miércoles, 20 de mayo de 2015

Alma, técnica y mundo.

Llevas despierto algo menos de 72 horas y nada parece mejorar. La cuenta está siendo larga pero tu garganta se acorta con cada repetido pensamiento. Con cada paso atrás.
Sabes perfectamente que bajo el espesor de antiguas luchas internas olvidadas nada parece volver a brillar con el mismo vigor. Es inconformismo, el no haber tenido la oportunidad de escoger el color del cielo. Pues, por un lado están las cosas importantes y de las que nada deberías predicar. Esas que tristemente circundan a aquellas sobre las que sí que se puede hablar. He aquí un ápice más de tragedia, por si las dosis inoculadas, se habían proclamado a si mismas como insuficientes. En estos casos, nada como entender la vigilia para llegar a dejarse guiar por los presagios necios contenidos en un sueño. Alejandro III cimentó sobre señales de harina de grano, lo que a su parecer debía de llegar a ser una opulenta ciudad que llevaría su nombre para parte de la posteridad. Lo que el argéada desconocía es que la tiña nunca desaparece por completo. Su letargo itinerante no es si no una sediciosa tregua ante la que los hombres no pueden presentar batalla debido a su propia finitud. Puede que una plausible victoria en esta guerra se haya de identificar tan solo en la actualización de la propia finitud. ¿Que quedará cuando yo ya no esté aquí? ¿Está la existencia ontológica estrechamente ligada a mi finitud y conocimiento, o por el contrario cabe afirmar la trascendencia de la existencia al margen de mi experiencia vital y finitud física? La respuesta de Zhàozhōu Cōngshěn parece ser la más pertinente: "wú". Es una desidia que ésta llegase mil años tarde para el sanguinario hijo de Filipo.
Llevas despierto algo menos de 72 horas y crees comprender que la situación más virtuosa, equilibrada y sosegada posible, es la de ser un completo desconocido para todo el mundo a la vez de ser incapaz de conocer a nadie.