te admitiré que hacía cinco meses que no pisaba el Este, de donde acabo de llegar. Pero para entonces, cuando marché ya acarreaba ciertos desengaños extras a mis espaldas y las imposibilidades tópicas de dos o tres amantes efímeras a las que me había sido imposible ofrecer nada propio. O tal vez, si me permites, a quienes me había sido imposible demostrar que al fin me había reconvertido en un ser rehabilitado y emocionalmente estable. Digno de mi mismo. Sin ir más lejos, y deseando explicitarme... Pocas personas muestran un interés exacerbado por el magnetismo animal, la posibilidad de un reverso idealista en la existencia telúrica de las almas fantasmagóricas. Y al parecer, ninguna de mis queridas pareció ser descendiente directa del mismísimo Arthur Schopenhauer.- 

Sonrió.

-Supongo que es duro ver como uno se va ahogando en el cieno paulatinamente sin encontrar la ciencia exacta, el apoyo ajeno para salir del atolladero, o aún mejor... aprender a respirar bajo el lodo.- 

-Estás en lo cierto. Es dura la soledad. Pero es libre también. En mi viaje, no tenía aparentemente una razón de peso para justificar nuevamente mi regreso al Este; tan solo la certeza de un bolsillo repleto de incandescente dinero dispuesto a ser dilapidado entre los pocos amigos que me quedaban ya al otro lado de esta porcina y vieja Europa.-

-¿De que escapa esta vez, señor Czech? Si es que puede saberse.-

-Supongo que tan solo se ha tratado de otra de mis huidas características, nadie extraña al diablo cuando hay falta de desgracia, ¿no es cierto? Una escapada de otras, conscientes o no, premeditadas o no; deserciones de uno mismo, sí, en busca de aquellos que una vez fueron mis amigos leales.-

-Pero en cambio se ve de nuevo sentado aquí, habiendo regresado, y sin aparentes respuestas que lo hayan convencido. ¿No es cierto?-

-Tu acierto empieza a asombrarme. Sí, así es. Algo parecía decirme que aquella iba a ser la última vez que nos veríamos. La última vez en la que reiría con ellos y bendeciría el día en que los conocí, allá por donde el sol osa nacer cada día. Digamos que... Una fuerza emanada del interior se manifestaba durante el viaje persuadiéndome de que pronto algo o alguien, cambiaría de un plumazo toda la lluvia de mi interior, por esta nieve fría y escasamente húmeda de la capital. Es sin duda, la irrupción del invierno y todos sus símbolos. Esta nieve amigo, que al menos y como apreciación preliminar, no promete ni un ápice de más que aquello que es capaz de ofrecer. Honrada facultad esta, ¿no crees?- hizo seguido una pausa para seguir bebiendo y continuó- Cuando nada parece tener sentido y nos es complicado asir explicaciones a los hechos incontestables que se nos presentan frente a los ojos, algunos desdichados sesudos nos resistimos con fervor a engullir el sinsentido aparente de la existencia. Nos refugiamos en analogías dispares, tu bien lo sabes, intentando despejar la esencia de algún componente sencillo si lo hay del que poder extraer una explicación convincente. Una explicación saciante, aunque sea a medias, para la conciencia de uno mismo. Y eso nos mantiene a salvo una jornada más de la siempre presente locura.-

-Es decir... Cambiar la lluvia por nieve.-

-Así es. De cómo uno ha de enfriar el interior como si eso sin duda ayudase en algo a uno. Tal vez, para esquivar la demencia. Tal vez no, para labrarla y perfeccionarla.-

-Pero... en ambos casos, uno está avocado o al menos bajo la amenaza de fracasar, de rendirse, de caer en brazos de la molicie y cesar al fin en la ascensión de las más ansiadas cotas. ¿No es así, Herr Czech?-

-Creo repetirme, pero la necesidad del fracaso se torna de nuevo vital. Eso es innegable. Pero intentar evitar la experiencia del fracaso volviendo al origen sin olvidar las coincidencias, la magia del misterio de la que continuamente, idealistas nosotros, echamos mano... eso es tan solo transitorio. Nos maniatamos si no, nos condenamos a algo... a la superstición estúpida, a los amuletos inservibles y baldíos. A lo buscado y no encontrado, pero en cambio a lo nunca buscado y encontrado. Otro sinsentido que se escapa de entre nuestras manos como arena seca en mitad de una correosa y severa ventisca.-

-¿Es absurdo entonces regocijarnos en la intuición plausible del destino?-

-Tan solo te diré de los sublimes caprichos del destino, que estos nada entienden de regularidad cósmica, de estabilidad gravitacional, de "ceteris paribus"... No me importaría acostarme con la Fortuna y maldecirme el resto de mi mortal tiempo por haber sido incapaz de haber interpretado mi singular papel en esta obra de arte que es la vida, por esa sola y concisa vez.-

-No adivino entonces como es posible que "lo esperado" acabe en algunos casos por congeniar con la magnificencia de "lo no esperado". ¿Cómo invertir la expresión sentirse realizado cuando la Fortuna nos concede lo tan arduamente buscado, mientras despreciamos lo que nos llega sin haberlo esperado y no hemos en un principio anhelado con ahínco?-

Entonces sonrió con embelesada gana.

-Compañero, como bien asienten los vedas y tú mismo serás consciente, el deseo es un compañero sanguinario y desollador a lo largo de nuestro viaje. Más que otro, peligroso, pernicioso, cuya contestación se presenta excesivamente complicada para los más débiles. ¿Cómo romper el bucle del deseo? Estamos diseñados para desear. ¿Cómo despreciar el idéntico retorno de lo mismo en cada nuevo ciclo vital?-

-Resulta todo un dilema. Lo reconozco.-

-Reconocerlo es tan solo una tercera parte del trabajo. La segunda es entenderlo. Y la tercera... solucionarlo. Si es que realmente tiene solución. Y tan solo una cosa, la cual llega a ser la más importante de todas para algunos tiene solución.-

-¿Cual es esa Czech?- pregunté intrigado.

-La vida.-

-¿Por lo tanto, es la muerte nuestra solución?-

-No estoy muy seguro hijo. Somos seres humanos, entes racionales nos dicen, que construyen sus categorías epistemológicas en relación a la similitud entre, conceptos, sucesos, sustancias u objetos. Pero que al mismo tiempo operan en consonancia a la disimilitud o la diferencia. O incluso, yendo más allá... ¿Es el camino del ser el empleado en la senda de cierta parte de casos particulares o concretos, y la vereda del no ser para el resto?-

Se hizo un silencio agradable entre ambos que nos dio tiempo para beber más aún. 
Tan solo después continuó con sus palabras Czech. 

-Muerte como solución a la vida, dando por bueno, que la vida, tal y como es ahora, supone para mi un problema...-suspiró- La idea de que ninguna genialidad sea capaz de surgir de entre toda la insoportable mediocridad reinante, te conduce a la idea del suicidio. A la idea de "no ser" tras haber sido. A esa imagen sin imagen de ti mismo. Que sobrevuela tu mente varias veces al día. A una ruptura soez, casi grosera para la propia inteligencia. Surgida de la eterna lucha desequilibrada de la ilusión propia enfrentada con el ínfimo valor de la realidad que te circunda. 
Dicen que cuando uno va a morir, lo último que siente es el frío apoderándose de su cuerpo. Un frío que debilita. Un frío inmovilizador que imposibilita incluso el acto de sacudirse y entrar de nuevo momentáneamente en calor. El problema, y aquí si que seré tajante, el problema acaece cuando dicha sensación se viene acomodando en el interior de uno durante los últimos tres años.-

Habiendo liberado su Ave Fénix, Czech comenzó a sentir que su sinceridad tal vez había llegado a cotas que no esperaba coronar en un principio, ni siquiera confiar temiendo que otra persona empezase a diseccionar las intenciones más ocultas que el interior de su mente albergaba en lo más profundo de su ser. Alegó después estar borracho. Juró estar cansado. Tomó la la calzada de lo banal de nuevo, intentando proteger su privacidad intelectual, sus ideas y apreciaciones auténticas retomando con bisoño verbo la sátira clueca a la que nos tenía acostumbrados cuando el loco, de veras, se hacía el loco. Tan solo para protegerse de los cuerdos. Pero habiéndoles enseñado más verdad en una charla que en ninguno de sus más lúcidos e insospechados sueños reveladores.



Pintura del genuino simbolista Max Klinger, perteneciente a la magnífica colección permanente del "Museum der bildenden Künste" de Leipzig.

sábado, 3 de enero de 2015

No me di cuenta de lo solo que estaba, hasta que te conocí.

Las horas habían pasado con grave brevedad, dotando a toda la noche de una destilada sensación de vacío. Vacío en el tiempo, oquedad nihilista la de los hechos, casi irrelevantes; despilfarro paupérrimo de una vida que ya casi no le pertenecía. Ni siquiera el contexto parecía invitar a un poco de genialidad extra. Tan solo permanecía imbatible, contra toda lógica pragmática y conformista, la obsesión no perenne del adicto. De su ética inescindida, por desvivirse al intentar exprimir siempre la genialidad de las situaciones completamente caducas y estériles. De su obtusa convicción humanista por hallar excelsitud entre la basura; más allá de los dominios malogrados de la más insoportable mediocre ignorancia. Cuando uno mismo se ha erigido en su más fiel enemigo, una retirada a tiempo supone una victoria, y viceversa, obviamente. Esta es una de las pocas virtudes de aquellos que luchan contra todo, especialmente y con voluntad exacerbada, contra uno mismo: la dualidad de luchar en plena misantropía en ambos bandos enfrentados del mismo conjunto al mismo tiempo, reporta pequeñas victorias que nunca conducen a nada verdaderamente proteico. Seamos honrados.
Asumió su último adiós evidenciando la necesidad por retirarse entonces a meditar. Por aglutinar y diseccionar todos los hechos ocurridos, experimentados, percibidos aprehendidos; e intentar posteriormente entenderlos, ponerlos bajo el látigo promiscuo de la incólume e impoluta razón. Bajo el látigo también, de la comprensión de uno mismo, en todas y cada una de sus posibles proyecciones, en cada una de las situaciones, en todas las aprehensiones plausibles de la realidad.
Pensaba y pensaba, de vuelta a casa, construyendo su propia ruina, estableciendo el motivo necesario para poder justificar más tarde su perdición. Tan solo miró al suelo y vio la suciedad latente en sus zapatillas. Colmadas de mierda, toda aquella mierda simbólica o no, que la noche había arrastrado y se preguntó con sorna, si él mismo llegaría a exhibir algún día una imagen similar. Se sentiría, juró, en cierta manera, triste pero también realizado. Todo, excepto la desidia, perece con el frío.