lunes, 29 de octubre de 2012

Puede que aplauda. Creo que no. Ya no.

Me senté en una sombra, cerca del teléfono de la cocina. Sabía que nadie llamaría, pero me sentía medianamente cómodo en aquella parte de la casa. A través de las ventanas podía ver las calles, las casas contiguas a las mía; podía ver los coches y el propio final de Agosto. Un universo débil y maleable, lleno de millones de cosas que yo desconocía a pesar de su odiosa cercanía. Poco me importaba ya. Degusté un dulce con más canela que azúcar, y estuve bebiendo agua mientras permanecía sumido en mis pobres pensamientos. Ya nada era como antaño, lo podía respirar en el aire. Alguien había cavado nuestras tumbas y esperaba al momento preciso para llenarlas con nuestros cuerpos inertes de una maldita vez. Incomprensiblemente, tampoco nada me angustiaba ya. Pálido hasta rabiar y consumido por la enfermedad, mi ánimo se desataba de forma cometida, siempre controlada,  al recibir alguna que otra postal del extranjero. Tan solo alguna misiva de otro lugar, que nunca podría llegar a visitar. Incluso en ello reside la paradoja. Vivía entonces en una ciudad donde la lluvia no cesaba de caer y nadie parecía disgustarse por ello. Era una ciudad extraña y siniestra para el forastero hasta que este, según me dijeron, cede a ser al fin oriundo. Aquella idea me turbaba en exceso e intentaba casi siempre alejarme de cualquier sentimiento cercano al apego por ella,  por lo que no tardé mucho tiempo en sentenciarla. Era una ciudad donde ser cojo estaba bien visto, nadie se atrevía a despreciar a los tuertos y todo el mundo portaba en el interior consigo, una refinada amargura poética. Una aciaga, pero calurosa tarde me demoré en mi retorno a casa al sentirme pleno de capacidades y bajo el engaño del licor; así la noche me descubrió a la fuga de su propia oscuridad. El calor matutino invita a pasear, disfrutar del la tibia atmósfera de la calle, pero resulta nocivo para las entendederas e incluso puede resentir a la larga transmutándose en imperecedera cefalea.  Escasas manzanas antes de arribar al bloque de mi apartamento, tropecé con una botella vacía que desfiló sin parar tintineando hasta terminar por romperse. Yo mismo caí asombrado por lo lúgubre de la noche y el estrépito espontáneo que me acababa de asaltar casi por azar. Me detuve por un instante a tomar aliento con intención de reponerme del sobresalto cuando entre las sombras detecté un un sonido apocado y tosco que se entrecortaba de seguido irregularmente. Recogí mi bastón del suelo y me dirigí hacia el origen de aquel liviano ruido misterioso. Alguien o algo relativamente pequeño residía a oscuras arrodillado de cuclillas en el suelo dando a luz a aquel sonido fluctuante, y parecía estar completamente absorbido por su tarea pues no se había alarmado en absoluto por mi presencia. Presa de la curiosidad y temeroso de que un amistoso saludo carente de rostro acaba por ahuyentarlo, eché mano de mi encendedor antes de emitir palabra alguna. El sonido empezó a cobrar tintes viscosos cuando la lumbre surgió y alumbró la silueta de un pequeño niño de unos siete años cuya mirada felina se agudizó por la entrada de luz y terminó por clavarse en la mía. Lamía sus manos empapadas que vacilaban cerca del suelo y vestía con ropa purulenta, excesivamente desgastada y sucia. Al verme acercarse hasta su posición, saltó con la agilidad de un gato y desapareció entre dos barriles oscuros y mal forjados con frenético pavor para dar después a una calleja trasera en la que todo se fundía de nuevo en un perfecto, eterno negro denso y espeso. Descolocado por aquel suceso, continúe abalanzándome sobre la presa que aquel rapaz había abandonado al verse amenazado por mi presencia entre los dos barriles huecos. No encontré nada más llamativo allí que un fétido y constante vomito que seguramente había sido producto del mareante paseo de algún que otro borracho. Quedé paralizado al intentar insertar sentido a todos y cada uno de los componentes. Mis sospechas en torno a la neurosis de la ciudad no parecían del todo infundadas. Los recuerdos volaron lejos al sonar la hora esperada en el reloj de la cocina. Cerré para siempre la puerta a mis espaldas y descendí las escaleras con lentitud. El autobús no tardó en llegar a la parada, lo hizo antes de acabar derretida por el incesante sol. Siempre viajaba transporte público, ya que conducir ebrio solo podía llevarme a tres lugares: a la cárcel, a la tumba o a la codiciada pero indecorosa legión de los temerarios. Yo, por desgracia, ya había militado en las tres. Sería un viaje lento e interminable, por lo que me posicioné cerca del chófer en busca de algo de conversación trivial, entretenida o insustancial. El conductor no parecía dispuesto a entablar discurso conmigo, embutido en una camisa azul cielo excesivamente chaparra cuyos botones luchaban, sin duda, por escapar de tal aprehensión. Tan solo me dijo su nombre y que este no era su trabajo por norma general, tan solo ejercía una sustitución para favorecer la baja laboral de un buen amigo. Sus manos eran tan grandes y recias como forjadas durante jornadas infaustas bajo el sudor de una plomiza fundición, que los cigarrillos desparecían entre sus dedos al fumar. Ese debía de ser su truco favorito de prestidigitación barata para las noches de cazalla. Fue difícil olvidarme de él y su mórbida corpulencia, pero pronto la imagen de Eva volvió a mi mente junto con el entremezclado paisaje y no pude obviar la última vez que habíamos estado juntos. Había estado realmente sulfurada conmigo, y no sin toda la razón; a punto de estallar y contaminar con su nocivo veneno aquella sala de espera al Infierno. De nada hubiese servido que pidiera una canción de los Jam dedicada por la radio. Hay cosas que no tienen remedio, y es mejor no emprender el intento por subsanarlas. Me despisté y al despertar ya estaba de nuevo en mi agujero natal, el conductor había desaparecido y sentí como el frío húmedo golpeaba mi cara y descascarillaba por completo mis constreñidos huesos. La lluvia que me había acompañado durante lustros, o al menos así me lo parecía, había quedado atrás. Pero nada más había cambiado a mi regreso en aquella cueva donde crecí, excepto el número circunstancial de seropositivos apilados sin cuidado en las esquinas y los parados que recorrían las calles en busca de amo desde el amanecer hasta ponerse el sol. Vagaban acompañados de una carpetilla de plástico tan verde como barato, en la que portaban un escuálido e irrisorio currículo. Nadie quería sobrevivir tan poco como yo, y seguramente este desafío personal lanzado al destino era lo que me mantenía vivo. De nada servía no ser un completo ignorante, salvo para caer en la desesperación de la verdad que nos circundaba a todos nosotros; entes, peste de las pestes. Demonios, vagos, alcohólicos y perdedores. Bellas almas venidas a menos debido a los improperios y la fealdad de un entorno caníbal, excesivamente competitivo y fútil. Para cuando todas estas ideas me refrenaron las ganas de ascender a los cielos, de ser eterno sin descansar en la memoria; ya me encontraba completamente drogado. La maleta había sido desecha. Deseé que alguien me echará una mano altruista al cuello intentando asfixiarme, o que prendiera fuego a toda mi ropa. A mi no parecían quedarme fuerzas. En la calle, me sentí apenas deconstruido a la francesa. Salivaba con exceso y eso no es agradable para nadie. Más que un caminante desinteresado, me sentí como un puzzle desordenado de la catedral de San Basilio en Moscú a 1000 piezas. Aquello no podía durar eternamente. Intenté convencerme de ello. Pero de pronto volvió Eva y mi mente era incapaz de dilucidar destellos veraniegos junto con su recuerdo. Una vez le pedí que me llevara consigo. Allí a cualquier taberna caduca y silenciosa de la costa. Yo vestiría un jersey marinero, me sentiría como un estúpido y mediocre Hemingway al pasarme toda la noche observando su mirada mientras nos emborrachábamos sin miedo al mañana. Devorando la apatía.Intentando crear poesía de la nada. Por aquel entonces ella pertenecía a otro hombre. Aunque lo negase, siempre sería así. Igual. Inmutable. Incluso cuando me destruía lentamente. Mientras ella dedicaba el tiempo a peinarse, maquillarse y acicalarse, yo fijaba la mirada abstraído y perpétuamente aburrido en la arena del gato. O balanceando con desidia un caballito de juguete que tenía como objeto decorativo que era aborrecible. O muriéndome muy despacio en la espera, con total amargura. ¿De que me había servido? Me golpeé la cabeza y allí estaba de nuevo mi cara, impresa en el espejo de algún club destartalado y santificada por el consumo de éxtasis. Dí una vuelta por allí esquivando mi propia suerte y evitándome en todo momento. Antes de retornar a la cuneta de la barra, me confesé al camarero: era la primera persona que conocía con una boca que al abrirse emulaba a un cartón de una docena de huevos. Inaudito. Pareció reírse. La música estaba altísima y la gente bailaba sin freno dislocando los cuellos al ritmo del delirio y sus propias e individualizadas mandíbulas mandaban. Me repugnaba. Solo después tuve que hacerme el oportuno una vez más y gritarle al oído a una desconocida jovencita de pantalones bajos para que mi voz sobresaliese por encima de toda aquella mierda allí reinante:

-Cuanto tiempo! Hacía tiempo que te vi por última vez! Qué tal con tu novio?- sus ojos permanecían cerrados.
-Muy bien! Nos casamos el próximo Febrero!-

La felicité, le dí disimuladamente un trago limpio y muy corto a mi vaso de ginebra para darle mayor importancia a la pausa. Puede ser que me arrancara con una coreografía ridícula de los 50 para reforzar lo que iba a decir a continuación.

-Creo que no vas a encontrar la armonía hasta que por fin te salgas con la tuya, me comas polla y te tragues con ansiedad mi infecto semen de una puta vez. Llevas demasiado tiempo deseándolo.-

He de decir que fue la mejor mamada que nadie me hizo nunca un Martes noche en el baño más sucio y hediondo de todo el Averno. Mentiría si dijera que no me corrí como una quinceañera y que no hice fundir su nariz con mi pubis empleando energúmena y violenta fuerza. Ella no pareció sufrir arcada ninguna, nadie que persigue y da caza al fin a sus cuentas pendientes personales lo hace. Nos despedimos con una buena raya y el último adiós lascivo, demasiado prolongado, de nuestras lenguas. Mi polla debía de tener un sabor aborrecible, pero sus papilas habían sido cauterizadas a base de benceno hirviendo con total seguridad. Llevábamos demasiado tiempo en aquello como para querer mirar más allá o imprimirle un sentido acorde, fiel, a nuestros impulsos. Nunca lo olvidaré. Nada tenía sentido ya, y a ninguno nos importaba una mierda.

jueves, 11 de octubre de 2012

Al igual que tú, requiero de un revólver.

Aunque suene redundante y oportunista: "Que me descienda por las muñecas, denso y fortuito. Que se acreciente en mi mala suerte, vomitivo y sulfurante. Que se esconda tras la noche, resguardado en mi vientre y no me engañe: por nunca, por muerte, por desgracia. Tinta sobre tinta, línea tras línea; escriba quien ose, lo engulla solo el que verdaderamente viva. ¿Pretendes escapar a su embrujo, despedazar su influencia? Dime: Sí. Necio eres. Necio. Pues con consumada tragedia te arrojaron a este valle, y esposado al peso de tu SINO acabarás por ahogarte. Haz al menos que la espera a tan penumbroso instante sea digna de ser recordada. Muévete. De tu cama, desperézate. En tu ociosidad nihilista te autoreferencias, en sí caerá tu olvido. Sublímate y ... Desengáñate, de nada vales. Es una lucha constante con el vacío. Es una guerra necesaria, abrasadora y alarmante. Es inanición, lujuria y absoluto. Es enfermedad y tú eres enfermedad. Es insignificancia. Y siempre fue mejor así."

martes, 2 de octubre de 2012

Abstracciones. Persuasiones. Cubismo. Lo que subyace es el Lenguaje.

Athan contuvo durante algunos segundos la respiración antes de accionar el pomo de la puerta. Una luz tenue y tímida se incomodaba por escapar entre las rendijas de la misma, por lo que dedujo que estaría a solas en el interior de la habitación una vez dentro. Sus piernas no parecían decididas a parar de temblar cebadas por la incertidumbre de lo que allá, a expensas de su más inmediato destino, acontecería. Lo estaban esperando. Y dicha sensación parecía dominar de tal manera todo su ser, que incluso el mero pero constante hecho de permanecer sujeto al pensamiento se tornaba sesgado, dinamitado y alimentado a la vez, por un insobornable pavor que lo paralizaba por momentos. Como inducido por cierto acto reflejo, al fin pareció ceder ante su sino y amedrentado a la par que con excesiva timidez, empujó aquella puerta que parecía crecer progresivamente en tamaño frente a sí. Las bisagras chirriaron expresando así una tétrica bienvenida, y la luz que habitaba presa en el interior de habitáculo, escapó de su aprehensión cual cuadriga de briosos corceles enrabietados. Sus pupilas tardaron en adaptarse al cambio de iluminación, empequeñeciéndose humildemente teniéndose  al instante por ajenas, a la sobriedad de la escena. No efectuó Athan paso alguno hacia el interior hasta azuzar de su psique con un empuje de valor, las tenebrosas palabras del Artesano:

-"Nadie osa dar un paso hacia el abismo sin la determinación previa de acabar caminando dos"- 

Desechando sus consejos, se internó en aquel abismo y cerró tras de sí con pausa la puerta añadiendo a aquella misma estancia otro y nuevo objeto más: la física extensión de su propio cuerpo. El ambiente de interior persistía sumamente cargado. Una mezcla de espesa humedad mohína se entrelazaba con la falta de aire fresco. Al parecer, aquella puerta había permanecido sellada durante largo tiempo, permitiendo nada más que el paso de la luz y el deterioro de los años. Un hombre enjuto, no muy alejado de estar desnutrido, se hallaba sentado cabizbajo en una silla posicionado frente a la puerta. Su cuerpo evidenciaba marcas de demencia y maltrato. La tez cetrina y enhollinada que revestía su famélico cuerpo, era pasto de abominables cicatrices viejas, mal sanadas, casi producto de barbarie. Desaliñado por la desidia, su cuerpo tan solo escapaba a la falta de pudor gracias a un sucio y marchito harapo que cubría de forma ineficiente su cintura. Sus pies antaño debían de haber estado en carne viva, y sus uñas no eran sino garras deformadas por las torturas. La piel de sus tobillos no alejó las sospechas de Athan en torno al indecoroso pasado de aquel hombre, pues debía de haberse fundido con el oxido de los grilletes en diversas ocasiones. Un fuego de leña bien amancebado, persistía avivado incomprensiblemente a su vera iluminando con mediocridad la escena que allí acontecía. Con los brazos colgando y aún ligados a sus curtidos hombros, nada parecía presagiar que aquel ente albergara algún ínfimo atisbo de vida. El ruido generado por la puerta no aparentaba haber generado estímulo ninguno en su percepción, pues permanecía impasible absorbido por la más súbita inmovilidad. Su pelo estaba perversamente enredado y era tan grasiento como largo, el cual cedía al influjo de la gravedad ocultando las facciones de su rostro mal alumbrado. A pesar de las desafortunadas expectativas de su situación, Athan avanzó con extrema cautela sobre el suelo astillado y áspero de la habitación hasta posicionarse a escasos pasos de aquel mártir. Meditó si debía o no de hablarle a un sórdido cadáver en busca de las respuestas que perseguía, o por el contrario tendría suficiente con compadecerse con tamaña analogía de la prepotencia de ciertos salvajes a los que no conocía ni deseaba conocer. Agudizó sus sentidos hasta percibir que aquel hombre aún respiraba con malograda dificultad. Tan solo después de tragar saliva, decidió pronunciar sus primeras palabras en firme voz:

-¿Está impreso en mi deber dar algún paso más, o por el contrario mi cuerpo no ha de perseguir la misma incertidumbre que inquieta mi alma?-

Aquel fiambre desaliñado pareció responder a sus preguntas incitado por una reacción cercana al horror. Su cara desfigurada apareció de entre las sombras y sus ojos claros, descoloridos por el vagar del tiempo, se engarzaron en el cuerpo de Athan. Sus ajados y resecos labios comenzaron a tiritar como ahuyentados por las palabras que acababan de extenderse entre el gastado vapor de la habitación. Las palabras aún seguían retumbando a la deriva cuando el mártir encalló sus manos sobre las rodillas, asiéndolas con firmeza e intentando incrustar sus inexistentes uñas en ellas ; exhibiendo así una ansiedad inusitada al borde de explotar. Athan no cedió ante este gesto nada halagüeño desde el principio; mantuvo su posición taciturno a la espera de capturar un nuevo ademán de humanidad por parte de su interlocutor. La leña se mostraba nerviosa en el interior del fuego. Parecía estar observando con interés aquel encuentro mientras escupía con tenacidad de vez en vez, virutas de madera que aún estaban húmedas. El solitario reo alzó uno de sus deshidratados brazos y extendiendo el dedo índice señaló a Athan con aparente menosprecio. Un azogado escalofrío recorrió con celeridad su espalda extendiéndose hasta la base de la nuca. Casi pudo masticar y saborear la amarga violencia muda de tal gesto que lo incriminaba inquisitivamente de una u otra manera. Solo entonces aquel fantasma desgarrado y débil pronunció sus primeras palabras:

-Tú. ¿Cual es tu nombre si acaso lo recuerdas o alguna vez tuviste uno?-

Athan quedó paralizado por el contenido y tono abigarrado, apenas moribundo, de aquella pregunta. Vaciló después contados segundos antes de meditar su respuesta. 

-Me llamo Athan. Pero no confío en que ni esto responda a tus preguntas-

El hombre sentado frente a él tardó en interpretar un tiempo su respuesta y formar una idea cohesionada de su significado, relajó su gesto amenazante  y sonrió torcidamente ejerciendo una mueca cómplice; casi imperceptible.

-Dicess con con humildad sabias palabras. Valiéndote tan solo de ellas nunca conseguirás escapar de tu encierro. Porque... Al igual que yo... Estás encerrado aquí. ¿Verdad?-

Athan asintió con mutismo e indecisión. Se produjo un corto silencio reflexivo que solo fue interrumpido por la voz del mártir.

-Hablas un idioma que creía haber olvidado. Un idioma culto y rico del que creía haberme desembarazado para siempre hacía tiempo. Un idioma que al no ser hablado en dicho tiempo se debería haber emparejado en mí, con la nada.-

Athan desgranó una sensación de cercanía en sus palabras y comenzó a sentirse cercano a la comodidad por primera vez en mucho tiempo.

-Es Griego, la lengua en la que me eduqué y en la que dí nombre a todas las cosas conocidas-

Los ojos del sosías empezaron a reflejar la luz del fuego como por arte de una fuerza mística y tan antigua como la propia palabra.

-Griego, sí. Casi lo había olvidado.-dijo a modo de aprobación-Pero dime Athan... ¿Acaso puede tu idioma también dar nombre a las cosas que nos son desconocidas?-

Athan caviló embriagado por el misterio de aquella pregunta.

-Supongo que sí. Pero una vez nombradas, pasarían de inmediato a ser conocidas indefectiblemente-

El pobre cadáver repitió su gesto primero aderezado con con un ápice de entusiasmo nuevo.

-No esperaba otra respuesta de parte de un griego. Y tratándose de ti, entiendo que nuestro encuentro no es fortuito. El aquí y el ahora, no adquieren relevancia, pues nuestro encuentro no es si no un encuentro conmigo mismo. Y por ello te doy gracias.-

Athan cayó de pronto sumido en el asombro.

-Insinúas que ambos somos, hemos sido o seremos la misma persona?-

La sonrisa del viejo se tornó en crápula y decadente carcajada.

-Nunca pensé que tu razón fuese capaz de fundamentar tal grado de abstracción. Pero no ahs de enojarte por esto. La respuesta es en parte, no. A pesar de que un hombre y todos pueden llegar a ser el mismo, simplemente pretendía insinuar que el motivo de mi interminable encierro entre los lúgubres muros de este laberinto no adquiere significado sin tu respuesta previa. Se que feneceré aquí, preso, pero tu presencia ha iluminado el porqué de mi encierro físico, liberándome del mío propio, del ejercido durante años por mi mente.-

Athan no conseguía librarse de su asombro. Se sintió dominado por las misteriosas y enigmáticas palabras de aquel destronado hombre.

-Presiento que en nada puedes ayudarme ya,-dijo Athan- pues yo bien conozco las razones que me arrojaron a esta prisión. Pero se me torna de vital importancia para mi búsqueda propia, el que me describas los pormenores que hicieron encerrarte aquí.-

El viejo suspiró desdichado tras las palabras de Athan, tal vez intentando ordenar sus propias ideas con el objetivo de satisfacer el ruego del griego.

Mi nombre era Mahmoud y no fui más que uno más de los exegetas del imperio babilónico. Por todos es conocida la facilidad de nuestro pueblo para abstraer del lenguaje conceptos e imprimirles un cariz práctico más allá de la mera palabra hablada. Ideamos las entidades numéricas que dieron origen a la primordial invención de la primera aritmética. Fundamentamos un mundo ideal paralelo al sensible, un mundo formado por proporciones decididamente aplicables a la realidad, que nos honraba como discípulos e hijos de un arquitecto superior y divino. Pero como bien sabrás ya, generar preguntas y proponer a estas respuestas comprobables o concluyentes, abre un camino indirecto a subsiguientes interrogaciones. Es así que, en una de mis múltiples interrogaciones sumidas en el embrujo de la aritmética que yo llevaba a cabo junto a otro grupo de escribas e intérpretes, consideré la posible existencia de una entidad numérica que precediese a cualquier otra por muy ínfima que esta fuera. En un principio esta cándida concepción no generaba ningún tipo de éxodo en cuanto a  lo previamente estipulado en relación al propio sistema aritmético. Pero al indagar en la naturaleza novel de es ta entidad eidética, me sobrevino una intuición que dotaba a tal elemento de una propiedad intrigante: la vacuidad o el contenido nulo. Así como la unidad, elemento básico y constitutivo de la construcción aritmética representa la completud o la entereza sujeta posible multiplicidad; el elemento ideal que asedió mi mente debía de preceder a este en la sucesión numérica y presumía albergar unas características contradictorias al de la unidad. A pesar del regocijo principal de mi supuesto hallazgo teórico y del el uso posterior de dicho concepto acabaría por imponerse en la tradición matemática; mis indagaciones confrontaron con las fundamentaciones de la palabra revelada por nuestra deidad creadora Ahura Mazdá, que era identificada con la plenitud, perfección y la entereza. Aquello que yo mismo había detonado como clave de un nuevo conocimiento, supuso un sacrilegio dogmático en el seno de mi propia comunidad. dar nombre a aquello que era desconocido y podía desencadenar un abismo antitético frente a todo lo previamente establecido.Mi error, o acierto, no quedó impune, y fui condenado y destinado eternamente a este encierro. Para mi propio alivio, solo con tu llegada ha sido liberada al fin toda mi intrigada culpabilidad y calvario inquisitivo de no ser consciente del mal que yo había cometido. Al igual que en toda tu tradición de pensamiento, yo yo fui penado por hacer efectiva aquello determinado en la definición de conceptos como una pirámide abstractiva. Para vosotros los griegos, conocer algo se sintetiza con el hecho d edarle nombre, de traerlo o desvelarlo al conocimiento por medio del lenguaje. En este proceso se concatenan amalgamas de abstracciones en el camino cognoscible hacia la verdad, en el cual el alejamiento teórico de lo puramente físico y sensible o palpable es capital.-

El hondo discurso del renegado caló muy hondo en Athan y generó un amplio horizonte de sentido sobre el magnánimo océano de interrogaciones que lo atormentaban desde el primer momento de su encierro. 

-Al parecer ambos conocemos lo que motivó nuestro desaprensivo aislamiento en esta abominable prisión, pero a diferencia de mi, tú ya has alcanzado a dilucidar el porqué del mismo. En mi caso, supe desde el principio que la empresa que me hallaba desempeñando traería algún tipo de consecuencias, pero nunca llegué a a imaginar como el calado de mis acciones contendría tan nociva influencia. Comencé a trabajar como ayudante de redactor de un pequeño periódico de corte e ideología comunista cuya publicación estaba tanto parcial como prioritariamente dirigida a las esferas más desfavorecidas y a las pertenecientes al estrato proletario de la sociedad. A mi llegada me percaté de que la difusión del periódico no obtenía la aceptación esperada o estipulada, y a pesar de que la demanda era ciertamente extendida, los trabajadores no compraban, y por ende, no leían nuestra publicación. Me interrogué al respecto de dicha contradicción en los primeros meses de mi estancia en la redacción del periódico. Diversos colegas apuntaban al hecho de que el poder adquisitivo del público hasta el que deseábamos llegar, no era el suficiente como para permitirse el hecho de comprar nuestra publicación diaria. Por el contrario otros muchos apuntaban a que esto era falso, que decididamente el público no priorizaba su consumo de bienes y servicios en nuestro favor. Yo opté por determinar que la apatía por las luchas sociales e intelectuales detonadas desde la prensa, se había terminado por extender en toda Grecia. Pero no era así. los diarios de otras líneas editoriales si que obtenían éxito incluso ofertando contenidos más banales, vacuos y alienantes que los que nosotros labrábamos. Los meses pasaban y nuestra situación no revertía. Yo mismo no conseguía disipar de mi mente la razón de nuestra mediocre aceptación. Una tarde de Octubre, acudía a un acto conmemorativo organizado por la dirección del periódico infumable, donde antiguos activistas comunistas rememoraban sus experiencias vitales en la revolución rusa de 1917. Obsequié entonces a una abuela con un número en el que un artículo mío ensalzaba de manera populista las virtudes de dichos testimonios históricos, de como la Historia se nutre de memoria. Asombrosamente, la mujer rechazó mi presente alegando que no había persona de a pie que entendiese el periódico. Entonces caí en la cuenta del error que nos inducía a nuestro pobre éxito: el uso del lenguaje. Al igual que el fenómeno de Lutero y el protestantismo en en siglo XVI., el abismo generado por el desconocimiento de un lenguaje culto, imposibilitaba la interpretación de nuestra publicación de una manera homogénea.Lutero tradujo del latín al idioma vernáculo la Bíblia, acercando la palabra de Dios a todo el pueblo alemán que era desconocedor en su inmensa mayoría por escasa enculturación del latín. Fue así que se dio una auténtica revolución hermeútica, teologica y de pensamiento, que siglos más tarde marcaría el devenir sociológico de los países adeptos al protestantismo. Los tablones griegos tan solo publicaban sus noticias y artículos de opinión en la lengua griega unificada y culta, la Koiné; mientras que un considerable porcentaje de la sociedad hacía uso no normativo de un griego menos académico. Propuse la idea a la dirección y aunque reacios al principio tomándome por loco, dieron su brazo a torcer al fin. Las dos primeras publicaciones fueran tan exitosas que las imprentas tuvieron que volver a ser engrasadas para dar a luz a otra extensa tirada de ejemplares antes del anochecer. Al tercer día, desperté desnudo y desorientado dentro de esta fortaleza de piedra. Nada más he sabido de mi anterior vida, de si el tiempo se sucede al otro lado de estos muros. de si hay algo de real en este encuentro. de si hay lógica alguna circundándonos, algo a lo que asir nuestra razón o cierto en todo esto.-

El viejo, que había escuchado el relato de Athan contemplándolo como un mero intercambio al derrochado minutos antes por sí mismo; suspiró y dijo:

-Si hay algo de cierto, mi nuevo amigo de presidio, es que en esta celda hay dos hombres. Uno debió de haber muerto y para su mal fario, no lo hizo. Y el otro ha olvidado una lengua por no haberla hablado. tan solo el devenir determinará que identidad nos pertenece a cada uno de nosotros.-

Athan, que permanecía exhausto después de confesar su testimonio, parecía liberado y absuelto. La respuesta del reo no pareció satisfacerlo. Y por ello tal vez, la aceptó sin remilgos.

(Fotografía de Martín Chambí: Piedra de los doce ángulos. Cuzco. 1930)